Juan Grabois es un personaje complejo. Para no incurrir en juicios apresurados, conviene, en primer lugar, reconocerle su esfuerzo formativo, que le permitió graduarse de licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades en la Universidad Nacional de Quilmes, en 2009, y de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, un año después. También, su habilidad inicial para diferenciarse de unos y otros, asumiendo el perfil de un actor nuevo en el escenario político. De allí sus tempranas críticas al kirchnerismo, movimiento al que al final terminó incorporándose, aunque siempre con gestos de independencia de opinión que lo muestran como un profeta lleno de certezas.
Después de algunos años de rodaje, sus propósitos están cada día más claros. Los hechos que produce son más expresivos y contundentes que su discurso de humanista heterodoxo. También se hace evidente su urdimbre de relaciones y publicaciones en respaldo de la colonización de espacios sociales que hasta hace pocos años permanecían yermos. A ese respecto, fue de gran utilidad el manto protector tendido por el papa Francisco, que en 2016 lo designó asesor del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, reconocimiento que objetivaba una relación que se convertía en privilegiada credencial para ganar terreno en la política nacional.
Prueba de ello es que ese mismo año logra que el ministro de Trabajo de la Nación, Jorge Triaca, firmara la resolución 32/16-MTEySS, que creó un régimen de agremiación complementario, ampliatorio y compatible con el modelo sindical vigente en el país, que hasta entonces sólo contemplaba a la situación de los trabajadores en relación de dependencia. Y que pocos días después, mediante la Resolución 21/16 de la Secretaría de Empleo, se autorizara la inscripción de la Asociación de Trabajadores de la Economía Popular, conocida como CTEP. Objetivo cumplido. Muy rápidamente había conseguido del gobierno de Mauricio Macri, una base operativa para avanzar en su proyecto de construir poder.
En un trabajo de su autoría, titulado "La nueva personería social", Grabois manifiesta que la mencionada resolución constituye "la carátula de un nuevo libro de derecho laboral, un tomo más en la extensa historia jurídica del movimiento obrero argentino e internacional que espera llenar sus páginas de doctrina, jurisprudencia y normativa. Sabemos que la inspiración de la enciclopedia del derecho del trabajo es, fue y será la lucha de los propios trabajadores. Sin embargo, son los profesionales del derecho y las disciplinas auxiliares los responsables de esgrimir la pluma y traducir esos movimientos de las bases en normas para institucionalizar las conquistas sociales".
"Esta relación entre el movimiento de los trabajadores y los profesionales, siempre compleja, conflictiva y contradictoria, atraviesa una etapa de crisis y reacomodamiento. No abundan lo que Gramsci llamaba 'intelectuales orgánicos' al servicio de los excluidos, que no los miran desde arriba, sino que caminan a la par y a su servicio."
En este último párrafo, Grabois parece sugerir: aquí tienen uno, que está a su servicio. Y le ha sacado jugo a la propuesta, tanto, que algunos lo han acusado de haber organizado fábricas de indumentaria en condiciones de cruda explotación.
La creciente exposición pública de Grabois en sets televisivos y publicaciones gráficas, además de redes sociales, también lo convierten en blanco de sus competidores políticos. Pero al margen de que sus excesos teatrales puedan acelerar la erosión de la "nueva figura", hay que reconocer que tuvo éxito en su maniobra "entrista" a la intimidad de Cristina Kirchner, que sumó su madrinazgo al padrinazgo papal, si bien en los últimos tiempos, sus acciones erosivas del propio gobierno del Frente de Todos, comienzan a generar crecientes resistencias a esta figura que va detrás de sus propios objetivos.
Un vídeo de un encuentro con militantes de sectores de izquierda realizado en 2018, pero conocido ahora, desnuda el trasfondo de los "quilombos" que organiza aquí y allá. En la grabación se le oye decir: "Nosotros cuando peleamos, peleamos por plata. Nosotros vamos a hacer un quilombo ahora para sacar plata, no para hacer la revolución. Y esa plata la pone el Estado y el Estado a alguien se la saca". Después completa su idea: "La lucha de los pobres es una lucha fundamentalmente económica y no una lucha política; que se pelea por salario social, tierra, techo y trabajo, es pelear por recursos económicos no por un cambio de sistema". Le faltó decir que él es el CEO de esa empresa reivindicatoria.
