I
Los personajes son cínicos, manipuladores, amorales. No creen en nada y están dispuestos a todo. La traición y el crimen los seduce.
I
Al periodista Jorge Fernández Díaz lo podemos leer en sus habituales notas publicadas los domingos en La Nación. Podemos disfrutarlo y disentir, porque si bien para muchos este libre ejercicio del "criterio" no debería ser antagónico. En realidad para mí no lo es. Con un buen periodista uno no está siempre de acuerdo, entre otras cosas porque ese acuerdo perpetuo sería algo aburrido; con un buen periodista uno disfruta de su lenguaje, de sus ideas, y al mismo tiempo disiente. A Fernández Díaz también podemos escucharlo por radio Mitre de lunes a viernes, en un programa cuyos altos y calificados niveles de audiencias dan cuenta de que el buen periodismo, es decir el periodismo intelectualmente exigente, no está reñido con la popularidad. Incluido, el periodismo comprometido, porque, importa decirlo, Fernández Díaz no es "neutral" políticamente, por el contrario, opina y compromete sus opiniones que por supuesto, como toda opinión puede ser refutable, aunque lo que importa en todos los casos no es la probable "verdad" de una opinión como la calidad de los argumentos. Fernández Díaz pertenece al linaje de los columnistas que hablan "situados" más que desde una ideología o un dogma, desde un punto de vista o una perspectiva que constituye una identidad que le permite establecer una relación singular con sus lectores u oyentes.
II
Alguna vez se dijo que todo periodista que se precie de tal guarda en el cajón de su escritorio los papeles (hoy sería el pendrive) de una novela o unos poemas que se escriben muchas veces en medio del fragor, el estrépito y las urgencias de la redacción, o en los ratos libres o en madrugadas insomnes. A Hemingway le gustaba jugar con esa imagen. Jorge Fernández Díaz pertenece a esa noble tradición del columnista que además, como corresponde, se formó en las secciones de Policiales, y que al mismo tiempo escribe novelas y relatos. Sobre las relaciones entre el periodismo y la literatura hay mucha tela para cortar, pero por ahora nos alcanza con saber que esa relación existe como también existen las diferencias. Se supone que el periodismo intenta expresar la realidad, mientras que literatura pertenecería al campo de la ficción, de la "no verdad". ¿Es tan así? Muchos creen que es así, pero a los que nos importa el oficio de trabajar con las palabras sabemos que no lo es. Que el novelista y el periodista mantiene relaciones singulares con la realidad y en ambos casos intenta representarla. Al respecto no habría mayores inconvenientes en admitir que la verdad del periodista es "reflejar" la realidad con hechos. Más compleja es esa relación con el novelista, porque se supone que "inventa", que lo suyo es ficción, o como se suele decir en los inicios de todas las novelas, en la mayoría de los casos para evitar juicios costosos: "Los personajes son imaginarios y cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia". Pues bien, la verdadera literatura se nutre de esa curiosa "coincidencia". Pero lo que importa decir es que aquello que se denomina "verdad", se puede acceder por diversos caminos o procedimientos. Dicho de una manera provocativa: la literatura, la que importa, es siempre "verdadera", siempre marca con sus luces y sombras un tiempo histórico, aquello que compromete la condición humana. Mas lo hace con los recursos propios de la literatura. Cervantes y Shakespeare; Balzac y Flaubert; Borges y Faulkner, algo sabían de estos menesteres.
