La monarca popularizó el uso del vestido de novia blanco y, paradógicamente, se pasó gran parte de su vida vistiendo de luto.
Royal Collection ´El matrimonio de la reina Victoria´, de George Hayter.
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Cualquier novia palidece ante el impacto que tuvo la reina Victoria hace 181 años. La huella que dejó al vestir de blanco se convirtió casi en un mandamiento para cualquier boda tradicional. Porque, aunque a esta reina la recordemos principalmente por su luto permanente -que llevó devotamente durante cuatro décadas tras las muerte de su amado esposo, Alberto-, fue ella la que popularizó el vestido blanco de novia cuando apenas tenía 20 años. Un color que, por cierto, nada tiene que ver con la pureza virginal.
“Victoria eligió llevar blanco principalmente porque era el color perfecto para destacar el delicado encaje [de su vestido de novia]”, como definió la biógrafa Julia Baird la elección sin concesiones de la monarca. Victoria sabía que ella era la estrella de esa ceremonia e impuso una norma que también se convirtió en tradición “al pedir que nadie más llevase blanco al enlace”, excepto sus damas de honor. Hasta ese momento, la mayor parte de las mujeres llevaban vestidos brillantes y coloridos el día de su boda, aptos para reutilizarse en otras ocasiones importantes. Y, en el caso de ir de blanco -Victoria no fue la primera en hacerlo-, se consideraba un símbolo de riqueza: el color demostraba que la famlia podía permitirse limpiar el vestido.
Aunque no hay fotografias de la boda –todavía faltaba una década para que la fotografía estuviese lo bastante avanzada para cubrir eventos así–, la blanca elección de Victoria recorrió el mundo gracias a los periódicos de la época, las ilustraciones y grabados de la ceremonia, y los souvenirs del evento. 14 años después de aquel día, la reina Victoria y el príncipe Alberto recrearon la boda delante de la cámara de un fotógrafo.
Irónicamente, Victoria y su equipo de consejeros le dieron más importancia al simbolismo de los materiales del vestido de boda que al propio color : el raso color crema se tejió en Spitalfields, el centro histórico de la industria de la seda londinenese, y el encaje tejido a mano de Honiton se escogió para impulsar la industria de la puntilla y el encaje (aunque se dice que el patrón empleado para su vestido de boda fue destruido para que nadie pudiese copiarlo) . El vestido estaba adornado con azahar (un símbolo de fertilidad que, si consideramos que tuvo nueve hijos, funcionó bastante bien) y arrastraba una cola de más de cinco metros.
Aunque ya llevaba tres años de reinado antes de casarse, Victoria decidió darle más visibilidad a su condición de esposa que a la de monarca el día de su boda, entre el famoso voto de "obedecer" al marido y la elección voluntaria de no portar corona o símbolo regio alguno. Los roles de género no fueron tan tradicionales durante el cortejo previo: fue Victoria la que le pidió matrimonio a Alberto, porque al ser reina no le quedaba más opción que proponerlo ella. Durante el resto de su vida, Victoria se identificó tanto con su papel de esposa que fue reciclando el vestido a lo largo de los años, especialmente el encaje y el velo, que llevó a los bautizos de sus hijos, en su retrato oficial del jubileo de diamante (debajo de la corona) y en la boda de su hijo Leopoldo.
Durante los primeros 20 años de su matrimonio, Victoria cedería de manera informal parte de sus tareas reales a su marido, sobre todo en sus embarazos. También dice mucho el hecho de que, cuando Victoria preparó su funeral, quiso que la enterraran de blanco, sin símbolos de su poder, pero con el velo del dia de su boda.
Y ni siquiera hemos llegado aún a los detalles más fascinantes de la boda de victoria: los acosadores enloquecidos que fueron a por ella antes de la ceremonia, el memento de aquel día subastado hace dos años y la crónica de la propia Victoria de cómo fue su noche de bodas.
Una boda real, a pesar de sus deseos
La reina –que tenía mala relación con su madre y con el consejero de su madre, sir John Conroy, obsesionado con el poder– quería una boda "simple" y "comedida". Victoria le pidió ayuda al primer ministro, lord Melbourne, mentor y figura paterna de la reina, dado que su padre biológico había muerto cuando ella era niña.
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El vestido original - Foto: Getty
Melbourne se las apañó para coaccionar a la reina, que detestaba la ostentación, para que participase en parte de la pompa esperable en una boda real, como lo de llegar a la ceremonia en una calesa dorada. Baird afirma que Victoria “se quejó: "¿Por qué todo es siempre tan incómodo para los reyes y las reinas?”.
Sin corona
En vez de corona, Victoria optó por una sencilla guirnalda de azahar y mirto (que desde entonces ha figurado en cada boda real británica) . Unos pendientes de diamantes turcos y un broche de zafiro (regalo de Alberto) complementaban el conjunto. Victoria calzaba slippers planos de raso blanco. El pelo, con raya al medio, estaba recogido en dos moños bajos, uno en cada lado de la cabeza.
Ni siquiera Charles Dickens podía contener el júbilo por la boda. Así le contaba por carta a un amigo: “La gente está desquiciada con la boda de su majestad, y siento decir que hasta yo estoy irremediablemente enamorado de la reina”. Dickens también redactó una carta satírica al estilo de las de los muchos acosadores que tenía la reina –un fan-fic del siglo XIX, por decirlo así–. Los acosadores de la reina escribían con furia decenas de cartas a Victoria con la fatua esperanza de que la reina rompiese su compromiso y se casase con ellos. Uno de ellos incluso fue arrestado cuando intentó entregar en mano su carta de amor.
La torta "histórica"
La torta de Victoria y Alberto era una coloso circular, pesaba casi 150 kilos, medía unos tres metros de diámetro y estaba decorada con muñecos de la novia y el novio vestidos a al estilo griego antiguo, con azahares y mirtos a juego con la guirnalda de Victoria. Y había más tartas para los invitados. Ahora viene lo más increíble: una porción sobrevivió al paso de los años y se subastó en 2016 en Christie's por unos 1.700 euros.
Victoria se cambió de ropa para el banquete real, con un vestido de plumón de cisne y un sombrerete a juego –“Un frenesí de gestos, reverencias, sonrisas y apretones de manos”, según Baird, antes de partir a las cuatro de la tarde. La elección de la reina de abandonar su propio banquete de bodas en un viejo coche de caballos para el viaje de tres horas de vuelta al castillo Windsor recibió el califcativo de uno de los invitados de “lamentable y pobretona”.
La noche de bodas, relatada por ella misma
“¡NUNCA, NUNCA he pasado una noche así! ¡MI QUERIDÍSIMO Alberto se sentó en un taburete a mi lado y su amor excesivo y su afecto me causaron sentimientos de amor y felicidad celestiales que jamás habría pensado que pudiese sentir. ¡Me estrechó entre sus brazos y nos besamos una y otra vez! Su belleza, su dulzura y su amabilidad. ¡Oh, cómo podré agradecer algún día tener un marido así! ¡Oh, este ha sido el día más feliz de mi vida!”
Luna de miel
Aunque Victoria había hecho el voto de obedecer a Alberto, la reina tomó inmediatamente las riendas de su matrimonio al negarse a tomar las dos semanas de vacaciones que él quería. Le dijo que dos días ya eran muchos para que una reina negase sus deberes reales. Así que Victoria y Alberto se relajaron de las emociones de la boda en el castillo de Windsor