Periodista especializado en básquetbol, en más de cuatro décadas deja una huella imborrable en la historia del diario y en todos aquellos que compartieron la rutina con alguien siempre preocupado por ayudar en cada uno de los aspectos de la vida. ¡A descansar, “Tío”!
Hace un rato largo que estoy frente a la computadora tirando frases o viendo de qué manera puedo arrancar una idea y no encuentro la manera. En consecuencia, dejaré de lado mis escasas virtudes narrativas y no echaré mano a mi pésimo poder de síntesis, virtud esencial de cualquier periodista que se precie de tal pero del que no dispongo, para escribirle a mi amigo con el corazón… Mejor dicho, le voy a escribir a mi hermano mayor con el corazón, por más que le digamos cariñosamente “Tío”.
Hace 40 años, yo era un pibito que cometía su primera travesura “robándole” la máquina de escribir al director del Diario y ya lo recuerdo al Tío, que en ese momento era colaborador y se fugaba del Bazar en el que trabajaba para venirse al Diario, cuando estábamos en San Martín, y se traía todas las planillas de los partidos de básquet para que hiciéramos, juntos, él dictando y yo escribiendo, la crónica sintética de los partidos de la fecha.
También recuerdo, ya unos años después y siempre allí, en San Martín, trabajando los domingos a la noche y haciéndolo renegar a Juan Carlos Romano, al que llamaba a los gritos porque era un poco sordo; después, la cena posterior –abundantemente regada- en el Hernandarias y, al otro día, ya con el diario del lunes hecho, nos encontrábamos allí y lo pasábamos a buscar a Armando Lombardi, tempranito, por su casa en San Martín casi Suipacha para ir al otro local, el de 25 de Mayo, para ver si todo estaba bien o si se necesitaba cortar o agregar algo, previo opíparo desayuno que nos preparaba Delia, la esposa de Armando. Así, todos los lunes a la mañana.
Un día le comenté que tenía una cena en Regatas y me dijo que él dirigía esa noche un partido de básquet, medianamente importante porque lo recuerdo al Mocoretá con una apreciable concurrencia de público. Me invitó a que fuera a verlo, aunque sea un rato. Arrancó el partido y a los 3 segundos, un tipo bajó corriendo de la tribuna y empezó a “putearlo en colores” yendo y viniendo de un lado al otro. Y yo, obviamente, riéndome a carcajadas.
Podía faltar cualquiera en el Diario, menos el Tío. Alguna vez, Fontanarrosa escribió que si un domingo a la tarde se escuchaba, aunque sea en la lejanía, el relato de un partido de fútbol, era porque todo estaba en orden, el mundo marchaba con normalidad. En el Diario, era exactamente igual. Con el Tío allí, todo estaba bien. El Diario estaba normal.
Mucho más acá en el tiempo, su “obra de arte y cúlmine” fue el día que entró una de las directoras pidiendo que hiciéramos silencio. El no la vio, estaba de espaldas, pero obviamente la escuchó y “suponemos” que no reconoció de quién se trataba. “¡Cerrá el orto vos!” (perdón por el exabrupto, pero soy bien literal y fidedigno), fue lo que le dijo el Tío, a lo que siguió un silencio sepulcral, con mezcla de estupor y sorpresa. La directora en cuestión resolvió lo adecuado a la situación: dio media vuelta y se fue a su oficina. Tan bueno, como fiel, necesario y también inimputable.
El Tio ha sido un personaje pintoresco, querible, que nunca pasó desapercibido y que ya se ha convertido en entrañable. Es dueño de esa simpleza, bondad y corazón que lo eterniza en el cariño y el recuerdo.
Hay gente que pasa por la vida de uno en forma fugaz y sin dejar huellas; otros que dejan algo que los convierte en importantes por lo que significan o significaron en algún momento, pero hay otros que llegan para quedarse y, más que huella, dejan un surco imborrable y para siempre. En este último rubro está el hermanito mayor que me dio la vida: Marcelo Mendoza.
