¿Por qué el centro de la atención hoy, en medio de una nueva escalada de contagios, son los jóvenes? ¿Por qué se insiste en la idea casi "policial" de que ellos son los principales vectores del Sars-Cov-2, los desobedientes civiles crónicos? ¿No son también transmisores aquellos que no respetan las medidas básicas de distanciamiento social, independientemente de las franjas etarias? ¿O la persona adulta que lleva el barbijo a media asta, por debajo de la nariz, en un súper, por ejemplo?
La situación de los jóvenes pareciera ser algo así la carnadura del Diario de la Guerra del Cerdo, aquella novela Bioy Casares en la que se relata una "cacería" de los jóvenes contra los viejos, algo así como un acto de "limpieza generacional". A la argentinidad -concepto abstracto si los hay- le encanta las distopías (en este caso literaria) para hacer determinadas -y acaso equívocas- justificaciones. Y también las mitologías: en esa misma argentinidad se alimentó un mito histórico: la "otredad".
¿Y qué es la otredad? La idea cíclicamente reactualizada de construir "un otro" como "enemigo", como "aquel que me contagiará, el que enfermará". Ese señalamiento, ese dedo acusatorio hacia una particular franja etaria (hoy, la juventud), es lo que desmenuza en un exhaustivo análisis Daniel Gastaldello, Doctor en Semiótica y profesor de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). "Hay personas que están comportándose como vectores más allá de su edad", subraya.
Es más: la famosa "grieta" de la que tanta se habla hoy se construyó sobre el otro. "Gran parte de esa otredad desapareció en los laberintos de la historia, pero muchos la reencarnaron en el presente, como una necesidad cultural por mantenernos sanos, construyendo al que enferma. Esa otredad es donde van a parar por inercia lo peor de nuestra sociedad: siempre es el otro el que debe cargar con lo peor de nosotros", dice el especialista, en diálogo con El Litoral.
Pero ojo: nada de todo esto existe realmente, son "metáforas de control social" -advierte-. "A estas metáforas cada uno las fue naturalizando para segmentar y despreciar sistemáticamente, sin tomarse el trabajo de observar, evaluar, medir la propia responsabilidad en la propia endemia regional que hoy se suma a la pandemia mundial. Este es el contexto semiótico en el que debemos situarnos primero para desandar la complejidad de lo que estamos viviendo actualmente", añade Gastaldello.
Gentileza El Dr. Daniel Gastaldello es profesor adjunto de las Cátedras de Semiótica General y Seminarios de Semióticas Específicas. También Director del Grupo de Investigación en Semiótica de la Facultad de Humanidades y Ciencias (Fhuc-UNL).
El Dr. Daniel Gastaldello es profesor adjunto de las Cátedras de Semiótica General y Seminarios de Semióticas Específicas. También Director del Grupo de Investigación en Semiótica de la Facultad de Humanidades y Ciencias (Fhuc-UNL). Foto: Gentileza
La juventud
-Hoy se está hablando enfáticamente de que los jóvenes son los principales "culpables" del aumento de casos. Epidemiólogos piden que los mensajes oficiales apunten a la juventud para lograr "solidaridad transgeneracional". ¿Cómo evalúa esta percepción sobre la juventud?
-Volvemos a la idea de los culpables, a la estigmatización de un otro que se vuelve transmisor del virus. Es una categoría social, no sanitaria, en cuyo caso deberíamos referirnos a vectores de contagio, una categoría más útil por ser más precisa, que en lugar de observar grupos sociales observa prácticas transversales a toda la comunidad. Se es vector de contagio por las acciones que se realizan, y esas acciones sólo tienen sentido en un ámbito de falta de empatía o bien, por desconocimiento de los alcances que tienen las propias acciones sobre la vida de los otros.
De esto se desprende que no por ser joven se es vector (del virus), y no todos los vectores son jóvenes. Hay personas fuera de esos rangos de edad que también representan un riesgo a la salud pública. Las aglomeraciones en zonas turísticas donde se sitúan jóvenes de clase media y alta (por caso) contrastan con las medidas de carácter restrictivo, pero ellos no están solos. Muchos adultos también ejercen esas prácticas y no aparecen en los medios: los que no quieren vacunarse, los que se reúnen, viajan y circulan sin tomar medidas de seguridad. Muchos jóvenes están en este momento estudiando, trabajando y aislándose para evitar contagios, esperando a ser vacunados al final del calendario para no ser vectores en sus ámbitos familiares.
Hay personas que están comportándose como vectores independientemente de su rango de edad. Ocurre que estamos frente a una mirada adultocéntrica donde el otro ahora es el joven que enferma a la Nación. Esto, más que hablar de víctimas y victimarios, habla de una política de la comunicación en la que algunos medios reproducen el mito de la Nación enferma, simplifican y retrasan en las formas que tenemos de pensarnos como sociedad y de resolver problemas colectivos.
Y la "solidaridad transgeneracional" estuvo siempre. Como bien lo señala el Comunicado del Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes (GEPoJu) del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), a raíz de la responsabilización de los jóvenes frente a la segunda ola de contagios de Covid: "Aunque con menos impacto mediático, los jóvenes han sido quienes en contextos signados por la desigualdad y la precariedad, han afrontado la difícil tarea de continuar con sus estudios de manera virtual en todos los niveles del sistema educativo".
Y continúa: "Son también los jóvenes quienes han desarrollado trabajos esenciales y han puesto el cuerpo en el funcionamiento del sistema de salud, donde tanto el personal de enfermería, de guardia y residentes son predominantemente personas jóvenes. También en trabajos precarizados como los de aplicaciones de reparto y delivery (...) Quienes han protagonizado el desarrollo de tareas solidarias y militantes en barrios populares, trabajando en la distribución de elementos de higiene y alimentos con quienes se encuentran más desprotegidos en medio de una crisis sanitaria y económica sin precedentes".
