Por Augusto Doval
Por Augusto Doval
¿Qué pasa con el amor en el siglo XXI? ¿Por qué nos cuesta tanto estar en pareja? ¿Cómo cambiaron las relaciones entre varones y mujeres? ¿En qué sentido los varones de hoy ya no son como los de antes, en un mundo que (después de la aparición de los feminismos, las transformaciones en los hábitos del trabajo, etc.) les exige aprender a vivir y sentir de otra manera?
Luciano Lutereau es psicoanalista. Doctor en Psicología y Doctor en Filosofía por la UBA, donde trabaja como docente e investigador. Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Es autor de diversos libros, entre ellos una trilogía que escribió para editorial Paidós, en la que analiza los vínculos en el mundo actual. Los títulos son: Más crianza, menos terapia. Ser padres en el siglo XXI (2018), Esos raros adolescentes nuevos. Narcisistas, desafiantes, hiperconectados (2019) y El fin de la masculinidad. Cómo amar en el siglo XXI, de reciente aparición, a partir del cual mantuvimos esta conversación.
-¿Es difícil ser varón hoy? ¿Qué desafíos trajo esta época para los varones?
-Es interesante que de un tiempo a esta parte empezamos a decir "varón" y ya no alcanza con decir "hombre". No solo porque esta palabra nombre a la humanidad en su conjunto y se prefiera usar una palabra que sea distinta a la de "mujer", para que ellas tengan su propia representación; también creo que decimos "varón" para ubicar que no se trata de una identidad natural, sino que hay muchas formas de asumir la masculinidad, al punto de que hoy también se habla de masculinidades, en plural y, sobre todo, hay un modelo hegemónico que está en crisis. Hoy en día, ser varón no es cumplir con mandatos, sino pensar qué clase de varón se quiere ser, sin estar oprimido por imperativos del estilo: si no hago tal cosa, no soy varón; si no soy potente, soy una mujer (en sentido degradado); si no me gustan ciertas cosas, soy un homosexual (entendida esta como masculinidad disminuida), entre otros.
- La masculinidad tradicional, ¿es siempre machista?
-No necesariamente. El machismo es un modo de reforzamiento de una identidad. Por ejemplo, la masculinidad clásica también supone valores como la protección, el respeto, el altruismo. Hace poco veía un video (que se volvió viral) en el que un varón decía algo así como "Ustedes tienen que entender que nosotros las cuidamos, tontas" y ahí está el problema, cuando el cuidado es a cambio de sumisión y se arroga la potestad de agredir o insultar. Muchos varones no son machistas porque, en efecto, odien a las mujeres (es decir, no son directamente misóginos) sino por motivos más personales: inseguridad, temores al abandono y al fracaso, dificultad para no ver el deseo de su pareja como una amenaza o un capricho. A veces se piensa que cuestionar el machismo es un modo de decirles a los varones que están equivocados, que son malos, como si se los atacara o quisiera reeducar y, desde mi punto de vista, es necesario plantearlo no como una invalidación, sino como la chance de hacer un cambio profundo y vital, para volverse menos reactivos, porque también hay varones que, por ejemplo, se quedan en relaciones en las que no son felices (y en las que sufren mucho) porque se sienten obligados a no defraudar un ideal de familia, también están los que dan y dan y la pasan mal, ya que después sienten que no se los reconoce y se ponen agresivos y ahí el problema no es solo la agresividad (como manera de resolver la frustración) sino esa forma de vivir privándose para darle a otros, entre otros escenarios que muestran que los varones también sufren el machismo.
-Un lugar fundamental en la vida de (casi) todo varón, son los amigos, el grupo, ¿esto se relaciona con el reforzamiento que decías antes?
