La Argentina está en el quinto infierno. El descontrolado contagio social del Covid-19, los sobrecogedores índices de la macroeconomía, el deterioro social, el exponencial crecimiento de la pobreza, el aumento de la criminalidad violenta, la toma de tierras promovida por Juan Grabois, socio del Cristinismo, crean en su conjunción, un dramático panorama.
En medio de semejante situación, el discurso del presidente Alberto Fernández, en el pasado 17 de octubre, fecha ritual del nacimiento del peronismo, exhibió frases del folklore de ese movimiento y frecuentados lugares comunes, así como dosis de verdad y mentira sobre la historia argentina. Recordó la proscripción del peronismo -hecho indiscutible- y los fusilamientos de la Revolución Libertadora, pero obvió las precedentes persecuciones, encarcelamientos y exilio de opositores durante los gobiernos de Perón. Sin duda no era el momento ni el lugar para recordarlo, pero algún día habrá que hacer la síntesis de una historia que nos interpela a unos y a otros. Lo cierto, para no retroceder tantas décadas, es que, desde el restablecimiento de las instituciones en 1983, el justicialismo, como partido, frente o movimiento, ha gobernado por lejos la mayor cantidad de años del ciclo democrático. De modo que los resultados que hoy experimentamos, le atañen de manera insoslayable.
Contra las evidencias que hacen del año 2020 uno de los más graves de nuestra existencia nacional, el presidente manifestó suelto de cuerpo que "Dios debe ser peronista, porque menos mal que el peronismo está gobernando la Argentina en este momento". Lo cierto es que su vicario en la tierra, Jorge Bergoglio, sí lo es. Y que, por lo tanto, sólo nos queda esperar el Juicio Final sobre estas intervenciones.
En cualquier caso, más allá de las habituales victimizaciones e imputaciones a las que sus dirigentes son proclives, lo cierto es que la jornada se prestaba para un discurso más agresivo. Y en este sentido, Fernández fue bastante prudente; bajó el nivel de confrontación, afirmó que "acá nadie sobra, todos hacemos falta" y llamó a la unión de los argentinos en un país sin odios.
En cuanto a las responsabilidades, siempre son de los otros. Sólo los aciertos son propios. "No es magia", solía decir Cristina Kirchner, cuando dilapidaba a manos llenas los ingresos provistos por los mayores precios históricos de la soja y otros commodities, súbitamente valorizados como refugio por el estallido de la economía mundial a causa de la crisis de las hipotecas en los EE.UU. en 2008, consecuencia de delincuenciales artilugios financieros que terminaron por contaminar, como el Covid, al mundo entero. Por un tiempo, la economía real fue una alternativa ante el desmadre de la economía financiera. Y la Argentina fue uno de los países beneficiados, pese a que la crisis global la afectó en otros aspectos. Durante ese ciclo, en el que se duplicó el gasto público argentino, Cristina vistió su aparente éxito con las plumas del trabajo aportado por el campo tan odiado y la coyuntura internacional favorable para el mayor precio de las materias primas, empezando por la soja, ese "yuyo" despreciado por su principal beneficiaria política.
Pero si la gravedad de la situación se corresponde con el control discursivo del presidente, falta ver su efectiva traducción política, que es la que le pueden brindar sustentabilidad, al menos de mediano plazo, a un intento de recuperación económica con efectos sociales positivos.
Entre tanto, del dicho al hecho hay un gran trecho por recorrer. En consecuencia, los próximos días convalidarán o negarán la expectativa de una Argentina más sosegada y dispuesta a conciliar posiciones en función de un plan económico con sustancia, hasta ahora inexistente.
Un buen dato para comenzar a reponer la confianza pública en las instituciones, es la orden judicial de desalojo de la principal entre diversas usurpaciones de tierras en La Matanza, varias hectáreas de particulares, alambradas y en producción, ubicadas en Guernica, que ha sufrido varias prórrogas por pedido del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Se pueden entender las prevenciones de Kicillof, sobre todo cuando ha trascendido que el grupo duro que nuclea la última resistencia está ligado al narcotráfico y a sectores de izquierda no controlados por el peronismo. Pero una cosa es la prudencia y otra la inacción, actitud que convalida las peores sospechas sobre el pensamiento oficial predominante en esa gobernación. De las numerosas tomas, alentadas por sectores asociados con el gobierno nacional, ésta es sin duda el caso líder. Y su resolución o no, irradiará un mensaje fuerte al país todo, para bien o para mal.
