Venía mal, es cierto, pero en octubre los síntomas se tornaron alarmantes; consiguieron lo impensado, asustarlo.
Típico de los tipos robustos, se creen inmortales, todopoderosos, resisten, atropellan. Incluso cuando algún achaque lo termina acostando, pronto se sacuden el polvo de las ropas y, otra vez se alistan para seguir en carrera. Y siguen.
Venía mal, es cierto, pero en octubre los síntomas se tornaron alarmantes; consiguieron lo impensado, asustarlo.
Después de mucho, mucho tiempo disimulando dolencias y mitigando recaídas, el nieto de Don Martín, acuciado, decidió cambiar de médico e internarse. Tomar su interminable malestar en serio.
Típico de los tipos robustos, se creen inmortales, todopoderosos, resisten, atropellan. Incluso cuando algún achaque lo termina acostando, pronto se sacuden el polvo de las ropas y, otra vez se alistan para seguir en carrera. Y siguen.
Muy distinto es lo que pasa con los más débiles, ante la primera caída, toman conciencia, advierten sus flaquezas, y entonces se cuidan. Administran con recelo sus energías.
Para ser justo, no todos sus problemas tuvieron que ver con el narcisismo, al menos no de manera directa. Los aduladores de saco y corbata, sobre todo aquellos que se presentaron como especialista contribuyeron a su debacle.
Por lo que pude averiguar, llegaron por tandas.
Primero, se presentaron los sibilinos. Ellos hicieron mucho daño, quizás el daño original. Lo convencieron que su vida estaba predestinada a la grandeza y por ende podía darse el lujo del derroche, el descuido y hasta cierta cuota de degradación. Mucho tiempo le hicieron perder, acaso sus mejores días.
Luego llegó la hora de los aprovechadores; claro lo notaron vulnerable, y pensaron en sacar provecho propio. Cegados por el egoísmo no advirtieron que todos, de una u otra manera, nos terminaríamos perjudicando.
Por fin los despiadados, fueron ellos los que trajeron recetas fulminantes, hablaron de amputar ciertas partes que para ellos eran perfectamente prescindibles. Es preferible vivir sin un brazo que morir con el cuerpo entero.
Hoy todos están presentes, sabido es que la desgracia nunca viene sola, sino a batallones. (*)
Yo, que lejos estoy de ser un gran entendido, más por los libros que por experiencia, sé de sus viejos buenos tiempos. Momentos de gloria que hicieron suponer a propios y extraños que les esperaba un gran, gran porvenir.
Si, por mi edad, fui testigo presencial de algunos (no muchos) momentos de renovada ilusión. En 1983, por ejemplo, se repuso milagrosamente de una despiadada enfermedad.
Parecía que otra vez el cielo se abría y se arribaba al fin de las épocas de tribulaciones. Mas, al poco tiempo retornaron los síntomas de un mal, que se suponía sucedáneo, pero resultó casi igual de pernicioso. Devastador.
Fue esa dolencia, con variables pero la misma, la que lo terminó llevando a un estado de debilitamiento total, al punto que muchos pensaron lo peor.
Sin embargo otra vez se repuso.
A poco de transcurrido el nuevo milenio, emulando a los viejos boxeadores de peso completo, saltó de nuevo al ring, y ahí todos, incluso los que lo daban por muerto, comenzaron a imaginar un desempeño distinto, mejorado. Ganador.
Y otra vez… el mal.
Escucho decir que el 2020 es el año en que todos moriremos un poco y algo de cierto tendrá. En nuestro caso, el diagnóstico se volvió a complicar y empeoró con este maldito asunto de la pandemia, de la que muchas cosas todavía se desconoce, salvo una: amenaza de muerte a los pacientes con enfermedades preexistente (comorbilidades que le dicen).
Y vaya si el nieto de Don Martín arrastra males de otros tiempos.
Él siempre se las ingenió para ser noticia, pero, por estos días, aparece de mañana, tarde y noche en el centro de las polémicas.
Hasta circulan algunas fotos donde se lo ve asistido en terapia, entubado y aferrado a respiradores artificiales. ¡Diagnóstico reservado! Repiten los opinadores mediáticos.
Da mucha pena, para ser piadoso, prefiero pensar que cada quien expresa su pesar como puede, algunos con bronca, otros con indiferencia y hasta con fingido regocijo.
Yo, no puedo ser objetivo, menos distante; amo tanto al nieto del gaucho que siento impotencia al procurar que mis hijos no lo tomen como una causa perdida.
(*) William Shakespeare