"Hice lo que me mandaste". A confesión de parte -si es que hacía falta- el presidente Alberto Fernández dejó en claro el 18 de diciembre en el Estadio único de La Plata, refiriéndose a Cristina Fernández y al lado de Axel Kicillof, que el orden de prelación constitucional está alterado por verticalismos propios de la estructuración interna del oficialismo en el gobierno.
Cristina no es egipcia, menos aún eterna. Pero su arquitectura del poder procura dimensiones faraónica y no carece de las tentaciones de perpetuidad; su hijo Máximo fue investido para quedarse con el decisivo Partido Justicialista de Buenos Aires, sin necesidad de comicios, a disgusto de muchos de los intendentes del principal distrito electoral del país y previo a las decisivas primarias que nominarán legisladores para los comicios de medio término.
Dueña indiscutible de la primera minoría intensa -y decisiva- en la política del país, la vicepresidenta vuelve a los foros formales del peronismo, tras fracasar en su intento por relegarlos -Frente para la Victoria mediante- desde una estructura partidaria de ajena intimidad. Ya nominó al presidente y al gobernador Kicillof. ¿Debería el PJ santafesino ignorarla?
Enlistado en el albertismo inocuo y sin ministro de gobierno, Omar Perotti dejó que su encargado de la seguridad relegara la violencia o las drogas en las calles, para encabezar una guerra institucional contra su propio bloque de senadores provinciales y, por añadidura, contra los responsables de la administración del Frente Progresista Cívico y Social que lo precedió.
Hasta aquí menos eficaz que estridente, Sain -que dice ser Perotti- ejecuta una embestida que tiene dos finales posibles: los fiscales consiguen pruebas irrefutables y el gobernador se queda sin la mayoría de su base territorial, o el mandatario fracasa y el peronismo en la gestión vacía buena parte de su poder de representación ante la sociedad santafesina.
El mandatario provincial ha ensayado un alineamiento de propia tropa. Los intendentes que dependen del flujo de recursos del Estado respondieron; sobraron los dedos de una mano para contabilizar legisladores provinciales y los "nacionales" estaban en plena sesión. Tampoco estuvo la vicegobernadora Alejandra Rodenas. Todo un contraste con lo que pasó en La Plata, incluyendo la falta de sentido de oportunidad.
Cómo ya quedó demostrado después del "que se vayan todos", el vacío no existe y los lugares se ocupan. Las paredes de la ciudad ya adelantan nombres propios a la nueva "unidad ciudadana" (habrá más unidades) y sería ingenuo suponer que la vicepresidenta no procurará poner -por ejemplo a María de los Angeles Sacnun- en el primer lugar de las candidaturas para senador nacional. Quien se postule en segundo término, asume el riesgo de que el Frente de Todos no salga primero en las urnas, en cuyo caso se quedaría sin banca.
Esa es una posibilidad cierta, aunque no depende sólo de la dinámica propia del disgregado y tensionado peronismo santafesino. Enfrente se ensayan alquimias anti cristinistas entre el socialismo, los radicales y el PRO. La vicepresidenta está a pocos escaños de los dos tercios del Senado y a un puñado de bancas del quórum propio en Diputados; ella va por todo, incluyendo la abolición de la división de poderes y la consagración del lawfare, en su camino a la impunidad.
Ricardo Olivera, el jefe formal del partido en la provincia, asume que la unidad es decisiva. Walter Agosto, el poderoso ministro santafesino de Hacienda, no desconoce que en las transferencias discrecionales de fondos desde la Casa Rosada a las provincias hay sistemas de premios y castigos, que no siempre tienen que ver con los méritos o las necesidades.
Kicillof embolsó a noviembre de 2019, $ 139,5 mil millones "a sola firma", por voluntad presidencial a instancias de Cristina; Perotti recibió $ 16.267 millones por el mismo concepto. El bonaerense saltó del 25% al 43% de los recursos que la Casa Rosada manda por fuera de la coparticipación automática al conjunto de los distritos del país; la Casa Gris redujo esa participación del 6% al 5%.