III
De "La traición", importa en principio despejar algunos malos entendidos. No es una novela policial, no es una novela de espionaje y si alguien dijera que así lo es, desde el punto de vista de la literatura no es lo que más importa, porque lo que importa en este campo no es el "género" y mucho menos las buenas o las malas intenciones. Una buena novela –se sabe- no es de derecha o de izquierda, de amor o de guerra, una buena novela está bien o mal escrita. Así de sencillo y así de complicado. Pues bien "La traición" es una novela que en primer lugar está bien escrita. Y la buena escritura no tiene que ver con reglas gramaticales, tiene que ver con el talento para trabajar con las palabras, tiene que ver con el tono, con el punto de vista, con el ritmo, con la capacidad para crear personajes y situaciones. Una buena novela sacude, conmueve, asombra. O crea belleza. "La traición", reúne muchos de estos requisitos. En primer lugar, invita a ser leída, lo cual en todos los casos es una cortesía del escritor con sus lectores
IV
La primera tentación que se le presenta al lector al momento de avanzar en los primeros párrafos de "La traición", es la de considerar al texto como una crónica de acontecimientos políticos presentes. Error. La novela crea su propio campo de lo real y la relación existente entre la realidad histórica (por denominarla de alguna manera) y la realidad de la novela es por lo menos compleja, una complejidad que se resuelve con los códigos de la literatura y no con los códigos de la historia o la política. Para decirlo de otra manera. La trama de "La traición" no se somete a los hechos reales, por el contrario, es la ficción la que impone sus condiciones, esto quiere decir que es el escritor el que decide el desarrollo de los acontecimientos. En "La traición" sabemos que el tiempo histórico es contemporáneo, que algunos de los personajes y las situaciones son en más de un caso reconocibles, pero la novela incluye algo más y algo menos, y ese algo más y ese algo menos se llama literatura.
V
A Stendhal se le atribuye comparar a una novela con la imagen del espejo registrando las peripecias del camino. Lo escribió hace casi dos siglos y aún sigue provocando debates. De todos modos, no está mal pensar en el espejo, pero el espejo como le gustaba pensarlo a Borges, como un símbolo, a veces como luz, a veces como sombra, a veces como una máscara; el espejo como una certeza hecha de "fugacidad y apariencia". Dice Borges: "A veces en la tarde una cara/ nos mira desde el fondo de un espejo/ El arte debe ser como ese espejo/ que nos revela nuestra propia cara". A "La traición" y su relación con lo real resulta interesante pensarla como ese espejo. La relación entre realidad y ficción mediada por un cristal que a veces resalta, a veces opaca, a veces distorsiona. La novela crea un universo que se parece a nuestra realidad política actual, pero "se parece", no se identifica. En esas diferencias también la literatura hace su trabajo. El mundo de "La traición" se despliega alrededor de un tema central: el poder. El poder construido desde el centro, pero también desde los sótanos y desde las orillas. El poder en un mundo desencantado, en un mundo donde las ideologías y sus correspondientes ídolos se han degradado y en más de un caso se han corrompido.
VI
Los personajes de "La traición" son cínicos, manipuladores, amorales. No creen en nada y están dispuestos a todo. La traición y el crimen los seduce. Y el sexo más que una manifestación de amor es una expresión más de la guerra o del poder. Y Fernández Díaz es un maestro en el difícil oficio de escenificar el sexo en las condiciones planteadas por sus personajes. En "La traición", los protagonistas no son ni buenos ni malos, son personajes, creados por el autor con los procedimientos estrictos de la literatura. La novela no trata de una batalla entre virtuosos y pecadores porque desde el punto de vista de una moral clásica todos son "malos". No hay héroes, hay sobrevivientes. Y víctimas y verdugos, aunque a veces no se sabe con precisión quién es la víctima y quién es el verdugo. En todos los casos, se trata de hombres y mujeres que desconocen la compasión y siempre quieren ganar, aunque todos de una manera u otra concluyen derrotados. Los personajes que deambulan con su carga de violencia, cinismo y trampa, con un pasado hecho de ruinas y miserias, en algún punto me recuerdan a los "Siete locos" de Arlt, aunque a diferencia de ellos, que de alguna manera intentaban creer en algo, alentar una mínima ilusión por más disparatada que sea, los personajes de la novela de Fernández Díaz han perdido toda esperanza. Ni siquiera "la traición" los satisface.
De "La traición", importa en principio despejar algunos malos entendidos. No es una novela policial, no es una novela de espionaje y si alguien dijera que así lo es, desde el punto de vista de la literatura no es lo que más importa.
El mundo de "La traición" se despliega alrededor de un tema central: el poder. El poder construido desde el centro, pero también desde los sótanos y desde las orillas. El poder en un mundo desencantado.