Recuerdo tener 5 ó 6 años (hoy tengo 44), ir los domingos a buscar a mi papá al viejo diario en la camioneta de mi abuelo y que un hombre de bigote negro (al que llamábamos “el mostro”) nos corriera a mí y a mi hermano jugando entre los escritorios; después nos ponía una hoja en la máquina de escribir y nos dejaba jugar “a ser periodistas” (¿habrá influido en algo?). Recuerdo el nacimiento de mi primera hija, el golpe en la puerta de la habitación y el abrazo con un grito de alegría compartida del “tío” que obligaba a pedirle mesura. Recuerdo un pico de presión por estrés en la redacción, el dejar todo sin dudarlo y acompañarme a la guardia del sanatorio, en medio de la vorágine del cierre diario. Ni hablar de los problemas cotidianos (vinculados al periodismo): omnipresente, servicial, con una gestión para que todo tenga su respuesta, su solución. Estaba siempre para todo y para todos, pero también afuera, en la vida, cuando más se necesita el gesto solidario de alguien, la palma en el hombro.
Hay muchas maneras de dividir a las personas pero una sola los define y determina su huella, lo que dejarán en los otros. Casi nadie es tajantemente bueno o malo; según diferentes situaciones podemos ser vistos de determinada manera o comportarnos de otra. Obviamente hay momentos en los que no hay lugar para la discusión, pero la mayoría nos vamos moviendo, haciendo equilibrio, en el intento recurrente de no fallar en algún paso. Pero hay algunos pocos, escasos lamentablemente, plenos de virtud, predispuestos naturalmente a ayudar. Cruzarse con uno de ellos enriquece el alma, porque siempre contagian luz, alegría. Y ahí anda el “Tío” Mendoza, amigo de absolutamente todos, preocupado por cada uno. Si tenés un problema en el diario, buscalo al “Tío”; si te pasa algo afuera, seguro que aparece el “Tío”.
Hoy te vas de esta tu gran casa que siempre va a ser el diario, pero nunca te vas a poder alejar de la vida de todos nosotros. Patriarca de la sección Deportes, por ascendencia y virtud, nombrado en cada jornada en alguna anécdota entre risas, extrañaremos tu predisposición y generosidad, tus ocurrencias y salidas inesperadas. Acá dejás una gran familia, “Tío”. ¿Te imaginás lo que hubiera sido la fiesta sin este maldito covid?
Me tocó pisar por primera vez la redacción del Diario El Litoral allá por julio de 1990. El diario estaba en Boulevard y 25 de Mayo. En ese entonces, por idea de Enrique Cruz (h), llegamos un par de pibes sin experiencias a darle forma a "El Matutino", título que no necesita aclarar que arrancaba un emprendimiento de la mano del histórico vespertino.
Hace 30 años, era todo nuevo. De más está decir que "el Tío Mendoza" ya estaba. Yo creo que, en realidad, ya estaba desde antes que naciera El Litoral. A los meses creo que me enteré que su nombre era Marcelo y que había sido árbitro de básquetbol.
El apodo ("Tío") le ganó por goleada al nombre (Marcelo) y la increíble persona que es Marcelo Mendoza lo cagó a triples al periodista. Cuando se usa la frase hecha de "tal persona no tiene maldad", algo complejo en este mundo loco, ésa frase define al "Tío" Mendoza. Tiene bondad para regalar, le sobra. Lo hizo en esta selva y lo hace en la vida con sus seres queridos.
Con apenas 19 años, me tiraron a la cancha en El Litoral. ¿Cómo colocar la hoja A4 blanca en una Olivetti?...lo llamaba al "Tío". ¿Cómo calcular 3.000 caracteres?...lo llamaba al "Tío". Luego, llegaron unas computadoras tipo OVNI, con un diskette negro, cuya prohibición era un botón rojo que decía "Delete"...¿cómo se graba?....lo llamaba al Tío. Venías de la cancha y había que ir con los fotógrafos a marcar las fotos en la sala "infrarroja"...si algo fallaba lo llamaba al "Tío"..."Hay que pedir radiofoto a tal diario porque Colón juega en Chaco o Unión en Tucumán"...¿Cómo lo hago?...lo llamo al "Tío".
