Sra. Soledad Acuña:
En vez de estigmatizar a los maestros, tendríamos que preguntarnos: ¿Qué podemos hacer a partir de este cuerpo docente, con estos alumnos, con estas escuelas? ¿Cómo podemos potenciarlos?
Sra. Soledad Acuña:
Pensé mucho antes de redactar estas líneas porque a esta altura de mi vida trato de no involucrarme en diálogos de sordos. Como usted insiste en su postura crítica y ha elegido el género epistolar, permítame que le siga el juego y garabatee algunas humildes líneas. Estimo que cuando le llegue mi carta aún estará en su cargo de Ministra de Educación porteña. Debo reconocer su coherencia con el seno de su partido político. Pertinazmente, hace declaraciones con cuidada postura y sonrisa a lo María Eugenia Vidal. Realiza afirmaciones tajantes sobre temas vitales de nuestra sociedad con una candidez y liviandad que ya le he visto y oído a los líderes que usted sigue ("La inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar"). ¿Qué maestros la "adoctrinaron" para que milite con ese ahínco? Le digo algo que tal vez sus coaches no le han susurrado al oído -¡tómelo o déjelo!- pero en este tiempo tan caldeado de pandemia (donde lo importante es salir vivos), de crisis económica (donde muchos no saben cómo llegar a fin de mes), de humores alterados por el encierro de cuarentena, sus palabras han sonado como nafta para el fuego en vez de sumar. Tal vez me equivoco, y usted y su cohorte de asesores han decidido reeditar el clásico: ¡Demonicemos a los maestros como vagos, grasas, criticones, pañuelos verdes, peronchos y –fundamentalmente- fracasados! Ya sé, me dirá que un primero del mayo de 2012 (¡Día del trabajador! ¡Apertura de sesiones del Congreso) Cristina también les "pegó" a los docentes cuando dijo que sólo estaban preocupados por el salario y se quejaban sin considerar que tenían estabilidad laboral, trabajaban cuatro horas diarias y gozaban de tres meses de vacaciones. Hace bien en señalarme esto: ¡Muchos sectores de nuestra sociedad piensan así y convierten a los docentes en chivos expiatorios de todos los males que aquejan a la educación argentina! ¡Muchos tienen una mirada sesgada de la cuestión educativa y postulan que los maestros y maestras son la única variable de ajuste de una educación paupérrima en un país subdesarrollado! ¡Muchos muerden la mano del que quiere ayudar y, a su vez, necesita ayuda! Soledad, en vez de estigmatizar a los maestros, tendríamos que preguntarnos: ¿Qué podemos hacer a partir de este cuerpo docente, con estos alumnos, con estas escuelas? ¿Cómo podemos potenciarlos? ¿Cómo podemos hacer un proyecto a largo plazo que se sostenga más allá del color de camiseta del que tome la posta de gobierno?
¡Perdón, Soledad, se me hizo largo el primer párrafo! ¿Sabe qué? Como a usted le gustan las cartas, le quiero recomendar que lea una epístola que Paulo Freire le escribió a los que pretenden educar. ¿Que Freire pasó de moda y no lee cosas de "izquierda"? ¡Haga el esfuerzo! ¡Sólo la cuarta carta que habla "De las cualidades indispensables para el mejor desempeño de las maestras y los maestros progresistas"! Allí el pedagogo brasileño resalta que la primera cualidad indispensable es: ¡"Hu-mil-dad"! Dice Freire: "Comenzaré por la humildad, que de ningún modo significa falta de respeto hacia nosotros mismos, ánimo acomodaticio o cobardía (…) exige valentía, confianza en nosotros mismos, respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás. La humildad nos ayuda a reconocer esta sentencia obvia: nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo (…) Sin humildad, difícilmente escucharemos a alguien al que consideramos demasiado alejado de nuestro nivel de competencia." ¡A cuántos nos falta humildad, Soledad!