Frente al expansivo fenómeno de la toma de tierras públicas y privadas, de las que Grabois es figura referencial, la Conferencia Episcopal Argentina acaba de decir que la Iglesia católica "no avala las tomas" de tierra, y que "nada justifica la intrusión y la violencia a costa de la vida y los derechos de los demás". Además, enfatizó que "mucho menos aceptable es el oportunismo de quienes se aprovechan de la extrema necesidad de los más pobres para usarlos en función de sus propias ganancias y clientelismo político". Mensaje para Grabois.
En su última aventura en un campo de la familia Etchevehere, en Entre Ríos, intento de colonización política de un conflicto familiar con fuerte proyección simbólica, el joven y audaz profeta fracasó en la puesta en escena de un teórico proyecto agroecológico al que le impuso el nombre de Artigas, típico caso de utilización del prestigio de un personaje histórico sacado de contexto para encubrir una artera chambonada contemporánea.
En dos semanas quedó a la vista que su tropa está mejor preparada para causar daños en una unidad de producción agropecuaria en funcionamiento, que en poner en marcha una experiencia de producción orgánica a la que son ajenos.
Su propuesta de abogado rosquero es esencialmente retórica, y sus muchachos y chicas sólo están especializados en armar "quilombo". De modo que su proyecto no pasa de ser un buen título en un terreno -la producción agrícola, hortícola y frutícola- donde los productores argentinos, los organismos técnicos de respaldo, y las permanentes investigaciones científicas, han alcanzado grados de conocimiento, productividad y competitividad reconocidos en el mundo entero.
Respecto del manido Reglamento Provisorio de Artigas, en el que creen encontrar fundamento ideológico, hay que decir que está traído de los pelos. Como dice Julio María Sanguinetti, con el sosiego de un intelectual maduro, Artigas fue, antes que nada, un institucionalista de ideario republicano y confederal. Intentaba construir un Estado sobre los escombros de la monarquía española, y el largo sitio de Montevideo por ejércitos de Buenos Aires. Para ello necesitaba poner las tierras orientales en producción y establecer un orden en el que ésta fuera factible. De allí el Reglamento Provisorio de 1815, que, según la historiadora de izquierda Liliana O. Caló, se propuso "avanzar en la normalización del poder político, restablecer el orden y resolver la incerteza que rodeaba la propiedad de las tierras y los ganados (la principal mercancía era el cuero y la tierra el principal medio de producción), la normalización y control de los ingresos fiscales con los que se habían buscado fuentes alternativas de recursos. La urgencia económica y la confluencia de estos intereses serán las condiciones que permitirán la inestable convergencia entre el movimiento artiguista y las élites tradicionales".
Y agrega que "la reforma agraria restringía la distribución de la tierra a las públicas y abandonadas (por emigrados pro-españoles). Por eso, al tiempo que realizaba esta distribución entre 'los más infelices' o que nada tienen, preservaba la estructura de propiedad que concentraba extensas tierras entre pocos dueños… Lejos estuvo del contenido revolucionario que se le atribuye, en el sentido de una reforma agraria radical de transformación de la propiedad de la tierra o de promover un nuevo orden productivo." Lo dice una autora de orientación trotskista.
En definitiva, a la falsificación ideológica se suma la manifiesta impericia de quienes sólo han sido entrenados para la revuelta con el propósito de una toma de ganancias contante y sonante.
En dos semanas quedó a la vista que su tropa está mejor preparada para causar daños en una unidad de producción agropecuaria en funcionamiento, que en poner en marcha una experiencia de producción orgánica a la que son ajenos.
Su propuesta de abogado rosquero es esencialmente retórica, y sus muchachos y chicas sólo están especializados en armar "quilombo". De modo que su proyecto no pasa de ser un buen título.