Hasta que llegaron los primeros viajes: reservar hotel, sacar pasajes, pedir viáticos. Siempre te lo solucionaba el "Tío" Mendoza. Era el segundo padre, el del día a día en el diario y no es un juego de palabras. Cualquier problema tenía solución para Deportes si es que estaba el "Tío" Mendoza.
El viejo bar/café "La Calandra" en el mismo viejo diario era el ámbito ideal para todas las bromas: cuando el "Tio" se levantaba a atender el teléfono, le llenábamos el cortado de azúcar. Un día, ya con su diabetes a cuesta, casi lo matamos. La broma quedó archivada, el azúcar prohibido. Las anécdotas con el "Tío" Mendoza en cada cena de la sección Deportes o en las tradicionales cenas de despedida de año son imperdibles, risueñas, únicas e inolvidables.
Con la jubilación del "Tío" Mendoza se va el último de los mohicanos de la Sección Deportes y uno de los últimos en la Redacción del diario El Litoral. "He vivido para ver al último guerrero de la sabia raza de los mohicanos". Arrancamos con la Olivetti y terminamos con un Live en redes, web y Podcast.
Cuando nos vinimos de Boulevard y 25 sentí que moríamos un poco. Es cierto, respiramos igual. Ahora, con la pérdida por elección (el "Tío" se jubila) y no por el maldito destino como otros faros que tuvimos ("Cacho" Roteta, el "Sordo" Romano, el "Negro" Godoy, "Chiquito" Gudiño o el Dani Monticelli), perdemos algo que nadie valora: LA ALEGRÍA. Eso fue para mí el "Tío" Mendoza. Nunca cara de orto, siempre pensando en positivo.
Hace poco, al "Tío" lo noqueó la muerte de su madre. Ahora, a nosotros nos mata su chau, adiós, hasta luego o como sea. No nos dio tiempo de pedir minuto, como en su querido básquetbol. Este viaje del periodismo se hizo mucho más lindo, divertido y feliz por tener todos los días en la redacción de El Litoral a un tipo sin maldad como el "Tío" Mendoza.
Estimado Marcelo Mendoza.
¡Cuánto vas a extrañar a tu querido El Litoral…! Nunca imaginamos que una pandemia sería la que algunos meses antes de tu jubilación, conseguiría lo que nunca nadie antes había podido lograr: que no pases - aunque sea por un rato- cada día de tu vida por el diario.
Durante tus 46 años en la empresa fuiste capaz no solo de cumplir con tus tareas en Deportes; sino además estar atento a las necesidades o inquietudes de quienes se desempeñaban en las diferentes secciones.
Porque no creo equivocarme en señalar que no debe haber nadie que haya pasado por el diario, al que no le hayas brindado tu apoyo o ayuda. Para vos, El Litoral nunca tuvo secretos.
Enarbolar esas virtudes, quizás sea el modo más adecuado de expresarte cual es el reconocimiento que mereces en un momento tan especial. Hasta cada momento (cuando el Covid-19 lo permita), querido Marcelo...!
Muy difícil escribir sobre la despedida de la redacción del diario de Marcelo "El Tío" Mendoza, apodo que finalmente quedó y quedará a perpetuidad y que se impuso al de "Pirker" que se había ganado cuando nos retaba (por ese entonces éramos mayoría de pibes de 20 años que arrancábamos en la profesión en una sección donde él era el Subjefe), el mismo hacía alusión a un, por entonces, Jefe Policial, todo esto en el Diario El Matutino, que arrancó en 1990 y duró hasta el 28 de noviembre de 1992.
El Tío se encargaba de todo, absolutamente de todo, desde gestionarnos los viáticos, ayudarnos a titular, a anotar los pedidos de fotografía, a conseguir cosas "imposibles" y sobre todo a defender a la Sección, sin dudas fue un padre dentro del diario, para todos los que arrancamos a trabajar en esa época.
Nunca me dejó de sorprender su calidad humana, siempre listo a dejar de hacer algo con tal de darte una mano; no menos sorprendente era el hecho de como trataba de la misma forma a un empleado nuevo, como a los máximos directivos de la empresa, hablando siempre de frente y generalmente teniendo la razón.
