En el alfa y el omega, la tempestad.
En el alfa y el omega, la tempestad.
En las revoluciones y las guerras, en cada nacimiento y cada muerte, en las leyendas de los prohombres y los perjurios de los infames. Incluso en el origen y (seguramente) en el final del universo, siempre arrecia la tempestad. ¡La tormentosa tempestad!
Más allá de las dimensiones quánticas, humanas o estelares todo comienza y todo termina con una tormenta.
Hoy, como en un barco de altamar, la humanidad se encuentra atravesando una tormenta de magnitud. Acaso, con fervor, podemos llegar a suponer como fue que comenzó, pero jamás de los jamases, ni apelando a la más profusa imaginación, cómo y cuándo concluirá.
Nada original, ser impredecible es lo propio de todo temporal.
Hoy peregrinamos en la tormenta del Coronavirus; ya notamos que posee espinosas características propias y parece ser bastante más rebelde, extensas y duradera que otras, alguna vez afrontadas.
Más que nada, son dos los datos que inquietan: Carecemos de comandantes probos y el oleaje y el viento proceden de un rumbo nuevo, desconocido. Insufrible rostro de la post modernidad.
Hoy nos miramos a los ojos y luego al horizonte. Los de abordo comenzamos a inquietarnos.
Es que la historia nos grita al oído que sin liderazgos confiables es difícil, sino imposible, arribar a buen puerto. Mucha gente, de aquí y de allá, ha intentado probarse el saco y el gorro, pero hasta ahora a todos les quedó grande.
El puesto sigue vacante.
Nadie (pocos) en el puente de mando que bien conozca el sentir de los tripulantes, los vericuetos de la estrella de los vientos y menos el posible destino que aún distante, pueda contribuir a calcular la ración de comida y agua que nos permita sobrevivir.
Y las olas y el viento que sopla sin parar desde los medios, de día y de noche conmoviendo a toda la humanidad, murmurando zozobras fatídicas. Inevitables.
Alcanza con detenernos sólo un segundo, en el horario que sea, frente a una de las pantallas de cualquier casa, hojear alguna publicación de cualquier clase y estilo o sintonizar una emisora radial en cualquier idioma, para advertir que la corriente informativa no se detiene. Se incrementa día a día. Asusta.
Escasos de comandancia y en semejante alboroto, difícil poder sentarse a planificar rumbos.
Todos en el mundo precisamos algo de paz y rumbos ciertos y buenas noticias y liderazgos sabios, pero más que nada esperanza. Necesitamos esperanzarnos. Volver a la senda de la ilusión.
Por eso, que nadie se moleste si en cada bandada lejana que atraviesa el cielo tormentoso imaginamos al virus, que se aleja para no volver o presagiamos bálsamo en cada rocío matinal o instituimos líderes estoicos en inexpertos contramaestres y hasta jeringas de vacuna prodigiosas en cada faro que ilumina perdido en el horizonte.
Aunque aún nos cueste trabajo comprender la esperanza está en la tormenta. Ya que, como bien se sabe, "en el alfa y el omega, la tempestad".