Por Lic. Raúl Ochoa y Gómez (*)
Por Lic. Raúl Ochoa y Gómez (*)
Según el relevamiento actual de expectativas de mercado que elabora el Banco Central, se espera un 51,2% de inflación para los próximos 12 meses, una tasa de interés promedio del 38,5% y una cotización oficial del dólar de $ 108,10 (devaluación anual del 48%).
En el hipotético caso que se cumplan estas expectativas, las tasas reales negativas (créditos baratos) podrían generar un escenario favorable para la reactivación de la economía. Sin embargo, el salario de los trabajadores privados formales se ubica actualmente en los niveles más bajos de los últimos 14 años y de no recomponerse la situación disminuiría las posibilidades de consumo.
Por otro lado, la apreciación cambiaria y el exceso de oferta monetaria generarían una mayor demanda de dólares. De hecho, esta situación comenzó a manifestarse, ya que durante septiembre se ha visto disminuida la demanda de pesos. Es decir, los argentinos están cambiando tenencias en pesos (plazos fijos) por tenencias en dólares (bonos que coticen en el exterior) lo cual podría generar una presión extra sobre el nivel general de precios de la economía.
Por otro lado, el BCRA no ha podido recomponer su stock de reservas internacionales, situación que llevaría a la autoridad monetaria a tener que decidir entre acelerar el ritmo devaluatorio o realizar un salto un cambiario (shock). La diferencia entre ambas es que una aceleración de la tasa de devaluación puede dificultar la estabilización de precios ya que consolida y/o retroalimenta las expectativas inflacionarias y esto puede incluso terminar reduciendo las reservas del BCRA. En el caso del shock del tipo de cambio, si bien puede generar un aumento inicial en el nivel de precios, si se generan expectativas de que es por única vez, puede terminar recomponiendo las reservas de la autoridad monetaria.
En este último caso, el salto cambiario debería ser una decisión del BCRA y requeriría un plan antinflacionario consistente que logre anclar las expectativas. Sin embargo, todos los ejemplos recientes de la Argentina, muestran que los saltos cambiarios no han sido el resultado de la implementación de planes de shock sino, por el contrario, una reacción obligada por las propias circunstancias del mercado.
Otro camino que estaría analizando el Gobierno es incrementar aún más las restricciones al acceso de divisas mediante limitaciones al mercado bursátil (dólar bolsa o MEP) o establecer un desdoblamiento cambiario, el cual consiste en una posible legalización de los múltiples tipos de cambio que existen actualmente en Argentina. Sin intenciones de hacer historicismo económico, debemos destacar que todas las experiencias de desdoblamiento cambiario realizadas principalmente durante el siglo XX terminaron en procesos de muy alta inflación, caída del PBI, especulación e inestabilidad económica.
La coyuntura macroeconómica muestra que algunos indicadores determinantes de las crisis cambiarias – bajo nivel de reservas, atraso cambiario, alta emisión monetaria y fuerte aumento del déficit fiscal – están nuevamente presentes. Teniendo en cuenta que la aceleración de la inflación, no solo seguirá generando una confiscación de los ingresos de los ciudadanos y empobreciendo a la mayoría, sino que también, obligará tarde o temprano a elegir entre una de las opciones descriptas anteriormente.
Llegada esta disyuntiva, la literatura y la experiencia de nuestro propio país muestran que un salto cambiario tiene ventajas respecto a las otras alternativas siempre y cuando el mismo sea acompañado de un plan anti-inflacionario que permita anclar las expectativas y resulte consistente en sus medidas para resolver los importantes desequilibrios que muestra la economía de nuestro país. Seguir estableciendo restricciones solo traerá como resultado mayor incertidumbre, menores niveles de inversión y estancamiento económico. Situación que parecería estar a la vista de todos, menos de las autoridades políticas.
(*) Economista