Millones de anécdotas en lo que es y será siempre su casa: El Diario El Litoral, tiempos muy buenos y otros no tanto, como la vida misma. No la pasó bien cuando hubo un Jefe de Personal que se encargó de perseguirlo, por que pasaba mucho tiempo en el diario y no se tomaba vacaciones, ni los descansos... en más de una oportunidad se tuvo que esconder dentro del cesto de mimbre y taparse con diarios para esquivar "la ronda", ya sea del citado Jefe o de alguno de sus secuaces.
Presente siempre, en las buenas y en las manos, el Tío nunca dejó de estar y como pocos siempre se supo adaptar a todos los cambios tecnológicos que sufrió la profesión, que no fueron pocos, desde escribir a máquina, hasta manejar los actuales programas, siempre con una voluntad impresionante. Lo golpearon mucho los fallecimientos de Daniel Monticcelli en el 2016 y al año siguiente el de Luis Gudiño, dos compañeros de la sección, pero él se encargó de recordarnos cada fecha y cada tanto traernos noticias de sus familiares.
La pandemia nos alejó físicamente, pero no hay día en el cual no tengamos noticias de él y su merecida jubilación nos encuentra de esta forma. No es una despedida ni mucho menos, estamos plenamente convencido que de alguna forma u otra seguirá ligado y trabajando para "su" Diario El Litoral.
Marcelo Mendoza es sin dudas "uno en un millón", un fuera de serie y como nos gusta decir en el Turf: El "Tío" Mendoza es "UN PINGO".
Hay días que no quisiéramos que existan, si bien sabemos que la vida tiene ese orden de ciclos donde hay que finalizar algo. Son días raros porque si bien llevan el mérito de haber cumplido con algo, también llevan por añadidura el despedirse de... y ahí es donde todo se nubla.
Para mi querido Marcelo, o Tío o los apodos que tiene la sección, hoy se cumple un plazo administrativo, donde vas a pasar a tener el beneficio de la jubilación, pero no se si podrás y podremos desprenderte del diario.
El diario tiene un imán raro, que hace que todo lo que pasamos por ahí seguimos vinculados, nos comentamos nuestros perfiles, nos acordamos el momento exacto de las vivencias, la ropa que teníamos, qué pasaba ese día en la ciudad y en el mundo.
Bueno así son mis vínculos con todos, nunca pude desprenderme y si yo no pude, me imagino que Marcelo está adherido a lo cotidiano del diario, con el correr de los años y las mudanzas.
Portador de miles de anécdotas, jamás me abandonó a mi suerte, aún cuando yo misma abandoné. Yo tenía 26 cuando entré al diario y hoy a mis 50 no hubo un año donde Marcelo no me haya saludado para un cumpleaños, navidad, año nuevo, día del maestro, del periodista. Que esté pendiente de mi familia. Hemos compartido lágrimas y no solo es un redactor del diario sino como un embajador, si está Marcelo está el Diario. La última vez que nos vimos no fue el mejor momento, quizás si significativo por muchos motivos, porque marca lo que se entrelaza nuestra sección de deportes con el deporte mismo. El tío me esperó ese domingo para estar junto a César que despedíamos a nuestro colega el padre de Germán Chiaraviglio. Ahí noté el paso del tiempo de la vida, la sensibilidad de lo que se mezcla en esta profesión y el profundo cariño que generamos entre compañeros, que sabemos cuándo el otro recibe un golpe que lo hace tambalear. Ese domingo previo al aislamiento el tío estuvo conmigo y con una parte de la comunidad deportiva, que lo respeta y respeta al diario por esos gestos que algunos tienen que lo hacen diferente, que hacen que el trabajo sea humano, cordial, afectuoso. Marce creo que nos acompañó a todos en buenos y malos momentos y es ese compañero, ese amigo que no lo vamos a tener que llamar, que va a estar. Por eso hace un rato a las nueve de la mañana cuando escribiste: “llegó el día”, sí para toda la sección deporte es un día que queremos saltar del almanaque, pero solo para no saber que estás administrativamente jubilado, porque del grupo no te vamos a sacar y de nuestras vidas tampoco. Te quiero un montón y estoy agradecida de que el destino me haya puesto a personas como vos que enriquecieron mi vida.
