Extrañamos el fútbol, pero no podemos soslayar un elemento indispensable: el de la atracción competitiva. El fútbol tiene su condimento de interés propio, generado por la pasión del hincha y el gusto natural que despierta el deporte en sí; pero a esos argumentos no se los puede violentar con torneos mal organizados o con un nivel pobre de juego; al contrario, hay que pensar en el placer lúdico que tiene este deporte (el del fútbol bien jugado, estético, jerarquizado) y en el interés que genera un torneo que sea bien competitivo.
En ese contexto, es un error táctico imaginar torneos menos atractivos, sin descensos, sin sumar para el promedio, con más ascensos, pensando otra vez en llegar a 30 equipos y con una mirada al ombligo y a intereses particulares sin tener una visión global. La Superliga llegó, en su momento, para cambiar un estilo de mando y de organización que, a los cuatro años, los mismos "cráneos" que quisieron apartarse de aquella conducción del dirigente más brillante e importante que dio el fútbol argentino en todos los tiempos (de más está decir que es Julio Humberto Grondona), al que nadie le ata los cordones de los zapatos, ahora volvieron a la carga para instalar una idea -la de los 30 equipos que dejó como herencia don Julio- que había sido criticada y vituperada a diestra y siniestra por los mismos que en su momento dijeron "si Julio" y ahora pretenden volver a ese esquema de masividad de clubes en Primera.
Aclaro algo: así como pienso lo que pienso de Grondona, también digo que el torneo de los 30 equipos fue una experiencia, desde mi punto de vista, espantosa desde lo competitivo. No concibo un torneo en el que se juegue a una sola rueda, no concibo un torneo en el que sólo haya clásico en la cancha de uno de los dos rivales, no concibo un torneo en el que Boca o River pasen siete años sin venir a jugar a la cancha de uno de los dos equipos de Santa Fe, no concibo un torneo en el que no se pueda jugar contra el mismo rival en las dos canchas.
Esto último invita a analizar que si las economías de los clubes están o entrarán en crisis -porque toda la industria del fútbol lo estará- las decisiones nunca pueden estar en orden a quitarle atractivo a las competencias. Al contrario. El fútbol argentino, con Grondona, se había destacado por un nivel de competitividad excelso: con los torneos cortos, había variedad de campeones y existía la posibilidad para los equipos chicos de tener más chances, con una buena racha, de pelear arriba; con los promedios, todos siempre peleaban por algo, aunque sea para sumar para ese promedio; con el incremento de equipos que clasifican para las copas, también se sumaban atractivos; y en caso de que no se pueda pelear arriba, el hecho de jugar dos torneos cortos, de 19 fechas, por año, permitía pasar menos "invernando" porque al poco tiempo ya arrancaba otro nuevo certamen. Varias veces hicimos el ejercicio, en ese tiempo, de cuántos equipos no peleaban por nada. Y la conclusión fue que se podían contar con los dedos de una mano y no sólo que sobraban, sino que, además, esos pocos equipos tenían la "obligación" de sumar puntos para engordar, en todo caso, el flaco promedio.
Esta es una apelación al sentido común, lejos de alquimias y con una mirada global a la crisis. Tenemos un fútbol sin figuras (porque rápidamente se van), sin público visitante desde hace años, ahora también sin clásicos, sin la seguridad de lo que pueda pasar porque los cambios son constantes. Un fútbol en el que algunos quisieron sacar ventajas de la catástrofe que genera la pandemia sin medir las propias consecuencias.
Lo peor que le puede pasar a un simpatizante del fútbol es matar las expectativas. Aquí, a diferencia de las mejores ligas del mundo, lo han logrado con dar por finalizado los torneos y así no habrá campeón, con ascensos sospechosos y sin descensos. Matar las expectativas tiene sus consecuencias en el público consumidor de nuestro fútbol y consecuentemente económicas.
Algunos datos interesantes que tienen que ver con el principal generador de ingresos que tienen la mayoría de los clubes del fútbol argentino: la televisión. Los abonados al fútbol son 2 millones y se llegó a esa cantidad por la expectativas generadas en la definición del campeonato entre River y Boca. Se estima que, de esa dimensión, más de la mitad lo son para seguir a los cuatro o cinco más grande, el resto a dividir por el 80 por ciento restante de los equipos de la Liga.
Ahora, mientras aquí todo se dio por finalizado sin definición, las Ligas europeas y sus competiciones continentales terminaron sus campeonatos, apelando con mucho profesionalismo a los protocolos sanitarios con las denominadas burbujas y "aggiornando" la definición de los torneos a estos tiempos únicos (partidos de simple eliminación y en sede única). Lo hicieron porque cuidaron su producto, dando vida a las expectativas y sobre todo cuidando a los protagonistas. Algo de eso intenta ahora la Conmebol.
