A cuatro meses del fallecimiento del compositor de grandes bandas sonoras de películas, se publicará “Morricone Segreto”. Será un álbum póstumo que incluirá siete obras que no habían sido divulgadas. Aprovechamos esta excusa para desentrañar las claves que lo convirtieron en el gestor de melodías inolvidables.
Archivo El Litoral / EFE Escribir música es mi oficio, el que me gusta y la única cosa que sé hacer. Es una manía, sí, un hábito, pero también una necesidad y un placer , afirmó alguna vez Morricone.
¿Sería “Cinema Paradiso” una de las más queridas entre las ganadoras del Oscar a la Mejor Película Extranjera si no fuese por su evocadora banda sonora? ¿Los fotogramas de la selva amazónica de “La misión” serían tan bellos si no sonaran los dulces acordes de “El oboe de Gabriel”? ¿La escena de la muerte de Jim Malone en “Los intocables” tendría ese halo de nostalgia, de pérdida irreparable, si no estuviese destacada por esa melodía triste con toques de jazz? O, más directamente, ¿el cine del siglo XX sería el mismo sin la figura gigante del compositor italiano Ennio Morricone?
Existe consenso entre críticos, espectadores y cineastas respecto a que fue el gestor de algunas de las bandas sonoras más valoradas de la segunda mitad del siglo pasado, con una versatilidad que le permitió dejar su marca en géneros tan variados como el spaguetti westerns (sus trabajos para Sergio Leone en la trilogía protagonizada por Clint Eastwood) y el giallo (“El pájaro de las plumas de cristal” y “El gato de las 9 colas”, de Darío Argento). A colaborar con autores tan disímiles como Pedro Almodóvar (“Atame!”), Terrence Malick (“Días del cielo”), Pier Paolo Pasolini (“Saló”) y Quentin Tarantino (“Los ocho más odiados”, hace muy pocos años). Y a elevar a muchos films sin vocación de eternidad gracias a sus magistrales composiciones.
Fallecido el 6 de julio de 2020 a los 91 años, el músico italiano está tan vigente como predestinado a seguir emocionando a los amantes de la música, en especial los que además gustan del buen cine. Es que el próximo 6 de noviembre se dará a conocer en diferentes formatos “Morricone Segreto”, primer álbum póstumo del romano, que lleva como epígrafe la sugestiva frase “el lado oculto, oscuro y psicodélico del Maestro”. Y que incluirá siete piezas que hasta ahora no habían sido divulgadas. Se trata de un grupo de obras que fueron registradas por el maestro en las décadas ´60 y ‘70, una de sus etapas más prolíficas. Pero, ¿cuáles son las claves principales cómo para situar a Morricone entre los grandes compositores no ya del cine, sino de la historia de la música?
Popular y prolífico
¿Cómo definiría su estilo? le preguntaron una vez al maestro. Y, haciendo gala de cierta modestia, respondió: “mi estilo es siempre el de la película. Trabajo para un director, no para mí”. Sin embargo, como señaló Esquire en su sitio web con motivo de su fallecimiento, hay una serie de rasgos que identifican el estilo de Morricone: “sus líneas simples y melodías, que permiten ser tarareadas fácilmente, unidas a complejos arreglos; el uso de una instrumentación inusual; la incorporación de sonidos concretos o el uso y reivindicación de la voz humana como un instrumento más de la orquesta”. Esto alcanza cimas, por ejemplo, en las bandas sonoras creadas para dos películas de Leone cuyos títulos empiezan casi igual: “Érase una vez en el Oeste” de 1968 y “Érase una vez en América” (1984).
Por su alcance popular (quien más, quien menos, todo el mundo conoce las melodías de Morricone) alguna vez se lo comparó con los más grandes de la historia. “Ennio Morricone es como Mozart”, llegó a decir Quentin Tarantino, quien siempre admiró la capacidad del compositor para crear bandas sonoras capaces de entrar rápidamente en la memoria del oyente, como otrora había hecho Wolfgang Amadeus en sus breves 35 años de vida. Cabe decir, al respecto, que Morricone fue tan prolífico como aquél: articuló medio millar de composiciones, distribuidas en distintos períodos.
Versátil y talentoso
El crítico Jordi Batlle Caminal remarcó alguna vez la verstilidad de Morricone, que fue capaz de adecuarse como pocos a las condiciones de producción de los filmes para los cuales era contratado. “Cuando, en 1982, John Carpenter, que hasta entonces se había responsabilizado siempre de las bandas sonoras de sus películas, recurrió a Ennio Morricone para la partitura de ‘La cosa: el enigma de otro mundo’, el maestro italiano no dudó en ofrecerle un score típicamente carpenteriano, regido por el sintetizador”, aseguró Caminal. Lo cual constituye “una prueba irrefutable de su talante camaleónico: como todos los grandes compositores del cine se amoldó siempre a las necesidades de los cineastas más dispares. Entendió en fecha temprana que la música, en cine, es esencialmente atmósfera”.
Sin embargo, el caso de Morricone es particular: hay un puñado de filmes en los cuales intervino, que trascendieron el paso del tiempo sobre todo por sus soundtracks inolvidables y no por sus méritos cinematográficos. “La misión” de 1986 es un caso paradigmático, pero también podría incluirse en esta categoría “El clan de los sicilianos” de 1969, “El profesional” de 1981 y “Malena” de 2000. El director Giuseppe Tornatore lo afirmó con precisión: “para mí (Morricone) es más que un simple colaborador. He construido cada una de mis películas con él. No es que ‘Cinema Paradiso’ sería otra sin su música, simplemente sin Morricone no sería. Y así una a una todas mis películas”.
Es que, en definitiva, gracias a Ennio Morricone, los espectadores de cine fueron (fuimos) capaces de soñar, de emocionarnos y de reflexionar sobre los grandes temas: el amor, la amistad, la pasión, la abnegación y a muerte. Eso define a un gran artista.