Hernán Arduvino y su pareja Romina Aranda son militantes del Partido Comunista. Viven en terrenos del ferrocarril, en barrio Siete Jefes, a la vera del tramo de calle Pedro Ferré que recientemente fue abierto para comunicar los sectores ubicados a ambos lados de la vía. A metros de su vivienda se erige una precaria construcción que antes funcionaba como base de su organización pero que ahora es sede de un merendero que asiste a unas setenta familias humildes de la zona, donde se radicó un asentamiento. Desde hace tiempo, ambos son acosados por violentos sujetos de la barriada que este viernes protagonizaron el más grave de los incidentes.
"A nosotros nos mueve el amor, no el odio. No estamos armados, no andamos a las piñas, no vendemos drogas. Trabajamos todo el día. No tenemos tiempo para pensar en maldades como esta gente. Armamos el espacio con cosas recicladas. Al piso lo hicimos vendiendo empanadas. No manejamos dinero. La mercadería que usamos para cocinarle a los vecinos es de la Municpalidad y del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, que conseguimos a través del partido", contó Arduvino, al que todos conocen por el apodo de "Wilson".
"Hace tres meses que comenzaron los problemas. Los tranceros me tiran tiros y la policía me tortura", denuncia.
El de este viernes por la tarde fue el cuarto de los tiroteos contra él. "Desde que empezaron estos líos me tuve que correr del merendero para evitar poner en riesgo a los chicos. Eran aproximadamente las 19.30 y yo estaba probando una moto en la ciclovía cuando escuché los estampidos", recordó.
Romina, como todos los días a esa hora, estaba en plena "repartija" de la leche para los chicos. "Había muchos nenes en la plaza y también en la parte del gimnasio -relató la mujer-. En eso escucho un griterío y salgo afuera. Eran las madres de los niños que desde la villa les decían que se protejan. Corrí hasta la calle de tierra y ahí vi que venía esta "cofradía". Eran cuatro que corrían hacia acá, tres de los cuales estaban armados. Me di cuenta que iba a atacar a mi pareja, porque decían 'ahí va, aprovechá, tirale'. Agarré los chicos que estaban conmigo y los metí adentro de la casita. Inmediatamente empecé a oír los disparos. Estaban atrás de nuestro espacio y tiraban por arriba de las cabezas de los nenes. Fue una locura. Llamé a la policía, pero vinieron y sólo buscaron unos casquillos. No encontraron nada y se fueron".