Acá, la decisión que se tomó en su momento fue la de dar por finalizada la temporada. En ese marco, se apeló sólo al sentido común de suspender los descensos, algo que comparto porque no se puede hacer descender a tres equipos cuando todavía faltaban diez fechas (porque de la Copa de la Superliga se había jugada apenas una fecha) para el cierre de la temporada. Pero luego, el fútbol argentino -ya a punto de cumplir seis meses de inactividad- resolvió organizar un nuevo torneo, sin sumar para los promedios, sin clásicos, sin resolver con certeza si habrá descensos el año que viene y con una total falta de equilibrio, justicia y equidad a la hora de tomar las mismas decisiones para el fútbol de ascenso, generando fundadas sospechas respecto de aquéllo de mirarse el propio ombligo para sacar ventajas o hacer cada vez más vigente la magnífica creación de Discépolo de hace más de 85 años, cuando en su "Siglo XX cambalache", cantaba "...el que no llora no mama...". Lo único que le faltaba, era organizar el torneo sin pelota.
En Argentina, los partidos de Champions League de cuartos hasta la final midieron de rating, cada uno, entre 10 a 15 puntos, según el partido. En el país lo vemos por el abono básico de cable, no necesitábamos del pack fútbol ni para ver la final entre Sevilla-Inter (con tres argentinos en cancha) o el PSG-Bayern (con dos argentinos en uno de los equipos).
Esa medición de rating es, como cualquier programa de TV que vemos a diario, medido sobre 12.000 hogares haciendo una proyección sobre todo el país y se trata de proyecciones sin importar dónde se mide y no es sobre un escenario determinado como lo puede ser con los abonados al pack-fútbol.
El fútbol argentino mide, en promedio y haciendo proyección sobre el escenario general, entre 5 y 6 puntos de rating. Se llega a eso por la incidencia que generan los clubes grandes, ya que la mayoría mide entre 1 y 2 puntos. Partiendo de la base que cada punto de rating son 96.782 personas, cuando hablamos de que un partido de la Champions midió 15 puntos (1.500.000 de personas), estamos diciendo, ni más ni menos, que lo vieron casi la misma cantidad del total de abonados a nuestro fútbol.
Echarle la culpa de las desgraciadas tesorerías de los clubes al Covid es buscar apenas un eslabón de culpa de la escasa imaginación que tienen los dirigentes. El único que "pateó el tablero" en su momento fue Fassi, el presidente de Talleres, que es, por otra parte, uno de los clubes chicos con mayor rating (sumado naturalmente a Gimnasia con el fenómeno Maradona). Fassi planteó mayores ingresos de TV, pero para ello hay que ir a las fuentes: organizar torneos más competitivos e interesantes, sin prescindir de lo esencial: generar buenos espectáculos para atraer a la gente. ¿Podrán hacerlo los dirigentes que cada vez están más lejos de lo que reclama la gente?
Extrañamos el fútbol, pero no podemos soslayar un elemento indispensable: el de la atracción competitiva. El fútbol tiene su condimento de interés propio, generado por la pasión del hincha y el gusto natural que despierta el deporte en sí; pero a esos argumentos no se los puede violentar con torneos mal organizados o con un nivel pobre de juego; al contrario, hay que pensar en el placer lúdico que tiene este deporte (el del fútbol bien jugado, estético, jerarquizado) y en el interés que genera un torneo que sea bien competitivo.
En ese contexto, es un error táctico imaginar torneos menos atractivos, sin descensos, sin sumar para el promedio, con más ascensos, pensando otra vez en llegar a 30 equipos y con una mirada al ombligo y a intereses particulares sin tener una visión global. La Superliga llegó, en su momento, para cambiar un estilo de mando y de organización que, a los cuatro años, los mismos "cráneos" que quisieron apartarse de aquella conducción del dirigente más brillante e importante que dio el fútbol argentino en todos los tiempos (de más está decir que es Julio Humberto Grondona), al que nadie le ata los cordones de los zapatos, ahora volvieron a la carga para instalar una idea -la de los 30 equipos que dejó como herencia don Julio- que había sido criticada y vituperada a diestra y siniestra por los mismos que en su momento dijeron "si Julio" y ahora pretenden volver a ese esquema de masividad de clubes en Primera.
Aclaro algo: así como pienso lo que pienso de Grondona, también digo que el torneo de los 30 equipos fue una experiencia, desde mi punto de vista, espantosa desde lo competitivo. No concibo un torneo en el que se juegue a una sola rueda, no concibo un torneo en el que sólo haya clásico en la cancha de uno de los dos rivales, no concibo un torneo en el que Boca o River pasen siete años sin venir a jugar a la cancha de uno de los dos equipos de Santa Fe, no concibo un torneo en el que no se pueda jugar contra el mismo rival en las dos canchas.
Esto último invita a analizar que si las economías de los clubes están o entrarán en crisis -porque toda la industria del fútbol lo estará- las decisiones nunca pueden estar en orden a quitarle atractivo a las competencias. Al contrario. El fútbol argentino, con Grondona, se había destacado por un nivel de competitividad excelso: con los torneos cortos, había variedad de campeones y existía la posibilidad para los equipos chicos de tener más chances, con una buena racha, de pelear arriba; con los promedios, todos siempre peleaban por algo, aunque sea para sumar para ese promedio; con el incremento de equipos que clasifican para las copas, también se sumaban atractivos; y en caso de que no se pueda pelear arriba, el hecho de jugar dos torneos cortos, de 19 fechas, por año, permitía pasar menos "invernando" porque al poco tiempo ya arrancaba otro nuevo certamen. Varias veces hicimos el ejercicio, en ese tiempo, de cuántos equipos no peleaban por nada. Y la conclusión fue que se podían contar con los dedos de una mano y no sólo que sobraban, sino que, además, esos pocos equipos tenían la "obligación" de sumar puntos para engordar, en todo caso, el flaco promedio.
