Por Pablo Benito
El comienzo de clases en Escuelas Rurales, indica un camino paulatino de volver a “encontrarse con el colegio y la institución”. La imaginación al “No poder” es lo que viene para revertir 2021
Por Pablo Benito
El capitán del Titanic grita con voz de mando “las mujeres y los niños” primeros.
Elegir entre quien vive y quien muere, debe ser la responsabilidad más terrible de un ser que ama la vida, pero en este caso tiene que ver con un instinto de preservación de la especie racionalizado y transformado en norma. Las mujeres que procrean y los niños, que tienen vida por delante, son prioridad.
Contradiciendo la certidumbre del pensamiento salvaje del ser humano, durante la primera parte de la Sidemia (concepto avanzado de la pandemia “geográfica” sobre el que escribí anteriormente) los niños no sólo son los últimos en recuperar libertades, sino que la razón para que así sea se ha fundado en una crueldad que roza lo siniestro y se imprime, profundamente, en sus cabecitas. La sensibilidad, la culpa y el miedo, difícilmente, puedan –o se quiera- extirparse de lo cotidiano en la vida de las infancias: “Podés contagiar y hasta ser responsable de la muerte de los ancianos, si los ves, abrazas o besas”. Podrá haber argumentos para sostener tamaña cosa, pero la irresponsabilidad es supina a la hora de no identificar las consecuencias que impactan en una emocionalidad en formación, embrionaria, y el peligro de la inexistencia de estrategias para desarticular el violento hachazo de la “realidad”, sobre las consecuencias del ejercicio de “mi libertad”
Verticalismo mata creatividad
2020, será un año sin escuelas para los pibes, pero también sin club, sin plazas, potreros, sin encuentros gestionados independientemente de sus padres y una normalidad que aparece en la idea de los pequeños que afirman “jugar con sus amigos”, “hablar con compañero del colegio” u “hoy tengo que ir a clases”. Cuando en verdad no vio a su amigo, no habló con ningún compañero y no fue a ninguna clase. Su “adaptación” es una bomba de tiempo en la construcción de la personalidad. En la naturalización de lo que “no ocurre”.
La excluyente autoridad delegada a “esclarecidos” epidemiólogos, carentes de visión social, cultural o pedagógica, hoy resulta un perjuicio para el abordaje de la crisis sanitaria. Hizo lo que tenía que hacer.
Fue la política, no de los políticos sino de la sociedad, la que no encontró atenuantes para mantener las escuelas abiertas, con un régimen alternativo de concurrencia que eduque en el cuidado, en la toma de conciencia individual y sobre todo en la recepción de la mirada del docente. Si puede haber turnos para gimnasios, bancos, pagar impuestos, protocolos para hipermercados, bares, etc.
¿Es imposible garantizar que cada alumno pueda ir un día por mes, una hora al menos, a la escuela, entrar a su aula, ver, recordar, ser escuchado por su referente docente? ¿La posibilidad de encontrarse con dos, tres o cuatro compañeritos, con todas las medidas preventivas? ¿Es un delirio? ¿Es imposible de planificar para semejante Estado la revalorización de la educación institucional y realizar los esfuerzos pertinentes?
La orden “paralizadora” de las autoridades fue el Valium que exime la responsabilidad creativa de la comunidad educativa. Prohibido está que un establecimiento y sus responsables edifiquen -o al menos piensen y ejerciten- una estrategia de morigeración de los daños causado en los niños.
El mensaje de la sociedad, del Estado y de los adultos hacia los niños, es claro. Vuelven bares, negocios, casinos al aire libre, vuelve el fútbol que organiza a gente grande para que pueda jugar y ser vista, pero los juegos y las plazas tienen cinta de “peligro”. Las escuelas, que deberían educar para este nuevo paradigma de sociedad que ya está y la que viene, tiene las puertas cerradas.
Agentes del orden, evitando el desorden, bien podrían organizar, amigablemente, el esparcimiento ordenando y educando el cuidado para que una plaza vuelva a ser patrimonio de la diversión de los niños. ¿Es una locura imaginar eso?
Según el reconocido científico de la pediatría, Donald Winnicott –ya fallecido- “jugar es saludable: liga, une; jugar es hacer, y hacer requiere un tiempo, un espacio, un proyecto.” ¿Tomamos conciencia de lo que depara la falta de juego, de hacer, del tiempo y espacio para elaborar una proyección en el momento que esas aptitudes estallan como deseo y necesidad en los niños?
Cuarentena vs. Anticuarentena
Podemos confundirnos con el “modo grieta” de afrontar la realidad como exclusivamente nacional. Lo cierto es que “verdad – mentira”, con su modo binario de comprender lo que ocurre, es la trampa en donde la imaginación culmina enredada. Inmovilizada.
La situación es mucho más grave como para verla con los anteojos de la estupidez de quien quiere ganar discusiones como si fuesen competencias de bajo alcance.
