Antes de Google, Netflix y la Playstation; El Tony, D´artagnan y Fantasía; pero siempre, en el medio, la imaginación.
Robin Wood, ya no reside en Buenos Aires, hasta hace poco tiempo escribió sus personajes de historieta, incluso aquellos inspirados en Sumeria; Nippur de Lagash y Gilgamesh, el inmortal.
Antes de Google, Netflix y la Playstation; El Tony, D´artagnan y Fantasía; pero siempre, en el medio, la imaginación.
La imaginación o acaso cierta incomprensible remembranza.
Roberto Arturo Forners, había nacido a mediados del año 1968 en Santo Tomé, a pocos pasos de la plaza grande. Esto no pasaba de ser un dato menor dentro de su profusa biografía, mencionado al pasar en sus conferencias, casi una extravagancia, un detalle de color, insustancial para los concurrentes.
Es que su aspecto escrupulosamente sajón, sus modales siempre refinados, su acento BBC English y todo lo demás, lo pintaban como un neoyorquino, o un californiano de clase alta, o acaso un britishman londinense.
Cierto era que hasta los 16 o 17 años sus visitas al río Salado eran frecuentes. Verano en la vieja casa de sus abuelos paternos, a metros del balneario municipal, con escapadas de primos y tíos jóvenes los fines de semana a Santa Fe, para recorrer una ciudad que, aunque desconocida y turbulenta, le sabía entrañable.
Pero eso fue hace mucho tiempo, una vida atrás.
Su historia transcurrió entre claustros, primero como estudiante en The Birch-Wathen Lenox School de Manhattan, luego definiendo su futuro en la preparatoria Dalton New y, al fin, en Yale University, donde al cabo de tres lustros, cinco publicaciones científicas y varios viajes de investigación a oriente medio, fue honrado con la anhelada cátedra de "Historia Antigua de los pueblos Mesopotámicos".
Repentinamente, como suele suceder, todo se convulsionó y el futuro se tornó un espacio inaudito; a poco de cumplir 48 años, su cuerpo dio señales de ofuscación.
En la consulta del quinto piso del Presbyterian Medical Center de New York, un joven médico diagnosticó, sin rodeos ni atenuantes, "cáncer de páncreas", de seis a ocho meses de vida y ya.
¿En qué piensa un hombre condenado a muerte solo por ser, solo por estar?
De las madrugadas con café frío tras los cristales de décimo "J" en el corazón de La Gran Manzana, surgieron tercas remembranzas de su Santo Tomé natal, una sangrante frustración sentimental y dos cuentas pendientes: la paternidad siempre postergada y el encuentro con su mentor, aquel que sin saberlo había contagiado su obsesión por el antiguo pueblo Sumerio.
Su tiempo no daba para ser padre, quizás por eso o, acaso, para evitar la depresión, se embarcó hacia Argentina en busca de Míster Wood.
Desde el arribo, supo que, para hallarlo, debería evocar a Big Norman; sospechaba que pocos recordarían a aquel autor y menos que menos sus siempre rudimentarias publicaciones a color, en papel prensa.
Estimó un buen inicio, buscar la vieja editorial Columba, pero nada, solo un edificio en ruinas.
Siguió por las bibliotecas del centro; quizás demasiada jactancia para lo demandado. Lejos de los estantes comerciales, apilados al pasar, algunas viejas revistas, textos marchitos en sepia y un consejo, en murmullo, de un lector sensible: "Preguntar a los vendedores de Plaza Italia".
Y ahí sí, era ese el territorio, un puestero callejero le acercó cien revistas de a peso, y la confirmación que Robin Wood aún vivía en la ciudad. Surgió una dirección posible.
¡Grácil gota de alegría en un mar de pesadumbre!
Luego de varios intentos frustrados al teléfono y la amarga práctica de tener que excusarse en su enfermedad a plazo fijo, consensuaron un encuentro en una vieja cantina de la Boca, "fuera de la línea turista".
Y es todo…
Hasta aquí doy fe de mi relato, Natalio Leshman, el primo de Robert Arthur Forners, me lo confió de una sentada y sin necesidad de insistencia para agregar o sacar nada.
Del diálogo que mantuvieron, silencio.
Nadie más que ellos dos conocen detalles.
Robin Wood, ya no reside en Buenos Aires, hasta hace poco tiempo escribió sus personajes de historieta, incluso aquellos inspirados en Sumeria; Nippur de Lagash y Gilgamesh, el inmortal.
Hallé en la web que nació en Paraguay y fue obrero de la construcción hasta la adolescencia cuando por inspiración (o vaya uno a saber qué designio) comenzó a escribir historietas: Mark, Pepe Sánchez, Nippur, Dago, Gilgamesh, Savarese y muchos más.
Supe también que no alcanzó a terminar la secundaria y escribió siempre al amparo de su muy prolífera intuición.
Sospecho que su arte, o su mensaje, o sus recuerdos ancestrales marcaron muchas vidas y no solo la de Robert Arthur Forners.
Diez; cien veces, imaginé aquel encuentro en una mesa bucólica de una olvidada cantina de La Boca, en una ciudad violenta, recostada sobre un ancho río marrón.
Dos sumerios recordando la vida entre el Tigris y el Éufrates, hace apenas cinco mil años. Y las tablillas y la sangre y la lluvia y el vino.
Es posible, sólo posible, que el epitafio en la tumba del cementerio de Santo Tomé, que dio origen a este relato nimio, ilustre en algo el sentir de los dos hombres y aquel encuentro póstumo:
"Aquí yace Roberto Arturo Forners, quien falleció en la ciudad de New York el 7 de enero de 2016, súbdito del rey Gilgamesh, y profundo seguidor de su comandante Nippur de Lagash, quienes al fin de los tiempos concluirán su epopeya encontrando definitivamente el elixir de la inmortalidad".
En base al cuento "La cuenta pendiente de Robert Forners" de La ciudad está viva y rezonga.
Cierto era que hasta los 16 o 17 años sus visitas al río Salado eran frecuentes. Verano en la vieja casa de sus abuelos paternos, a metros del balneario municipal, con escapadas de primos y tíos jóvenes los fines de semana a Santa Fe.
Cien veces imaginé aquel encuentro en una mesa bucólica de una olvidada cantina de La Boca, en una ciudad violenta, recostada sobre un ancho río marrón. Dos sumerios recordando la vida entre el Tigris y el Éufrates, hace apenas cinco mil años.