-Absolutamente. En la actitud machista, el acto de un varón se asegura con la mirada de otro. Por eso en el trabajo con varones es importante incluir la perspectiva de grupo, ya que ese que en solitario es de una manera, con otros tiene reacciones diferentes. Ese tipo de dependencia es muy común de la adolescencia viril y no es raro que haya quienes a pesar de los años sigan con esa modalidad de funcionamiento, basado en la complicidad y el encubrimiento, la expulsión de lo distinto y la segregación. Esto no solo se vincula con el maltrato y la degradación de las mujeres, sino también en el recurso a la violencia que eventualmente lleva a femicidios u homicidios que no dependen del deseo de matar, sino que son efectos de tener que responder al grupo, a una subordinación a cambio de pertenencia.
-Esto que hablamos nombra el machismo tradicional, ¿hay formas actuales del machismo?
-En el libro trabajo especialmente el recurso a la seducción crónica como una estrategia actual de muchos varones. Si el varón tradicional era celoso y posesivo, el de nuestro tiempo se volvió desaprensivo, rehúye el compromiso y no teme porque no se expone. Aquí también puede haber un modo de crueldad, porque antes que hacerse cargo de un deseo, este varón es más narcisista y le gusta ser deseado, prefiere ser reconocido como deseable y si alguien le plantea algo… se desentiende, es un problema del otro, él no le prometió nada, ¡ella es una "intensa"! Esta es una palabra que empezó a usarse en estos años, entonces por eso la tercera parte del libro se llama "Varones seductores, mujeres intensas". Creo que esto que me preguntás es muy importante, porque muestra que la revisión de la masculinidad tradicional no implica la desaparición del machismo.
- Por último, el libro concluye con unas palabras muy lindas sobre la paternidad, ¿cómo pensar la figura del padre en tiempos del patriarcado?
-La paternidad no es solamente darle el apellido a un niño, es más bien recibirlo como hijo y no solo ocupar el lugar de autoridad sino también introducirlo en un linaje. Hace unos años pasamos de los padres a los que no se les conocía la voz más que cuando se enojaban, a los padres que quizá son tan blandos que tiemblan si su hijo se angustia. Se angustian con la angustia del hijo que, al final, tiene que tranquilizarlos. El amor paterno-filial es otra cosa, es poder estar cuando se nos necesita, que un hijo cuente con nosotros para hacer su camino, para que haga su experiencia, porque así también es que nos reconoce como su padre sin caer en la fantasía típica de rivalidad. Culturalmente, las últimas generaciones de varones tuvieron un contacto más estrecho con las madres, de mayor dependencia; esto también se relaciona con el machismo, porque llevó a la idealización de la madre y el desprecio de las otras mujeres como si la madre, incluso, no fuera una mujer (¡mamá es santa!), mientras que el padre representaba una exigencia y una fuente de humillación (por ejemplo, llevaba a debutar, obligaba a disparar un arma o fracasar "para hacerse hombre" y así la transmisión de varón a varón era sádica). Creo que el elogio de la paternidad con que concluye el libro apunta a recuperar lo que la figura del padre tiene de legado, de continuidad, de apoyo. Freud decía que en una sociedad nunca podríamos hacer todo de nuevo, que en una civilización el acto de cada uno se apoya en el acto de otro y esa es una definición de lo paterno que me interesa. ¿Qué es un padre? Es ese varón cuyos actos me preceden y me ayudan a no estar solo para actuar. Eso es más constructivo que cualquier demostración de potencia. Hoy en día cada vez menos varones quieren tener hijos. Eso redobla lo que ocurría antes: los varones embarazaban y huían. Rechazar la paternidad es algo que se puede hacer no solo biológicamente, sino también simbólicamente. Y es posible tener hijos no solo en una familia, sino también en espacios de trabajo, en círculos sociales, es decir, para mí es importante recuperar la figura del padre como alguien que transmite a la generación que sigue, porque eso instala la idea misma de generación, de porvenir, de deuda y compromiso comunitario. La paternidad es la vía para salir del individualismo de la sociedad en que vivimos.