"El pibe", la conmovedora obra de Chaplin que cumple un siglo
Fue el primer largometraje del artista. Se estrenó en Nueva York en enero de 1921. Clásico del cine mudo y plagada de gags, cuenta la historia de un vagabundo que se hace cargo de un pequeño. Estuvo inspirada en la propia infancia de Chaplin.
First National Picture Chaplin junto al pequeño Jackie Coogan en una de las escenas de El pibe . Resultó una de las aventuras más famosas de Charlot, personaje que el británico creó a principios del siglo XX y pobló las pantallas hasta la llegada del cine sonoro.
Charles Chaplin fue uno de los artistas geniales del siglo XX. Que haya elegido el cine para desplegar sus habilidades no es casual: ambos nacieron prácticamente juntos. Desde la comedia, que fue su especialidad, fue capaz de divertir al público y de reflexionar al mismo tiempo sobre temáticas diversas. La ambición en “La quimera del oro” (1925), el amor en “Luces de la ciudad” (1931), el capitalismo salvaje en “Tiempos modernos” (1936) y las consecuencias del fascismo en “El gran dictador” (1940), rodada en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue en su primer largometraje donde logró ensamblar de la mejor manera elementos de drama y comedia. Se trata de “El pibe”, que se estrenó en enero de 1921, hace justo un siglo.
La película tuvo su premiere el 16 de enero de 1921 en la ciudad de Chicago, se estrenó formalmente en Nueva York el 21 de enero y, tras pasar por Detroit, alcanzó las salas del resto de Estados Unidos a principios de febrero. Introduce al personaje de Charlot (en el inglés original, tan solo “the tramp”, o sea “el vagabundo”) que había creado Chaplin en la segunda década del siglo XX, en una historia en una historia que gira en torno a los afectos. La trama, en apretada síntesis, es la siguiente: una mujer pobre tuvo un hijo de soltera. Decide abandonar a su hijo para que lo adopte una familia rica. Pero, inesperadamente, el bebé queda al cuidado del vagabundo Charlot, quien lo termina criando. Cuando cumple cinco años, ambos se han encariñado y tendrán que luchar no sólo para sobrevivir, sino para permanecer juntos.
Gags memorables
Ya en sus cortometrajes de la década anterior Chaplin había demostrado su completa maestría para trasladar a las pantalla sus dotes de mimo. Tan magnética era su presencia, cómo lo mostró Richard Attemborough en el biopic que dirigió en 1992 con el protagonismo de Robert Downey Jr., que pronto se ganó el favor del público y por lo tanto de los estudios. De modo que cuando decidió asumir el desafío de rodar un largometraje, modificando el esquema desarrollado hasta entonces, encontró eco. Y el riesgo valió la pena, ya que “El pibe” se ganó el favor de las audiencias de hace un siglo. Tal como señaló Variety: “despertará carcajadas ruidosas y les mantendrá en un estado de deleite constante, también tocará sus corazones y ganará su simpatía”.
Es cierto que la anécdota que narra el film está calculada con precisión quirúrgica para conmover, cómo los melodramas de Douglas Sirk en los años ‘50. Empieza, de hecho, con una frase que indica dónde estará puesto el énfasis: “una película con una sonrisa y, quizá, una lágrima” (en el original, “a picture with a smile, and perhaps, a tear”). Pero lo que la hace perdurable diez décadas después tiene más que ver con la jerarquía de sus gags. Cuando Charlot adopta al pequeño, juega con gran imaginación con los cuidados del bebé. Así, una tetera hace las veces de mamadera y el improvisado tutor se ve obligado a fabricar pañales artesanales. Luego, mientras el niño crece, los momentos de humor físico van ganando intensidad. Entre los más recordados: cuando el niño prepara un desayuno de panqueques para su padre adoptivo y el enfrentamiento a golpes de Chaplin con un hombre del barrio, una lograda coreografía que anticipa el boxeo de “Luces de la ciudad”.
Pequeño gran actor
Los datos biográficos existentes señalan que para escribir el guión y diseñar los personajes de “El pibe”, Chaplin se inspiró en su infancia difícil en los barrios de Londres y en el fallecimiento de su hijo con sólo tres días de vida en 1919. Es por eso que muchos críticos consideran que es uno de los trabajos cinematográficos en los cuales el actor y director puso más cosas de sí mismo. Sin embargo, una porción considerable de la vigencia que tiene el film y de su condición de obra de culto tiene que ver con la actuación de Jackie Coogan como John, el “pibe” que da título a la película, un actor que décadas más tarde se pondría en la piel del tío Lucas en la serie televisiva “Los locos Adams”. Es Coogan el que le aporta al film realismo y emoción. Su mirada tierna y la química que desarrolla en su constante interacción con el personaje de Charlot resultan impresionantes.
Al parecer, Chaplin descubrió al pequeño Coogan en el escenario de una casa de vodevil, donde salía a saludar al público tras la actuación de su padre, un bailarín excéntrico. El propio Chaplin lo contaría con sus propias palabras años más tarde: “el chiquillo empezó de repente a ejecutar unos divertidos pasos de baile; luego miró graciosamente al público, lo saludó con la mano y se marchó corriendo. El público empezó a reír a carcajadas, de modo que el niño tuvo que salir de nuevo y ejecutar un baile distinto”. La reacción que observó Chaplin en la gente respecto al niño, lo llevaron a tomar la decisión de incorporarlo al proyecto, que le demandó en total cerca de un año y medio. Algo inusual para el actor y director, que acostumbraba a terminar sus rodajes en unas pocas semanas.
Significativa
Sea por Coogan, por Chaplin o por los gags, “El pibe” fue uno de los grandes éxitos de taquilla de su tiempo. Es que, cómo explicó el crítico Ignatiy Vishnevetsky, “en sus mejores momentos, es un trabajo genuinamente conmovedor de un artista en transición, todavía buscando el punto óptimo entre la comedia y el drama”.
Lo cierto es que, cuando cumplió 90 años en 2011, la película fue considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y seleccionada para su conservación en el National Film Registry. Y, al cumplir sus primeros 100 años, se mantiene a flote como una de las grandes obras cinematográficas del siglo pasado, destinada a perdurar en la medida en que, como todo clásico, sigue resonando.