Lic. María Daniela González | Edición: Danilo Chiapello
El 18 de enero de 1936, Eusebio Lugones de 11 años desapareció del Paraje “La vuelta del Dorado”, entre Santa Rosa y Cayastá y nunca más fue visto con vida. La denuncia de su desaparición desencadenó una intensa búsqueda que realizó la policía del Departamento Garay, la que culminó con el descubrimiento de un macabro hecho criminal. El repaso de las crónicas de la época.
Lic. María Daniela González | Edición: Danilo Chiapello
El 19 de enero de 1936, Juan Cruz Lugones (20) se acercó a la Comisaría de Cayastá, denunciando desesperadamente que uno de sus hermanitos, Eusebio, de 11 años, se encontraba desaparecido desde la mañana del día anterior.
En un primer momento, el temor era que el pequeño se hubiese ahogado mientras jugaba en el río por lo que inmediatamente, el Comisario Francisco Pérez comunicó la novedad al Jefe de Policía de Garay Don Francisco Bieri y al Juez de Instrucción Salvador Dana Montaño y ordenó que se conformen comisiones en Cayastá, Saladero Cabal, Santa Rosa y hasta de la propia Jefatura de Helvecia, las cuales se internaron en el río San Javier, en búsqueda del niño. Pero todo fue infructuoso, más aún teniendo en cuenta que las profusas lluvias y tormentas de los últimos días habían traído inundaciones, lo que dificultaba la dolorosa tarea. El río se lo había tragado…al menos, eso creyeron en un primer momento.
Paralelamente, las investigaciones se iniciaron a cargo del sumariante Pedro Pereyra y con el correr de las horas, nuevos datos alertaron aún más a la policía: comenzaron a correr versiones de que el pequeño Eusebio había sido visto con un extraño, la mañana del 18 de enero, momentos antes de desaparecer. Esos rumores fueron confirmados por un vecino del lugar, Francisco Blanche quien declaró ante la policía haber visto al niño la mañana de su desaparición, cebándole mate a un hombre que parecía estar con las facultades mentales alteradas. Blanche conversó un momento con el extraño que “bolaciaba” mucho, por lo que se fue rápidamente del lugar.
Con esta declaración y la certeza de la familia de que el niño nunca había querido irse de la casa, la policía dejó de rastrear el cuerpo de un niño ahogado, e inició la intensa búsqueda por las islas que estaban frente a la zona, de un menor que había sido “raptado” por un hombre que se conducía en una canoa, armado y acompañado de unos perros. Todo fue infructuoso, por lo que, habiendo pasado algunos días, la búsqueda se detuvo.
La investigación no había avanzado ni un ápice, hasta que el 19 de mayo de ese año, un dato reactivó la investigación. No se tiene certeza sobre quién aportó dicho dato, ni cuál fue la novedad llevada ante la autoridad. Lo cierto es que ese día, el Comisario de Órdenes Don Arturo Cantero –quien se encontraba temporariamente a cargo de la Jefatura de Helvecia- dispuso que una comisión encabezada por el Comisario Sumariante Pedro Pereyra, Pérez, el Comisario de Cayastá y personal subalterno acudan a la denominada isla “De Racine”, pues allí estaría el misterioso sujeto que se habría llevado al niño Lugones.
A las 11 de la mañana, los policías llegaron al lugar y encontraron a un hombre solo y armado. Y ante el peligro que implicaba la situación, se hicieron pasar por inofensivos visitantes y entablaron una larga conversación. Así pudieron saber que ese hombre se llamaba Aparicio Garay, que horas antes había hurtado y carneado un novillo y la amena conversación llevó a que el sujeto les confiara que había matado y comido a un niño, cuyas tripas se encontraban enterradas al costado del rancho y parte de sus vísceras y grasas, conservadas en un frasco y una damajuana, respectivamente.
Con sorpresa por lo que estaban escuchando, los policías no tuvieron dudas de que estaban frente a quien se había llevado a Eusebio Lugones. Pero los detalles escabrosos y el arma que empuñaba, impidieron que la detención fuera inmediata. Tuvieron que aguardar una distracción de Aparicio Garay, para reducirlo y aprehenderlo. Y entre el estupor y el espanto, los pesquisas lo trasladaron a Helvecia.
