Nuestro retroprogresismo avanza raudo hacia el siglo XIX. Durante una reciente intervención en el Senado de la Nación, Jorge Taina, excanciller de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, hizo referencia al fusilamiento de Manuel Dorrego en 1828, y responsabilizó a "los intereses financieros de la Ciudad de Buenos Aires", los mismos grupos que, según él, brindaron su apoyo al expresidente Mauricio Macri.
En su afán de justificar la línea de ataque a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, objetivo que Cristina había definido en varios discursos de su campaña preelectoral a las presidenciales del año pasado, Taiana vincula el tiempo de las guerras civiles entre las provincias de una Argentina aún no constituida, y justifica la reducción de fondos asignados a la capital federal en el sistema de coparticipación de impuestos.
Intentar despertar los fantasmas de las guerras civiles previas a la Organización Nacional para ampliar la grieta que separa a los argentinos, es un acto senil y un delito de lesa sociedad. Ninguna consideración mínimamente responsable sobre los potenciales efectos de estos impromptus discursivos, alcanza para detener el exabrupto de este político devaluado que busca congraciarse a cualquier precio con la presidente del cuerpo legislativo y las elaboraciones del Instituto Patria.
Pero además es un desvarío que busca retroceder en el tiempo, y congelarlo en aquel deleznable y trágico acontecimiento instigado por los unitarios porteños en el siglo XIX; hecho que, en pocos años, cumplirá su bicentenario. La arenga extemporánea niega el transcurso de doscientos años que han cambiado al mundo y a la Argentina hasta volverlos irreconocibles. Y todo para justificar la puesta en marcha de un plan para erosionar la ascendente figura política de Rodríguez Larreta a través de un recorte profundo a los ingresos de la ciudad que gobierna.
Sin duda, la arquitectura federal del país merece una discusión profunda, porque hoy no funciona. Pero no de este modo. Los gobiernos de Néstor y Cristina ejercieron un acentuado centralismo que jamás alcanzó a disimular la identificación verbal, sobre todo de la bonaerense Cristina, con la Patagonia argentina. Néstor y Cristina gobernaron con leyes de emergencia que le confirieron un poder omnímodo, y distribuyeron fondos a las provincias de acuerdo con las respuestas que los gobernadores le daban a sus demandas políticas. Hace rato que la dependencia financiera de las provincias respecto del poder central, ha subvertido toda noción de federalismo genuino. Y ni hablemos de lo que ahora ocurre con la pandemia, por cuya causa provincias empobrecidas hasta la agonía dependen como nunca del dinero del poder central, que tiene el monopolio de la impresión y acuñación de moneda.
La colaboración entre las máximas autoridades de la Nación, la Ciudad Autónoma y la provincia de Buenos Aires con respecto a los desafíos que planteaba -y plantea- la pandemia, crearon la ilusión efímera de una Argentina civilizada, en la que el diálogo y la coordinación de acciones en favor de la población era factible. Pero la experiencia duró hasta que los sondeos de opinión pública mostraron el crecimiento de la figura de Rodríguez Larreta, en franco contraste con los problemas de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. En ese momento Cristina dijo basta, Alberto bajó la cabeza y la artillería de funcionarios y legisladores nacionales y provinciales, acompañados por el coro de la militancia oficialista, comenzó a disparar fuego graneado sobre Larreta y la ciudad de Buenos Aires, en cuyos entresijos de mayor valor inmobiliario viven muchos millonarios del kircnerismo.
En cualquier caso, poco les importa la contradicción simbólica. Su ADN los impulsa a la lucha agonal por un poder excluyente que vacíe en sus manos la cornucopia de la abundancia. Y en primera fila siempre aparecen personajes que le provocan vergüenza a cualquier ciudadano decente.
Días pasados, leí un reportaje al reconocido escritor ruso Mikhail Shishkin, quien hablaba con tristeza de su país y su forzada emigración, por causas que remiten a la penosa experiencia argentina.
Dice Shishkin: "Rusia está repitiendo ahora mismo su avance hacia la revolución de 1917 de una manera asombrosa. Ahora, como entonces, han ido tomando forma dos naciones diferentes en cuanto a espíritu y cultura, aunque ambas son rusas, comparten el mismo territorio y hablan el mismo idioma. Un segmento abarca a millones y está empobrecido, sin educación, alcohólico y mentalmente atrapado en la Edad Media. La otra parte de la población, muchísimo más pequeña, es educada, ha viajado por el mundo y tiene nociones europeas de una sociedad democrática. Para los primeros, sólo la mano de hierro de un zar-Stalin puede poner orden en Rusia. Para los otros, toda la historia rusa es un pantano sangriento del que el país debería ser sacado y luego organizado al estilo liberal europeo. Hemos visto a qué condujo esta contradicción hace cien años. Todavía tenemos que abordar las consecuencias de aquel horrendo desastre. A eso se suma que durante el período soviético desarrollamos mentalidad de esclavos. No tenemos ninguna responsabilidad por nada. No podemos cambiar nada. Sólo los que están por encima de nosotros pueden decidir. Nada depende de nosotros. Y si vivimos en la miseria nos sentimos infelices, los gobernantes tienen la culpa. Somos sólo víctimas. Este paradigma debe cambiarse en Rusia. No culpes a los demás, es tu culpa. Debes asumir en tus manos la responsabilidad de tu calle, de tu ciudad, de tu país. No busques el mal en alguna parte. Está dentro de ti. ¡Empieza por ti mismo!". En otro tramo, el autor agrega: "Fuimos gobernados por comunistas, ahora somos gobernados por ladrones. Ambos son repugnantes."
El texto del escritor ruso me recordó una columna de Jorge Fernández Díaz en la que cita al pensador argentino Santiago Kovadloff y su interpretación sobre el modelo kirchnerista: "El proyecto -arrancó el filósofo- consiste en crear una sociedad sin ciudadanos; con sujetos dependientes de un Estado empeñado en la tarea de abastecer necesidades básicas para que los individuos duren sin desarrollarse, y en la convicción de que la gente nació para obedecer y no ser libre."
Cuando recuerdo el secuencial proyecto político familiar orquestado por los Kirchner en los comienzos del mandato de Néstor, reconozco que, por entonces, me pareció de política ficción. A Néstor lo seguiría Cristina, y a Cristina, Néstor, hasta qué Máximo alcanzara la madurez para calzarse la banda presidencial. En el medio, murió Néstor y desordenó en parte el plan. Pero hoy sigue con Cristina, cuyo desvelo, además de deshacer los juicios en los que está involucrada, es promover a Máximo como candidato en 2023, con el respaldo militante de La Cámpora y el Instituto Patria. Cualquier parecido con la dinastía de los zares no es mera coincidencia.
Intentar despertar los fantasmas de las guerras civiles previas a la Organización Nacional para ampliar la grieta que separa a los argentinos, es un acto senil y un delito de lesa sociedad.
Cuando recuerdo el secuencial proyecto político familiar orquestado por los Kirchner en los comienzos del mandato de Néstor, reconozco que, por entonces, me pareció de política ficción.