Podría corregir el título de esta crónica de la Peste en mi Pago. Coronavirus y los amores. Es demasiado sencillo: diversas formas de un sentimiento universal que se expresa así, como puede, desea o alcanza. El límite es su propia pasión. Conozco amores que son SRL. Sociedad de Responsabilidad Limitada. Otros atravesaron la historia.
Hace años, sobre 1994, en un libro de poemas titulado “Poemas para leer después de los 40”, sostenía dos cosas, dos cosas que hoy recuerdo ya que, se sabe, uno recuerda selectivamente. Que después de los 40 años se había terminado el amor de los cuerpos esbeltos. Que las fiestas eran terribles para los amantes.
Recitaba, describía ese refugio abandonado en las vísperas del 24 de diciembre y el niñito Dios y apenas recuperado, apenas, en algunos casos, después de la tarea de Gaspar, Melchor y Baltazar.
Todas las fiestas son tremendas para los amantes, obligados al rostro y el cuerpo presente en algún lado mientras el alma, voladora, no tiene helipuerto ni lecho ni sofá.
La Peste en mi pago atraviesa estas dos constancias, el físico perdido ya pasados los años de “esbeltez” (si se permite el neologismo) y la persistencia del enamorarse como un mandato social inatajable, como un ADN que tiene eso, es insobornable. No hay soborno en el Acido Desoxiribonucleico y la cadena helicoidal que nos delata y nos vuelve únicos y universales.
Los que no le tienen miedo a la gordura, a esos alerones, la diferente respiración al subir los tres pisos por la escalera, y no me importa y como otro dulce mas… tienen una batalla asegurada. Siguen persistentes en la búsqueda del amor a como dé lugar, el amor por tres naranjas, el amor como destino del suspiro, hasta el último.
Pero aún ellos (acaso me cuente entre sus diezmadas filas) tropezaron con la Peste en mi Pago. De un día para otro el asunto fue notorio. La ausencia fue tan grande que se visualizaba. Hoy es catástrofe sentimental.
Nada de llamados telefónicos, ni encuentros fuera de hora en algún lugar que, por otra parte, debido a la Peste se re definía: qué lugar. Una clase elemental del periodismo al revés, acusatorio y condenatorio. Quien, donde, cuando, como, y porqué. Se podría agregar “hasta cuando” y “porque no lo sabía”…” porque no lo avisaste antes”…
Imputarle a la Peste en mi Pago el sedentarismo es posible. La ansiedad obliga a comer (paréntesis. Síntoma de vejez: ¿alguno conoció ese personaje de historieta llamado Pochita Morfoni?, búsquelo, el google no lo olvidó) hay personajes que por ansiedad comen y la peste, lo dicen los manuales, es una gran generadora de ausencias e imposibles, esto es, ansiedades, cuestiones insatisfechas, no resueltas.
No deja de ser una salida posible culpar al otro por la gordura creciente, los colesteroles en alza y los triglicéridos en franca rebeldía, junto con el tono muscular perdido, los triples cinturones salvavidas y lo dicho: la agitación para llegar al tercer piso por la escalera.
Lo que no está resuelto, como investigación, es el modo diferente de la sociedad y sus comportamientos debido a la Peste en mi Pago.
Tengo dicho, sin que quieran oírlo las autoridades, que es el gran Cambio Cultural Siglo XXI y, si no se advierte no se entiende qué tipo de alud se viene encima de la sociedad y se cree que Cultura en mitad de la Peste es un “streaming”. Habilitaremos el pecado de ignorancia.
Hablando de pecados…la Peste en mi Pago intimida al pecador, al multipareja y multipropósito, al picaflor/picaflora.Una sociedad que transita la Peste sin saber desde cuando y hasta cuando ni porqué razón, tiene boquetes inquisitivos que la provista Cultural del Estado debe/ debería resolver porque, así como se espera la atención y acaso, mañana, la vacuna, debe esperarse la asistencia hoy de lo mas importante: la cultura es la esperanza.
Hay, sin embargo, una ausencia que el Estado, ni con muchas ganas, puede suplantar. El fin de la doble vida, las dos casas, los dos cumpleaños, el llamadito cómplice y las llegadas tardes. Es tiempo de cavernas y hombres primitivos en mitad de su tribu. La peste es gregaria por construcción. Allí se nutre. Cuida sus nutrientes. Es lo mejor que sabe hacer. Hay mas: no podemos negarnos. El coronavirus alienta la fidelidad. Para muchos un gran defecto del virus. Es materia opinable.