Me pidieron que escriba unas líneas referidas a Marcelo Mendoza como compañero de tareas de la Sección Deportes, ya que se jubila y la idea es sorprenderlo con diversos testimonios, no sólo de quienes compartimos la “isla” de Deportes, sino también de otras secciones.
Pero voy a tomarme la licencia de escribir estas pocas líneas como si te estuviera hablando a vos “Tío”. Nunca pregunté por qué casi todos los que te conocemos te llamamos de esa manera, pero realmente es algo innecesario hacerlo, sos el “Tío” de todos, ese “Tío” compinche, ese “Tío” protector, defensor, cuidador y mano derecha de quien lo necesite.
Te conozco personalmente desde “hace” poco más de 15 años, los que “hace” que compartimos esta tarea, pero se me “hace” que te conozco desde “hace” muchísimo más. ¿Por qué tantos “haces”?, porque a través de este tiempo en el cual convivimos en la redacción, cuando se trató de “hacer”, nunca te rehusaste.
No obstante algunas frases célebres que a pesar del paso del tiempo nunca dejarán de sonar (“Vos cerrá el o...” o “Me la como doblada...”, por ejemplo), fuiste, sos y serás el ejemplo de todos los que te conocemos, de eso no me cabe ninguna duda, más allá de las paredes que contienen a El Litoral.
Eso es indiscutible e irrefutable, toda persona que te conoce habla maravillas de vos, y a eso te lo ganaste solamente vos. Pero lo más importante es que nunca te los creíste, ni “chapeaste” con esa cualidad y calidad de ser humano.
Hoy estamos dedicándote estas palabras mediante escritos. Es verdad que de este modo perdurarán por siempre. Nosotros sabemos más que nadie que a lo escrito no hay manera de borrarlo, y que a las palabras se las lleva el viento, pero en un contexto “normal”, esto te lo diría personalmente y estoy seguro de que nadie podrá negarlo.
Lamentablemente esta “maldita” pandemia nos ha quitado la posibilidad de “festejar” tu merecida jubilación, y mucho más doloroso ha sido no disfrutarte hasta el último día de trabajo, hasta de eso nos privó este virus lpm...
No quiero cerrar este monólogo sin decirte GRACIAS por estos 15 años de compañerismo, pero sobre todo de AMISTAD, que inequívocamente serán muchos más. A disfrutar AMIGO..., y no te pierdas, te esperamos..., siempre...
¡Tío querido! Gracias antes que nada. Fuiste una de las primeras personas que me brindó su confianza y, fundamentalmente, la buena onda, cuando arranqué en Cable y Diario, allá por el año 2000. Tuve la suerte de compartir, por aquel entonces, muchos momentos y anécdotas como esos almuerzos extendidos en El Cabildo junto a Charly y Peluca (entre otros).
El tiempo nos volvió a juntar en tu segunda casa (¿o primera?) que es El Litoral, y pude otra vez estar cerca de una gran persona como vos.
¡Felicitaciones por la jubilación, a disfrutarla!
Tío querido, no fue mucho el tiempo que pudimos compartir en la Redacción, pero sí el suficiente para descubrir a un compañero de fierro, solidario como pocos y siempre predispuesto. Éxitos en esta nueva etapa de tu vida, un abrazo!
Tío, no me quedan muchas cosas por agregar. Sólo agradecer el haberme acompañado en los buenos momentos de mi vida y también en tiempos complicados por el que atravesamos todos cuando perdemos un ser querido. La amistad seguirá siendo la misma, la de siempre. Ese vínculo que nació hace casi 30 años seguirá por siempre. Hoy, en la despedida vía zoom, llegué tarde pero Darío, emocionado hasta las lágrimas, me hizo saber que fue el homenaje merecido de un hombre que cosechó lo que sembró durante tantos años. Ahora a disfrutar del merecido momento y a cumplir con la juntada una vez que pase este mal momento que nos toca vivir. Abrazo querido tío!!!!!