Otra cualidad que Freire destaca es la "amorosidad" sin la cual su trabajo docente pierde el significado. Y "amorosidad" no sólo para los alumnos sino para el propio proceso de enseñar; se trata de "amor luchador" de quien se afirma en sus ideales: "Debo confesar, sin ninguna duda, que no creo que sin una especie de 'amor armado' (…) la educadora y el educador puedan sobrevivir a las negatividades de su quehacer. Las injusticias, la indiferencia del poder público, expresadas en la desvergüenza de los salarios, en el arbitrio con que son castigadas las maestras (…) que se rebelan y participan en manifestaciones de protesta a través de su sindicato pero a pesar de esto continúan entregándose a su trabajo con los alumnos."
Supongo que tal vez le incomode la cita anterior a una persona como usted preocupada por lo que llama el "adoctrinamiento" en las aulas. Pero permítame insistir en que toda acción ciudadana es un acto político. Toda postura pedagógica está cargada de ideología. Quisiera recurrir una vez más a la misiva de Freire: "A medida que tengo más y más claridad sobre mi opción, sobre mis sueños, que son sustantivamente políticos y adjetivamente pedagógicos, en la medida en que reconozco que como educador soy un político, también entiendo mejor las razones por las cuales tengo miedo y percibo cuánto tenemos aún por andar para mejorar nuestra democracia." ¡Democracia, Soledad!
Por otro lado, no me quiero olvidar de hacerle un comentario sobre la formación continua docente. Tal vez sería más apropiado usar el término "formación" antes que "capacitación". ¡El vocablo "capacitación" encierra una mirada deficitaria de los maestros y los ubica en una situación desfavorable que debe corregirse! ¡Ya lo vivimos en los '90 con la Reforma Educativa de la Ley Federal menemista! Por ello, le comparto la invitación que hace Edelstein en el número 75 de "Voces en el Fénix" del año 2019: a tomar distancia de toda pretensión de regulación estandarizada, de formación "por catálogos", asociada a perfiles prefigurados que tipifiquen las culturas del trabajo y la formación para la docencia para aproximarnos, en cambio, a una concepción ampliada de docencia, de profesionalidad y de formación con un compromiso más significativo con la realidad epocal, desde lo social, lo político y lo ético. ¡Piénselo, Soledad!
Finalmente, debo darle la razón en un punto: ¡me siento un fracasado! Aunque fui el mejor promedio de mi promoción de secundario y podría haber estudiado cualquier carrera, opté por mi corazón, por mi vocación docente, desoí las burlas de los que me gastaban con que me iba a "forrar" en guita y no seguí el camino de mi hermana que estudió licenciatura en química y hoy nada en la abundancia en Europa. Sí, me siento un fracasado porque demoré en terminar mi carrera de grado y mi postítulo universitario porque siempre tuve que trabajar en varios rubros para complementar mi salario docente, sostener mi familia y –de yapa- continuar mi formación. Sí, Soledad, me siento un fracasado cuando: llego a escuelas que tienen sus instalaciones en ruinas; cuando tengo que llevar tizas, hojas rayadas, fotocopias y lapiceras para que mis alumnos trabajen porque son muy humildes; cuando tengo que comprar en cuotas las herramientas tecnológicas que uso para dar clases virtuales; cuando me conecto a MEET y poquitos pibes pueden unirse porque no tienen acceso a WI-FI o a una computadora; cuando los padres de mis alumnos –durante esta pandemia- sólo se acercan a la escuela a buscar un bolsón de alimentos porque la están pasando heavy. ¡Me siento un fracasado porque, a pesar de la adversidad, me empecino en educar!
Usted es una persona preocupada por lo que llama el "adoctrinamiento" en las aulas. Pero permítame insistir en que toda acción ciudadana es un acto político. Toda postura pedagógica está cargada de ideología.
Sobre la formación continua docente, sería más apropiado usar "formación" antes que "capacitación". ¡El vocablo "capacitación" encierra una mirada deficitaria de los maestros y los ubica en una situación desfavorable que debe corregirse!
Sí, Soledad, me siento un fracasado cuando: llego a escuelas que tienen sus instalaciones en ruinas; cuando tengo que llevar tizas, hojas rayadas, fotocopias y lapiceras para que mis alumnos trabajen porque son muy humildes.