Al día siguiente, regresaron al islote junto con el detenido y comenzaron a reconstruir los últimos 4 meses de tormentos vividos por el niño y su captor. Las declaraciones de Aparicio Garay sufrieron algunas variaciones o revelaron incoherencias propias de una mente perturbada. Incluso la prensa de la época lo reflejó, con los cuidados propios que merece un relato fuerte, violento y difícil de asimilar.
Aparicio Garay era un hombre poco instruido, lo suficiente como para firmar las actas con su nombre o, mejor dicho, sus nombres, ya que declaró llamarse también Nazario Palmas o Agustín Zamora, entre otros 16 nombres que decía tener.
Tampoco estaba claro su lugar de nacimiento -en algunos documentos consta que nació en Uruguayana (Brasil), en otros, en Entre Ríos y también dijo ser de Uruguay-. Tampoco se pudo determinar con precisión su edad y su composición familiar. Pero lo cierto es que este hombre declaró con lujo de detalles todo lo relacionado con la muerte del niño Eusebio Lugones.
La mañana del 18 de enero, encontró solo al niño en un paraje denominado “El Dorado” y se puso a conversar con él y tomar mate. Minutos después, -según el relato de Garay- el niño lo invitó a pescar primero desde la costa y luego en medio de ese clima agradable, los dos se subieron a la canoa y continuaron la labor desde allí. En un momento, Garay le dijo al muchacho que se bajara, pero éste no quiso. Continuaron navegando hasta que Eusebio le pidió volver con los suyos, pero Garay ya no lo dejó. Confesó que ese mismo día, “hizo uso” del niño, es decir, abusó sexualmente de él y desde entonces, lo consideró “su compañero”. Continuaron viaje hacia el norte impulsados no solo por la corriente sino también por los furiosos temporales que azotaron la zona por aquellos días, llegando hasta Paraguay. Fue una expedición sin rumbo, parando donde quería Garay, viviendo de la caza y de la pesca, interactuando con los pobladores de los lugares que visitaban y evitando que el niño se escapara. Esto último era más recurrente estando en tierra, por lo que Garay decidió una y otra vez volver a embarcarse.
Los días del niño transitaron entre intentos de fuga, abusos sexuales y una enfermedad intestinal que Garay decía haber curado, ya que había sido enfermero, afirmación que no pudo ser comprobada. Todo ello, contado con inenarrables detalles que revelaron el tormento que Eusebio atravesó previo a su muerte.
En el mes de mayo, nuevamente llegaron al Departamento Garay y se asentaron en la isla “De Racine”, donde Aparicio montó un rancho y continuó allí su vida junto al niño y sus perros.
La mañana del 13 o 14 aproximadamente, el pequeño aprovechó una distracción de Aparicio Garay, tomó la canoa y, una vez más, quiso escaparse. Sería su último intento. Esa mañana, algo movilizó a Garay a actuar distinto y no correr para atraparlo. En su declaración ante la justicia y los diarios de la época, señaló que una voz lo obligó a disparar, una entidad que él denominó “El horario”. Así, a una distancia de 70 metros, tomó su escopeta e hirió a Eusebio en la espalda, a la altura del hombro derecho. Eusebio cayó de la canoa y se hundió en lo profundo del río, debido a una oleada provocada por una embarcación que justo pasó por el lugar. Cuando el cadáver del niño volvió a flotar, Aparicio Garay lo trajo hasta la costa y a un costado del rancho, comenzó su espeluznante faena: abrió, descarnó y desmembró a su víctima. Luego cortó sus huesos para utilizarlos como herramientas. Pero como no les sirvieron, los tiró al río. Los pesquisas los encontraron al llegar al lugar en búsqueda de pruebas.
Y cuando parecía que el espanto no podía ser mayor, Garay confesó que cocinó, comió la carne del niño y derritió su grasa, conservándola en una damajuana.
Ni la mente más fuerte, podía dar crédito de lo que estaba oyendo. Pero las pruebas recolectadas coincidieron con lo relatado: el arma y las herramientas utilizadas, los restos del niño, ropas, etc. todo fue recuperado por los policías de Cayastá y Helvecia.
