"No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar." Angela Davis
Pañuelos verdes y celestes, cánticos y parafernalia mediática. Cada uno de los representantes dieron su veredicto y defendieron su postura.
"No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar." Angela Davis
Todo sueño tiene un principio; como todo, dirá usted; pero el principio de los sueños no sigue las reglas de la linealidad, no es que se parte del punto A y así nomás se llega al punto B, ni cerquita. Mire usted, los sueños son caprichoso, juegan a la rayuela, dibujan laberintos al andar y se replican como en espejos infinitos. Los muy picarones pueden partir del punto C y saltarse varias letras en su onírico trayecto para terminar rendido a los pies de la H sin emitir sonido y sin importarles una jota. Así de libres son los muy libertarios y así de libertos se precian. Los "psicolocos" le darán significados que seguramente estarán basados en la experiencia intrafamiliar y en los deseos carnales reprimidos o no; los "astrolocos" fijarán postura según la posición de las estrellas en el cuadrante del círculo celeste de la atmósfera estratosférica de la vía láctea, y qué se yo que otras variables celestiales, terrenales y espaciales; y nosotros, los pobres soñantes, solo atinaremos a decir si nuestro sueño fue un sueño lindo o fue un sueño feo. Las "peisadillas" son lo mismo que los sueños, pueden empezar donde terminan y terminar cuando uno menos desea que empiecen o seguir terminando una y otra vez desde el comienzo del final y al vesre.
Es así que empecé –o terminé; según desde el punto en que se le mire– esta "Peisadilla" de hoy sin saber con qué arrancar y desconociendo hacia qué caminos llevará. Llegado a este punto, meto punto y aparte.
Descontrolando gerundios al versear, metiendo azarosamente sensaciones en forma de sinónimos, me tiro al vacío emocional y literal de confiar en que mis dedos van a dar en la tecla. En esta despelotada y enrevesada Peisadilla, la mujer está en el centro de la escena; la libertad de la mujer; la libertad de elección; de la libertad que da la ley. La alquimia de esa masa llena de calores y colores no es más que una bandera que representa el ideal y la idealización del mundo propio. La Argentina avanza siendo siempre el centro de la atención. Como alguna vez dijimos, las cosas se hacen o no se hacen, pero cuando se hacen, se nota. Siendo inventores de la birome, del dulce de leche, del tango y del colectivo –también del colectivo "Ni una Menos"-, la Argentina siempre fue impulsora de derechos, casi siempre en la vanguardia ideológica y la autodeterminación de los derechos individuales; la fortaleza y el convencimiento de los actores que incitan los movimientos, batalladores de trincheras, el/la argentino/a tiene una bandera que lo representa y por la cual lucha, equivocados/as o no, si hay algo que no se puede negar, es la vehemencia y el fanatismo con que nos posicionamos ante determinado caso. Siempre va a existir la contraparte, también bulliciosa y apasionada, es el lugarcito reservado para el argento típico enojado porque queda del otro lado de la historia y viceversa, o al vesre; como los sueños. Cuando nosotros comenzamos algo, nunca se sabe cómo terminará. O si va a terminar. O si recién está comenzando.
Convengamos, que desde el principio de la humanidad las cosas no fueron fáciles, y para las mujeres, muchísimo menos. Confinadas a estar a las sombras del hombre, a ser incubadoras de los deseos del hombre y de sus hijos. Hoy las graciosas majestades masculinas son más graciosas que majestuosas (lo digo en el sentido estricto de la palabra majestuosa). El hombre como macho proveedor y dadivoso jefe de familia -Pater Familias– quedó en el pasado. Tan relativamente novedoso es su nuevo rol, que seguramente van a pasar muchos años para asimilar la paridad de género que genera el movimiento feminista. Mucha agua pasó por el puente y mucha sangre menstrual manchó sus aguas a lo largo de la historia. Hasta en eso tuvieron las de perder, pues el mandato divino fue implacable; ellas tenían que parir con dolor y la sangre del mes era la marca imborrable de semejante afrenta, teniendo que cargar con todo el peso de las decisiones del hombre en sus hombros por el solo hecho de ser mujer. La dominancia era solamente masculina. Pero siempre hay luz al final del túnel, y las hacedoras de luz, en su silente y –aparente- obediente andar, tenían otros planes. Y no gracias a dios que las había sumido a la sombra del hombre.
Era yo apenas un púber cuando en la Argentina se discutía la ley de divorcio. Tema obligado en paseos, bares, en "parripollos", en la charla de pasajeros con los arquitectos devenidos taxistas y también en los oradores invitados a los programas de Neustadt y Grondona. El país se dividía ¡cuando no! en pro divorcio y en antis. En mi joven percepción anidaba la idea generalizada –muy publicitada– de que a partir de esa ley, todos los habitantes del suelo nacional iban a divorciarse. Tan dramáticos y elocuentes, muchos se rasgaban las vestiduras como futuras víctimas de la flagelación que devendría de esa ley. Se terminaba el fulbito de solteros contra casados. Se hablaba de las fiestas de recién divorciados/as; la familia bien constituida iba a terminar siendo una anécdota. Pero nada de eso pasó, la ley salió en 1987 a pesar de la iglesia y de las ligas familiares y de los detractores de siempre. La familia siguió siendo tal, los fulbitos siguieron jugándose entre solteros y casados, y aquellos que estuvieron a favor o en contra de esa ley, finalizaron aceptando que había una ley que los sacaba de la ilegalidad y que les daba la libertad de divorciarse para volver a casarse.
Hoy la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo tiene media sanción de diputados, cada uno de los representantes dieron su veredicto y defendieron su postura. El debate fue asistido por miles de pañuelos verdes y celestes, se coronaron con cánticos y la clásica parafernalia mediática que siempre acompaña. La lucha lleva varios años y muchos países ya tienen esa ley desde hace décadas, pero aquí siempre todo se sobredimensiona, se potencia rozando la megalomanía de criterio. La exageración es norma, casi industria nacional; siempre azuzada desde las redes y los medios. Repitiéndose las viejas fórmulas simplistas del tipo: "ahora todas van a querer abortar", entre las más escuchadas.
Todavía no es ley y, les guste o no, es el comienzo de algo grande, algo que como todo lo que se hace acá, será historia.
La alquimia de esa masa llena de calores y colores no es más que una bandera que representa el ideal y la idealización del mundo propio. La Argentina avanza siendo siempre el centro de la atención.
No se puede negar la vehemencia y el fanatismo con los que nos posicionamos ante determinado caso. Siempre va a existir la contraparte, también bulliciosa y apasionada; el argento típico enojado que queda del otro lado de la historia.