Otra toma, que concluyó con la decidida intervención del juez de Revisión Marcelo Álvarez Melinger, fue la de un campo privado de la familia Soriani en El Foyel por parte de la comunidad mapuche Lof Gallardo Calfú, mediante la invocación de derechos ancestrales.
Los derechos ancestrales son un engendro teórico que, como el Lawfare, constituyen generalizaciones convenientes a la hora de reclamar propiedades sin papeles o defenderse sin pruebas de acusaciones sólidas. La invocación de la ancestralidad, común a todos los seres humanos que hoy poblamos el planeta tierra y que somos genéticamente parientes, de aceptarse, abriría las puertas del infierno, multiplicándose las guerras de todos contra todos. Plantear imposibles, como retrotraer la historia, es una perversión ideológica empleada por los cultores del "cuanto peor, mejor", única forma de pescar poder en un río político revuelto. De modo que no hay nada de inocente en estos planteos de la izquierda anti burguesa, que le niega el derecho de propiedad a las familias para atribuírselo a clanes de originarios, siempre y cuando apoyen sus planes. De manera que el derecho de propiedad no desaparece, sólo se transforma por la fuerza.
El gobierno nacional debería tomar en serio este problema, porque lo que en el fondo está en juego es la integridad territorial de la Argentina. En el supuesto colectivo mapuche hay de todo, incluidos no mapuches, que desconocen al Estado nacional y sus leyes, en tanto proponen la creación de un Estado propio en una franja austral que se extiende del Pacífico en Chile al Atlántico en la Argentina.
En la estructura del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación Argentina, a cargo de Elizabeth Gómez Alcorta, hay numerosas direcciones y oficinas vinculadas con la cuestión mapuche e integrada por representantes de esa etnia. Lo curioso, también, es la relación de varias de esas oficinas con organizaciones internacionales que les aportan fondos, entre los que resaltan los que proceden de fuentes británicas, incluidas las embajadas del reino Unido en Chile y la Argentina.
Por este camino, nuestro país está más cerca de perder una porción de la Patagonia que de lograr la devolución de Las Malvinas, cuestión atada a ésta, por otra parte. Porque ¿cuál sería el argumento reivindicatorio de una Argentina que cede por influjos ideológicos parte de su propio territorio continental? Sólo la inconsistencia política e ideológica de un gobierno que es muchos gobiernos a la vez, puede alentar estas peligrosas derivaciones.
Por el momento, el desalojo del campo de El Foyel, se cumplió con la participación de la fuerza pública. Pero las cosas no quedaron bien y los incidentes violentos se extendieron hasta la noche. La gobernadora de Río Negro, Arabela Carreras, que intentó hablar con integrantes del Lof, la pasó muy mal. Recibió insultos y su coche fue apedreado. "Andate de acá, vos no sos mi autoridad, vos sos huinca, yo soy mapuche" le gritó un desaforado. Y una amenaza quedó en el aire: "Son nuestras tierras, las tierras de nuestros ancestros. Vamos a volver a reclamar por lo que es nuestro". Para ese propósito cuentan con el apoyo del Ministerio de Gómez Alcorta, integrante de Patria Grande y allegada a Horacio Verbistsky, numen ideológico del gobierno.
Lo curioso es la relación de varias de esas oficinas con organizaciones internacionales que les aportan fondos, entre los que resaltan los que proceden de fuentes británicas, incluidas las embajadas del reino Unido en Chile y la Argentina.
Nuestro país está más cerca de perder una porción de la Patagonia que de lograr la devolución de Las Malvinas. Porque ¿cuál sería el argumento reivindicatorio de una Argentina que cede por influjos ideológicos parte de su propio territorio continental?