Dr. Hugo D. Valderrama | Médico neurólogo - Máster en Neurociencias (Mat. 5010)
Dr. Hugo D. Valderrama | Médico neurólogo - Máster en Neurociencias (Mat. 5010)
Bocinazo en el tráfico, martillazo de una construcción, estruendo en una marcha, gritó en una discusión, silbato de un inspector, la sirena de una ambulancia. Ruidos imprevistos e irregulares habitan frecuentemente la selva de nuestras ciudades. Interpretados como amenazas, mantienen encendidos los sistemas de vigilancia de nuestro cerebro y pueden sumar agotamiento por ansiedad.
Unas horas de lluvia brindan armonía ambiental y equilibrio acústico. El caer de las gotas puede ser rítmico, con intervalos repetitivos y situarse en ese umbral de decibeles, que facilitan un estado de calma para las redes neuronales. Se liberan endorfinas que hacen sentir ese bienestar idóneo para descansar, como también ingresar a un estado de introspección.
La clave no es el volumen, sino la velocidad de cambios de ese volumen. Así como la lluvia, el sonido del mar pueden variar entre silenciosos seguidos de crescendos, pero generalmente esos cambios se estiran al menos durante unos segundos. En contraste con una bocina, que repentinamente perfora el silencio con un volumen máximo e instantáneo. Antropológicamente estamos programados para responder a los ruidos que surgen de la nada, porque pueden ser muy malas noticias.
Muchos están familiarizados con los denominados “ruidos blancos”: son lo que contiene todas las frecuencias, de manera aleatoria y con la misma potencia. Si tienen menos amplitud para las bajas frecuencias, se denominan “ruidos rosas”. Estos últimos son generados por la lluvia si se transforma en un sonido más profundo, similar a una cascada lejana.
Estas combinaciones especiales de frecuencias, potencias y ritmos, crean un “camuflaje acústico” de los ruidos ambiente. Con el, los estímulos auditivos más intensos son menos capaces de activar la corteza cerebral. Además puede desviar la atención de pensamientos intrusivos. Ofrece al cerebro la sensación de control, una pauta acústica repetitiva donde se convence de que no hay amenazas externas.
No es casualidad que a los bebés les resulte más fácil dormirse, con el ruido del motor del auto, o de algunos lavarropas. Inclusive adultos que dejan el ventilador prendido cuando no lo necesitan, sólo para oírlo y ayudarlos a conciliar el sueño.
Si la “música amansa las fieras”, la lluvia es música para nuestro cerebro.