Lo "clandestino"
-A propósito de las fiestas clandestinas, la idea de lo "clandestino", de lo "prohibido", ¿convoca a las personas, esa idea resulta ser un "llamador" social? ¿Cómo manejar desde la comunicación a esa representación?
-Anteriormente dije que las acciones (en este caso negativas) de un vector de contagio sólo tienen sentido en un ámbito de escaso o nulo conocimiento o interés por los efectos que tienen sus acciones sobre la vida de los demás. Esta es una perspectiva política del cuerpo: las acciones de unos impactan sobre el cuerpo de los otros, algunos deciden el estado de salud del otro.
Nuevamente ese otro, como vimos, vuelve a inscribirse en la antigua lógica binaria de la inclusión/exclusión, y es esperable que nos neguemos a estar del lado negativo, incorrecto, enfermo, amenazante de la salud nacional. Implica además que (como bien adelantó Michel Foucault) por estar de ese lado debamos ser vigilados, controlados y domesticados.
Tal vez el "hartazgo social" del que oímos hablar tenga ese trasfondo. Cuando cada sujeto repite "la gente está cansada", y se sitúa del lado de la víctima social que debe ser resarcida, reclama ese libre ejercicio de poder sobre el cuerpo del otro, pero a costa de negar toda responsabilidad civil y sanitaria sobre la vida de ese otro al que afecta. Paradójicamente, en el momento en el que reclama su lugar benévolo en la salud de la Nación, pierde legitimidad.
Por donde se lo mire, cada ciudadano termina experimentando la idea de que "todos somos clandestinos". En rigor, el otro es el virus, somos presa no de un poder político sino biológico. No somos la bala sino el arma. Por eso hoy más que nunca el cuerpo es una herramienta de ejercicio del poder.
Lo vivimos con el VIH-SIDA en los años '80 y con otras ETS en la actualidad. Si el Covid-19 prosperó es porque no aprendimos nada como sujetos responsables del propio cuerpo y el del otro, en las epidemias pasadas y aún presentes.
En este sentido, las ideas de lo clandestino y de lo prohibido no creo que sean atractivas para toda la población. En todo caso creo que lo que moviliza a la sociedad es no sentirse parte de una enfermedad, negar ese uso que el virus hace del propio cuerpo, desentenderse de esa relación para pasarse del otro lado, salirse de la otredad que enferma a la Nación.
Más allá de esta incomodidad producida por la función y el rol que cada uno deba asumir tanto de un lado como del otro de la brecha (social, cultural, generacional, etcétera), creo que es importante trabajar sobre las bases mismas de este mito histórico. Sólo haciendo visible esta arbitrariedad, que nos viene separando desde hace siglos, creo que llegaremos a la idea central de que el otro también es uno mismo y la otredad somos todos. Esto nos permitiría construir políticas inclusivas que en lugar de simplificar y estigmatizar, permitan analizar y producir soluciones conjuntas.
Los medios tienen hoy una responsabilidad central en este cambio de paradigma cultural social. Personalmente veo cómo muchos medios retrasan el debate público cuando reproducen el esquema básico de inclusión/exclusión, y cómo dirigen la mirada siempre al interior de la dicotomía, nunca a las bases ni a su génesis, donde realmente está el problema. En el mismo sentido, los jóvenes miran cómo los adultos replicamos la estigmatización, la construcción de la otredad, la exclusión, la falta de empatía y la irresponsabilidad frente a la vida del otro.
La pandemia y el mensaje
-¿Cómo se construyó en términos semióticos el mensaje oficial ante la pandemia? Y con relación al uso de recursos como la metáfora bélica ("vamos a dar batalla"; "los trabajadores sanitarios están en la trinchera"); e incluso bíblica ("el coronavirus es una plaga"), ¿se intentó generar un efecto de sentido específico en la sociedad?
-Ninguna persona mentalmente sana desea enfermarse, sufrir el aislamiento, despertar en una unidad de terapia intensiva, someterse a la "lotería" que el Covid-19 impone en cuanto a los síntomas, afectación, recuperación o deceso. Todos estamos más que informados sobre las formas de contagio, síntomas y peligros del virus. Pero tenemos como trasfondo esta historia de simplificaciones sobre la otredad. El otro es el que se enferma, y si me enfermo es por culpa del otro (no por la circulación comunitaria a la que me expongo).
Si el otro es cercano a nuestros afectos, la idea que circula tiene que ver con la no intencionalidad del otro por mi contagio y no por mis propias medidas preventivas. Así se confunden las condiciones de vinculación y pertenencia social con las condiciones de portación de un virus: si se inscribe en un determinado grupo social, difícilmente se va a ser portador de un virus.
Dado esto, el mensaje oficial fue uniforme y racional; pero del otro lado, al hablar del "efecto de sentido" en la ciudadanía, creo que se esperó actualizar la imagen del otro desde una generalidad descontextualizada de su historia simbólica. Una parte de la ciudadanía pudo reponer a ese otro en términos positivos, porque este gesto sólo es posible para aquellos que viven con ese otro, que han deconstruido esta figura del otro como una amenaza y para quienes viven la empatía como un ejercicio cotidiano y una política de convivencia. Para otra parte de la ciudadanía, el otro siempre es una molestia, una amenaza o, en el peor de los casos, es la nada misma.
En caso de reforzar un mensaje con estrategias nuevas tal vez hubiera sido más productivo focalizar en la relación de responsabilidad con el otro, y cuánto hay de ese otro en nosotros mismos. Pienso en la publicidad del Instituto de Cine de Canarias (con dirección de Willy Suárez), donde se invierte la dicotomía para hablar desde la responsabilidad afectiva.