Así se llama el libro que publicó Michael Sandel, un prestigioso filósofo político y profesor estadounidense de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard.
Así se llama el libro que publicó Michael Sandel, un prestigioso filósofo político y profesor estadounidense de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard.
Su salida a la venta coincidió con declaraciones de Alberto Fernández respecto a la valoración del mérito y la meritocracia en las sociedades, una discusión instalada con énfasis en la agenda pública de nuestro país al menos desde la campaña electoral de 2015.
¿Que dijo el presidente?: "Lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años. El más tonto de los ricos tiene más posibilidades que el más inteligentes de los pobres. Mientras eso ocurra, no podemos estar tranquilos con nuestra conciencia. Ese tratamiento desigual nos pone en un mal lugar como sociedad. No es un buen sistema. Las mejores sociedades son las que, precisamente, a todos les dan la oportunidad de desarrollarse"
Sandel indaga en el libro las causas que llevaron a que una gran parte de la sociedad dejara de lado la idea de la solidaridad y el bien común, que hoy se concibe principalmente en términos económicos, generando un sentimiento de rechazo y frustración que terminaron en una división sin precedentes y legitimaron lideres políticos autoritarios como Trump o salidas nacionales imprevistas como el Brexit.
De 1958
La idea no es nueva, dice. El sociólogo Michael Young en 1958 acuñó el término en un libro que se llamó "El triunfo de la meritocracia" donde previó que inevitablemente fomentaría la soberbia entre los vencedores y sentimientos de humillación entre los perdedores, y concluyó que "la meritocracia no era un ideal al que aspirar sino más bien una fórmula de discordia".
Después de enumerar una serie de ideas de la sociología y la religión que dieron forma al concepto -desde Max Weber a la teología de la prosperidad, pasando por el bíblico libro de Job- Sandel dice que la meritocracia es producto del proceso de globalización que a principios de los 80 lideraron Reagan y Tatcher, y que los gobierno de centroizquierda validaron y legitimaron en los 90, aunque con la premisa de hacer más "equitativos" los mercados, que solo provocaron resentimiento. Hoy los varones blancos de clases trabajadoras no se sienten respetados por la sociedad.
Con el objetivo de "moldear" a la sociedad, una serie de expresiones fueron incorporándose al discurso en los últimos 40 años para explicar el triunfo del mérito, martillando la idea de que somos responsables de nuestro destino y que nos merecemos lo que tenemos.
También se enfatizó la importancia del título universitario en el ascenso individual, a tal punto que hoy la educación se ha convertido en la mayor división en la política estadounidense ya que la mayoría de las personas con título universitario votan a los demócratas y los que no lo tienen a Trump.
En EEUU
La palabra mérito fue utilizada en distintas proporciones por todos los presidentes de EEUU desde la década del 80. No hay registros de que la haya usado Kennedy, por ejemplo, en pleno apogeo del Estado de Bienestar. Otro que nunca la uso fue Donald Trump, que habla de una sociedad de ganadores y perdedores.
Este sistema promercado y promotor de la financiarización de la economía estalló con la crisis de las hipotecas en 2008. Pero Obama, que ese año ganó las elecciones y se convirtió en la última esperanza de revisión del sistema, rescató a los banqueros y solo buscó aplacar y conducir las protestas.
La globalización generó niveles de desigualdad económica nunca antes visto y los ganadores fueron los que ya estaban en la cima de la pirámide. Hoy, el 1% de las personas más ricas ganan más que el 50% más pobre.
Doble filo
Sandel cuestiona desde un punto moral la meritocracia al preguntarse por que quienes tienen un talento genético que no son producto de un logro propio, Messi por ejemplo, recibe las desproporcionadas recompensas que las sociedades capitalistas reservan a las personas de éxito y no a aquellas personas igual de esforzadas, pero menos dotadas.
Y advierte sobre las actitudes que la ética meritocrática fomenta, tanto entre los ganadores como entre los perdedores. "Entre los primeros promueve la soberbia; entre los segundos, la humillación y el resentimiento". La soberbia meritocrática, dice, hace olvidar a los ganadores "lo mucho que les han ayudado la fortuna y la buena suerte" y advierte sobre las consecuencias que tiene lo que denomina "política de la humillación".
La idea de que nuestro destino está en nuestras manos, reflexiona, es una espada de doble filo. "Congratula a los ganadores, pero denigra a los perdedores y afecta incluso a la percepción que estos tienen de sí mismos. Para quienes no pueden encontrar trabajo o llegar a fin de mes, es difícil rehuir la desmoralizadora idea de que su fracaso es culpa suya, de que todo se reduce a que carecen del talento y el empuje necesarios para tener éxito".
La expresión "desigualdad de trato" que acuñaron los manifestantes que salieron a la calle en octubre en Chile expresa con énfasis lo que sienten aquellos que no ganaron por vivir en una de las sociedades más desiguales del mundo.
¿Quien puede estar en contra de que le vaya mejor a quien se esfuerce que a quienes no? Nadie. Pero para que eso suceda las sociedades deben estar fundadas en un orden donde la igualdad de oportunidades sean lo más extendidas posible, donde también existan mecanismos que permitan darle contención a quienes no les haya ido bien.
"La tiranía del mérito – dice Sandel- nace de algo más que de la sola retórica del ascenso. Está formada por un cúmulo de actitudes y circunstancias que, sumadas, hacen de la meritocracia un cóctel tóxico. En primer lugar, en condiciones de desigualdad galopante y movilidad estancada, reiterar el mensaje de que somos individualmente responsables de nuestro destino y merecemos lo que tenemos erosiona la solidaridad y desmoraliza a las personas a las que la globalización dejó atrás. En segundo lugar, insistir en que un título universitario es la principal vía de acceso a un trabajo respetable y a una vida más digna engendra un prejuicio credencialista que socava la dignidad del trabajo y degrada a quienes no han estudiado en la universidad. Y en tercer lugar, poner el énfasis en que el mejor modo de resolver los problemas sociales y políticos es recurriendo a expertos caracterizados por su elevada formación y por la neutralidad de sus valores es una idea tecnocratica que corrompe la democracia y despoja de poder a los ciudadanos corrientes".
Sandel indaga en el libro las causas que llevaron a que una gran parte de la sociedad dejara de lado la idea de la solidaridad y el bien común, que hoy se concibe principalmente en términos económicos, generando un sentimiento de rechazo y frustración que terminaron en una división sin precedentes y legitimaron lideres políticos autoritarios como Trump o salidas nacionales imprevistas como el Brexit.