Si la población, huésped de los virus, sigue siendo el problema para las autoridades y no la solución; el panorama es tan negro como las oscuras intenciones de dominación que esconden el “como vos sos tonto, yo te explico, yo te ordeno”.
Todos los indicios que vienen del otro lado del mundo y de todos los reductos de la ciencia, indican, no sólo una segunda ola de Covid, sino también que la reacción social ya no es uniforme y el hartazgo no se canaliza por vías políticas institucionales.
El miedo de la muerte comienza a preguntarse ¿“Qué es la vida”? Precisamente esa duda, que puede ser repudiada o no, es una realidad más tangible que el –o los- virus microscópicos.
El ánimo de la sociedad no es un fenómeno extraño. Es parte de una realidad que influye sobre las políticas e invita, también, a preguntarse por el grado de angustia de una población a la que le toca salir a la vida de manera autónoma: los jóvenes.
Recalculando
¿Qué generación está creciendo bajo el caldo de cultivo del aislamiento, la distancia, la boca tapada, la falta de abrazo, besos, encuentros y amor por celular? ¿Es un dato menor?
¿Cómo nos estamos nutriendo –no sólo alimentos- y cómo reemplazamos aquello que teníamos y ahora ya no conservamos? ¿Tomamos registro individual de cómo se modificó nuestro ánimo y capacidad intelectual?
Nada serio, más que la esperanza -sin argumentos en la realidad- hace pensar que 2021 será distinto. Incluso estamos cursando el año más caluroso de la historia desde que se tiene registro. Anomalías que abarcan a 2016-2020 como el cuatrienio con mayores temperaturas globales.
Los estudios sobre el comportamiento de la naturaleza advertía, y ahora certifica, lo que la comunidad científica venía alertando: “En la medida que sigamos invadiendo el espacio de las especies salvaje, o a raíz del cambio climático y la deforestación, mayor será la posibilidad de que enfermedades, ya existentes, en el mundo animal pase a los humanos”, afirmó, Richard Horton, en The Lancet.
Influenza, VIH/sida, enfermedad de las “vacas locas”, Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés), Ébola, Gripe aviar y Síndrome Respiratorio del Medio Oriente o MERS, han acelerado la ruta de contagio a medida que el ser humano avanzó sobre el espacio animal y forestal. Se han detectado más de 30 nuevos patógenos humanos en las últimas tres décadas, el 75% de los cuales tuvieron un origen animal.
Mitigar la tendencia nueva para nosotros, pero no para los gobiernos, puede ser un proceso en el que intervenga la disminución del consumo obsesivo, la industrialización indiscriminada y la inequidad. Pero en el “mientras” la generación ignorada –las infancias- son las que deberán adaptarse a la realidad, sin bajar los brazos ni atenuar su alegría.
In adaptarse
Se venía cocinando al calor de la inseguridad de los robos en la vía pública, sufrido por niños y adolescentes de clase media y la violencia social armada en los barrios de clases desposeídas.
Ahora las campañas del propio Estado, es ante el “enemigo invisible” de un virus –que mañana puede ser otro- o la exacerbación de la violencia, ante la situación social que se agrava día a día.
Adaptarse a la quietud no es un aporte a la salud pública.
La propia OMS, que recomendó el confinamiento para evitar el tránsito del Covid 19, hoy alerta que “el encierro, el cambio en sus rutinas escolares, la falta de ejercicio físico, la alimentación desequilibrada, exceso de pantallas, percepción de la preocupación de los padres por la situación actual de pandemia, están generando cada vez mayores niveles de ansiedad y estrés en los infantes, lo que repercute negativamente en su estado de salud física y emocional”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima un incremento cercano al 5 por ciento en el peso de los niños y adolescentes tras el confinamiento por el coronavirus. Así, calculan que puede haberse incrementado en, al menos, 1,5 kilos de grasa el peso medio de la población infantil por mes desde marzo 2020”.
El problema ahora comienza a ser la capacidad de adaptación de niñas, niños y adolescentes a este confinamiento y aislamiento que corroe los cimientos de la voluntad y la alegría en el “hacer” y “ser” con otros.
Actividades, alternativas y no institucionales, que dieron el paso adelante en la convocatoria a la participación presencial de niños, hoy se encuentran con la preocupación por hijos que prefieren zambullirse en la play que en una pileta o en cualquier juego que signifique moverse.
El mecanismo se conoce, lo que hoy es cómodo, pronto se transforma en insoportable o marginal.
Esto no se está viendo, ni asumiendo como un problema real. Nadie pregunta a los niños, ni se generan instancias para que la consulta tenga la importancia de un 0800 Covid.
Pasaron 8 meses de la “novedad” COVID 19. Darle pelea hoy ya no cuenta con la exclusividad del encierro como único método y las conductas sociales no son “el error”, es parte del análisis necesario para edificar la estrategia a mediano plazo.
Los niños pueden llegar a ser la clave para afrontar la tristeza con alegría. Que sean ellos quienes nos transfieran, a los adultos, sus frustaciones. Les toca.