Esta es una apelación al sentido común, lejos de alquimias y con una mirada global a la crisis. Tenemos un fútbol sin figuras (porque rápidamente se van), sin público visitante desde hace años, ahora también sin clásicos, sin la seguridad de lo que pueda pasar porque los cambios son constantes. Un fútbol en el que algunos quisieron sacar ventajas de la catástrofe que genera la pandemia sin medir las propias consecuencias.
Lo peor que le puede pasar a un simpatizante del fútbol es matar las expectativas. Aquí, a diferencia de las mejores ligas del mundo, lo han logrado con dar por finalizado los torneos y así no habrá campeón, con ascensos sospechosos y sin descensos. Matar las expectativas tiene sus consecuencias en el público consumidor de nuestro fútbol y consecuentemente económicas.
Algunos datos interesantes que tienen que ver con el principal generador de ingresos que tienen la mayoría de los clubes del fútbol argentino: la televisión. Los abonados al fútbol son 2 millones y se llegó a esa cantidad por la expectativas generadas en la definición del campeonato entre River y Boca. Se estima que, de esa dimensión, más de la mitad lo son para seguir a los cuatro o cinco más grande, el resto a dividir por el 80 por ciento restante de los equipos de la Liga.
Ahora, mientras aquí todo se dio por finalizado sin definición, las Ligas europeas y sus competiciones continentales terminaron sus campeonatos, apelando con mucho profesionalismo a los protocolos sanitarios con las denominadas burbujas y "aggiornando" la definición de los torneos a estos tiempos únicos (partidos de simple eliminación y en sede única). Lo hicieron porque cuidaron su producto, dando vida a las expectativas y sobre todo cuidando a los protagonistas. Algo de eso intenta ahora la Conmebol.
Acá, la decisión que se tomó en su momento fue la de dar por finalizada la temporada. En ese marco, se apeló sólo al sentido común de suspender los descensos, algo que comparto porque no se puede hacer descender a tres equipos cuando todavía faltaban diez fechas (porque de la Copa de la Superliga se había jugada apenas una fecha) para el cierre de la temporada. Pero luego, el fútbol argentino -ya a punto de cumplir seis meses de inactividad- resolvió organizar un nuevo torneo, sin sumar para los promedios, sin clásicos, sin resolver con certeza si habrá descensos el año que viene y con una total falta de equilibrio, justicia y equidad a la hora de tomar las mismas decisiones para el fútbol de ascenso, generando fundadas sospechas respecto de aquéllo de mirarse el propio ombligo para sacar ventajas o hacer cada vez más vigente la magnífica creación de Discépolo de hace más de 85 años, cuando en su "Siglo XX cambalache", cantaba "...el que no llora no mama...". Lo único que le faltaba, era organizar el torneo sin pelota.
En Argentina, los partidos de Champions League de cuartos hasta la final midieron de rating, cada uno, entre 10 a 15 puntos, según el partido. En el país lo vemos por el abono básico de cable, no necesitábamos del pack fútbol ni para ver la final entre Sevilla-Inter (con tres argentinos en cancha) o el PSG-Bayern (con dos argentinos en uno de los equipos).
Esa medición de rating es, como cualquier programa de TV que vemos a diario, medido sobre 12.000 hogares haciendo una proyección sobre todo el país y se trata de proyecciones sin importar dónde se mide y no es sobre un escenario determinado como lo puede ser con los abonados al pack-fútbol.
El fútbol argentino mide, en promedio y haciendo proyección sobre el escenario general, entre 5 y 6 puntos de rating. Se llega a eso por la incidencia que generan los clubes grandes, ya que la mayoría mide entre 1 y 2 puntos. Partiendo de la base que cada punto de rating son 96.782 personas, cuando hablamos de que un partido de la Champions midió 15 puntos (1.500.000 de personas), estamos diciendo, ni más ni menos, que lo vieron casi la misma cantidad del total de abonados a nuestro fútbol.
Echarle la culpa de las desgraciadas tesorerías de los clubes al Covid es buscar apenas un eslabón de culpa de la escasa imaginación que tienen los dirigentes. El único que "pateó el tablero" en su momento fue Fassi, el presidente de Talleres, que es, por otra parte, uno de los clubes chicos con mayor rating (sumado naturalmente a Gimnasia con el fenómeno Maradona). Fassi planteó mayores ingresos de TV, pero para ello hay que ir a las fuentes: organizar torneos más competitivos e interesantes, sin prescindir de lo esencial: generar buenos espectáculos para atraer a la gente. ¿Podrán hacerlo los dirigentes que cada vez están más lejos de lo que reclama la gente?