La historia del presidente que visitó las colonias para asistir a la fiesta del trabajo
Nicolás Avellaneda estaba orgulloso por la presencia de los cereales argentinos en los mercados de Europa. Recorrió San Carlos y Esperanza en noviembre de 1879 y calificó a las casas de los colonos como “jalones que marcan el progreso de la Nación”.
Archivo El Litoral Tras ser ministro de Justicia e Instrucción Pública en la gestión de Sarmiento, Nicolás Avellaneda estuvo al frente de los destinos del país entre 1874 y 1880. En 1879 llegó hasta lo que hoy es el departamento Las Colonias.
Todo empezó con una carta. A mediados de 1879, el entonces presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda, le escribió al gobernador de Santa Fe, Simón de Iriondo. La idea central era manifestarle su orgullo ante la presencia que tenían los cereales argentinos en el mercado europeo. “Esto debe ser festejado”, aseguró el mandatario que antes había sido ministro de Justicia durante el mandato de Domingo Faustino Sarmiento. “Debe haber una fiesta nacional dada por los colonos y éstos deben invitar al presidente, que no les causará gastos ni les dará molestias (...) será llamada Fiesta del Trabajo o Fiesta Nacional de los Cereales”, agregó en la misiva.
Iriondo se entusiasmó con la idea y redactó una invitación para Avellaneda que fue rubricada por referentes de los colonos y publicada en El Colono del Oeste, de Esperanza y transcrita en medios rosarinos. “Los colonos de la provincia queremos hacer una manifestación de gratitud a las autoridades del país (...) Es por eso que hemos pensado en ofrecerle una una fiesta colonia, que se llame fiesta del trabajo, en la que expondremos todos los elementos con que se realiza y produce la riqueza: nuestros conocimientos agrícolas, nuestros brazos, nuestras máquinas, nuestros útiles y nuestros animales de labor”, decía textualmente la nota. Y a final venía el convite: “rogamos, pues, al señor Presidente que acepte nuestra invitación para el día 4 de noviembre, en que se festeja el Patrono de una de sus colonias más importantes, la de San Carlos”. Avellaneda, que había sido gestor de la iniciativa, aceptó.
Archivo El Litoral Simón de Iriondo, gobernador de Santa Fe.
Simón de Iriondo, gobernador de Santa Fe.Foto: Archivo El Litoral
Un brindis por la prosperidad
Quince vehículos integraron la comitiva presidencial que el 4 de noviembre de 1879 recorrió el trayecto entre Santa Fe y San Carlos, con escala en San Agustín. Las crónicas periodísticas de la época refieren que era una jornada en la cual las condiciones meteorológicas eran estables, con calor, lo cual permitió a Avellaneda observar los trigales de la zona en su esplendor. A lo largo de los poco más de veinte kilómetros que unen San Agustín y San Carlos, aguardaban carros conducidos por los colonos, que se iban incorporando al cortejo. No sólo había banderas argentinas por todas partes para recibir al mandatario, sino también de los distintos países europeos de procedencia de los inmigrantes. Un artículo periodístico de la época definió a los agricultores que se reunieron para dar la bienvenida a Avellaneda como un “ejército de trabajo y de paz, conquistadores del desierto pampeano, forjadores de la grandeza de la patria”.
Tras recorrer la colonia, el presidente observó un arado que había desarrollado un vecino de San Carlos, Chiaffredo Barra, y luego se dirigió hacia la zona sur de la localidad, donde se hospedó en el domicilio de Federico Goestchy. Al conocer detalles de la historia de este colono suizo, que había nacido en Rüttenen en 1828, Avellaneda se sorprendió de que un hombre llegado a tierras argentinas hacía apenas veinte años hubiera sido capaz de convertirse en el próspero propietario de campos, molinos y negocios. La lectura del prócer, en sintonía con la mirada progresista de su tiempo, fue que el de Goestchy era un “signo del porvenir deparado a la Nación Argentina”.
Esa misma noche se realizó una cena de honor con un centenar de invitados. Avellaneda, que era un diestro orador, tomó un pedazo de pan y lo levantó para hacer referencia a los trigales de la zona, tan valorados en Europa y, en definitiva, el motivo de su presencia allí. Durante su discurso, calificó a las casas de los colonos como “jalones de marcan el progreso de la Nación”. Es que, desde su rol de presidente, Nicolás Avellaneda compartió el proyecto de país que fue fundacional para el estado argentino, basado en tres pilares: “nación, constitución y libertad”. Para poder mantenerlos en pie, la posibilidad de trabajo y el horizonte de prosperidad para los habitantes era un eje central. Tras las palabras de Avellaneda, habló el gobernador Iriondo, quien propuso un brindis por la prosperidad de la colonia San Carlos. Como dato de color, hay que mencionar que el festejo finalizó con una serenata a cargo del coro de la Sociedad de Canto Harmonie, una institución sancarlina que 140 años más tarde todavía sigue en funcionamiento.
Archivo El Litoral En su visita a la ciudad, el presidente disfrutó de una actuación a cargo del coro de la Sociedad de Canto Harmonie, institución todavía sigue en funcionamiento.
En su visita a la ciudad, el presidente disfrutó de una actuación a cargo del coro de la Sociedad de Canto Harmonie, institución todavía sigue en funcionamiento.Foto: Archivo El Litoral
El rol del inmigrante
Al día siguiente, el presidente recorrió algunos espacios de San Carlos, entre ellos el molino harinero de Auger y Compañía, para luego continuar su itinerario hasta Esperanza donde pronunció el discurso oficial referido a la “fiesta del trabajo”.
En mayo siguiente, cuando elevó su mensaje anual ante el Congreso de la Nación, Avellaneda dedicó algunos párrafos a su visita a las colonias agrícolas de Santa Fe. “Los colonos de Santa Fe dieron en noviembre pasado una fiesta, que llamaron “la fiesta del trabajo y en la que estuve presente. Festejaban la introducción de los cereales en Europa. Después de tantos años de ausencia, el pan formado en por el trigo de sus cosechas aparecía, por fin, en los lugares de sus nacimientos, penetrando en las cabañas para aliviar el hambre de sus compatriotas, de sus amigos, tal vez de sus hermanos. Queda así nuevamente demostrado que el inmigrante, al ausentarse para las regiones más lejanas, no rompe ningún vínculo, ni el de la patria, ni el de la sangre, que la vida humana y el trabajo son solidarios en la redondez de la tierra y que la inmigración es útil para el país que la envía y para el que la recibe”, afirmó.
El mandato de Avellaneda terminó el 12 de octubre de 1880, cuando asumió Julio Argentino Roca dando inicio al período de la República Conservadora. Cinco años después, con apenas 48 años, falleció en alta mar cuando regresaba de Francia, donde había viajado para tratarse por la nefritis que lo afectaba. No pudo cumplir el último de sus deseos: morir en su patria.