Los médicos legistas que intervinieron en la investigación, determinaron que si bien Garay era una persona insana mentalmente (por lo tanto inimputable), los hechos cometidos lo revelaban como una persona sumamente peligrosa. Los especialistas señalaron –entre otras cosas- que hablaba solo, monologando con figuras de los diarios, con falta de orientación en tiempo, no así de lugar. Tenía alucinaciones auditivas –que él las denominaba “el horario” o “radio” que en ocasiones le ordenaban perentoriamente matar “porque si no lo mataría a él”. También señalaron que “No hay sentimientos afectivos ni morales y religiosos…”. “En su justificación cree lo más natural el hecho cometido y en ocasiones al principio aceptaba que eso estaba mal y merecía castigo.”
Por ello, el 22 de octubre de 1936 el juez Dana Montaño lo sobreseyó, pero ordenó su traslado al “Hospicio de las Mercedes” -actual Hospital Borda- en Capital Federal, donde quedaría internado hasta que el juez lo decida.
Del destino de Aparicio Garay poco se sabe, salvo que dos años después de encontrarse en “Las Mercedes”, mató con un rastrillo a un compañero de aislamiento porque le molestaban los ruidos que hacía por la noche. Esta es la última noticia que tenemos sobre él, antes de perderse en la oscuridad de la historia, al igual que lo hacía entre las islas, mientras cometía sus atrocidades.
El caníbal del Paraná
Existen numerosas historias que vinculan a Aparicio Garay con la desaparición de niños en costas entrerrianas. Diferentes testimonios relatan las misteriosas desapariciones de niños que jugaban en las orillas y nunca más fueron vistos. Pero la única investigación que prosperó hasta lograr recluirlo, fue la realizada por los policías del Departamento Garay.
Hurto
Hurto de ganado en las investigaciones preliminares, Aparicio Garay fue acusado de hurto de ganado, al apropiarse, matar y carnear un animal de un campo cercano al lugar donde fue detenido. Pero lo impactante del caso y la celeridad que la situación exigía, hicieron que los pesquisas dejaran de lado dicha investigación para abocarse al “secuestro, violación y homicidio” de niño Eusebio Lugones. Aun así, ese delito está asentado en su prontuario.
Por Paula Sedrán (Investigadora IHUCSO/CONICET - Docente UADER)
El Litoral y El Orden cubrieron el caso. Aunque con marcadas diferencias ideológicas, estos diarios compartieron las modernizaciones que vivió la prensa santafesina en los años de entre-guerra. Ambos utilizaron términos científicos para explicar el crimen y mostraron preocupación por lo que llamaron “la vida de la isla,” descripta como opuesta a los valores de la civilización y la vida moderna.
El Litoral realizó una cobertura detallada del accionar judicial. Asimismo, desde el comienzo, presentó al asesino como un caso psiquiátrico: un “degenerado moral” sobre cuya condena completa no podían existir dudas. A diferencia de El Orden, desplegó un estilo distante en su seguimiento del crimen y de sus protagonistas. Por ejemplo, en la primera narración que se hace de los hechos, que incluye sus detalles más sórdidos, los redactores cedieron la palabra al corresponsal en Helvecia y, cuando Garay fue llevado a Tribunales para su interrogatorio, se ocuparon de denunciar a quienes tenían el deseo “incalificable” de ver a Garay de cerca.
Por su parte, El Orden retrató a Garay de manera a primera vista contradictoria: monstruo, víctima, “salvaje” y “simulador.” Se perfiló, así, un retrato ambiguo que buscaba interpelar a un público heterogéneo. El Orden buscó estar cerca del episodio, por lo cual publicó entrevistas a Garay y otros testimonios bajo titulares truculentos e hizo un uso dinámico de la imagen. Los retratos del caníbal y de su botín se hicieron más impactantes conforme pasaban los días y contribuyeron a crear un clima de fascinación y horror. Finalmente, otra estrategia de cercanía fue hacer parte a los lectores de la elaboración de la noticia. En este caso, publicó la foto del empleado telegráfico que dio la primicia, el cual posó sonriente.
Estos diarios informaron, entretuvieron y formaron opinión de una manera antes impensada, con lo que se volvieron una parte central de la vida cotidiana del ciudadano de a pie y de su manera de ver el mundo.