Pepe Soriano vuelve al cine a sus 91 años como protagonista de “Nocturna”, thriller psicológico con toques fantásticos escrito y dirigido por Gonzalo Calzada. La película cuenta además en el elenco con Marilú Marini, Lautaro Delgado Tymruk, Desirée Salgueiro y Nicolás Scarpino, y gira en torno a Ulises, un hombre casi centenario al que a lo largo de una noche le toca vivir un extraño hecho que pondrá a prueba su lucidez y su cordura, mientras conversa con los fantasmas de su pasado y repasa las cuentas pendientes con la vida. Las últimas actuaciones en cine realizadas por el actor fueron en “Mi primera boda” de Ariel Winograd, estrenada en 2011 y en “Pecados” de Diego Yaker, de 2013.
Escrita y dirigida por Gonzalo Calzada, reconocido director de filmes de género como “La plegaria del vidente” (2012), “Resurrección” (2016) y “Luciferina” (2018), la película que pasó por el Marché du Film de Cannes, por el Festival de Sitges y por la 38° B3 Biennial of the Moving Image de Frankfurt, planea su estreno para este año. “Nocturna” es parte de un proyecto conceptual que incluye además otro largometraje, y una novela.
El Litoral se acercó al histórico intérprete para hablar de esta producción, pero también de su vigor incansable y de su lucha por las condiciones laborales de su oficio.
-¿Cómo llegó la convocatoria de Gonzalo Calzada para “Nocturna”?
-No lo conocía a Calzada. Un día me llamó, me dijo: “¿Nos podemos juntar? Porque tengo una propuesta. Me gustaría contarle de qué se trata”. Nos juntamos con él y con Alejandro Narváez, que es un uno de los socios de La Puerta Producciones. Empezamos a hablar de la posibilidad de hacer una película. Me contó que había hecho cuatro o cinco películas de género; lo cual me llamó la atención, porque yo nunca había hecho una película de género. Y además es un tema que en general no toqué, no estaba dentro de mis posibilidades.
Empezamos a hablar de la propuesta, y me pareció que tenía mucho material vivido por él para contar esta historia, que me pareció atractiva. Agregué algunas cosas; venía con una experiencia en el teatro de haber hecho “El padre”, un personaje que tenía Alzheimer. O sea que venía ocupado con el tema de la edad, porque yo también estoy dentro de esos parámetros. Empezamos a contar cosas, y agregar: llevó un tiempo largo antes de empezar a filmar, antes de que él la escribiera.
-Todo esto pasó antes del guión definitivo.
-Exactamente; cosa que para mí es bastante frecuente. Un día vino un director que no conocía, se llamaba Raúl de la Torre, con quien trabajamos después en varias películas, con Graciela Borges, Lautaro Murúa, Alfredo Alcón. Me dijo: “Quiero hacer una película con usted”. “Hace bien, mándeme el libro”. “No tengo libro”. “Bueno, cuénteme qué es”. “Ah, no sé qué es”. “¿Va a hacer una película que no tiene libro y no sabe qué es?”. “Exactamente”. “¿Y cómo la va a hacer?”. “Ensayando, trabajando: vamos a inventar juntos la historia; tengo la actriz” (nuestra queridísima Julia von Grolman). Y grabamos 20.000 metros de cinta para la relación de esa mujer y ese hombre. Y eso al final resultó una película (“Juan Lamaglia y Sra.”).
Salto en el tiempo a “Nocturna”: entre las cosas que tenía Gonzalo y las que le pude aportar apareció el personaje: cercano a los cien años, en una noche ocurre todo a lo que él le pasa. Uno dice “en una noche mucho no puede ocurrir, porque la gente duerme”. En el caso suyo, aparece la infancia, la madre, los amigos, la mujer, que está durante toda la película, con la magnífica Marilú Marini: una hermosa actriz que vive en París y vino para hacer esta película; teníamos ya de antes una muy linda relación.
Empezamos a trabajar con esta historia, y fueron apareciendo cosas al margen del guión ya escrito; suprimimos, agregamos, llevamos adelante entre todos, siempre con la potestad de Gonzalo, la película. Que es de director, siempre: el actor es un creador de segundo grado. La película no es mía, es de Gonzalo. El que quiere contar la historia, y yo lo puedo ayudar, es él. En el momento en que termino de filmar, esa película ya le pertenece a él en el laboratorio: él agrega y corta.
Puedo decir que entregué hasta la última gota de sangre; porque no es frecuente hacer una película. En estos días todos hablan de Clint Eastwood, que tiene 90 años y está haciendo una, y yo también. Nada más que él en Estados Unidos y yo en la Argentina, que son dos lugares diferentes, y dos industrias diferentes.
-Él tiene algunas ventajas en el contexto.
-Ellos tienen una industria, y nosotros tenemos todavía (y por largo tiempo) un cine absolutamente artesanal. No somos una industria: no porque no tengamos capacidad. La vaca se la llevaban en el barco a Europa para la leche de los chicos; la vaca para el campo, el campo para la vaca. Un día todo eso tiene que cambiar, porque el mundo cambia. Aquello de que somos el granero del mundo ya no corre más.
Trabajé en Israel, que es un país chiquitito, pero que produce en un mes lo que nosotros producimos en un año.
-Tienen una gran industria, y exportan formatos a Estados Unidos.
-Exacto. Somos artesanos y amantes del cine; si revisamos lo que está ocurriendo la mayoría de los directores son de primera película. Entendamos que el trabajo del teatro, el cine, la creación, tiene un aspecto de oficio, que hay que ir aprendiéndolo. Un director con diez películas ya puede hablar de otra cosa. Eso lo conocí en los años en que viví en España, porque casi todos los directores habían hecho 70, 80, 90 películas. Si no aprendieron en la película 90, no aprendés más (risas).
De todas maneras, la película la vi, y más allá de que estoy como protagonista, creo que Gonzalo hizo un muy buen trabajo. Tiene un background de cuatro o cinco películas de las cuales ya tiene que haber aprendido cosas, que aplicó acá y nos dio un buen resultado.
Ahora, yo no deposito expectativas de masividad: no es una película para ir a entretenerse nada más. Es una posibilidad expresiva estupenda, y eso es como el teatro, que es minoritario: en una sala más de 300 personas no entran. Tengo mucha experiencia de cine, acá y en España; creo que estamos con una buena película de cine, que para mí ya es mucho.
-Ulises está en una relación de tensión con Dalia, su esposa. ¿Cómo se construyó la química con Marilú Marini, quien la interpreta?
-Nos conocíamos desde hace muchos años, y tenemos una relación afectiva muy grande, porque seríamos “del mismo palo”: las cosas que uno quiere hacer son muy parecidas a las que ella quiere hacer con su trabajo. Otra cosa sería si pusieran una vedette: no sé cómo, porque la vedette trabaja otro género.
En este caso hemos coincidido, teniendo en claro las diferencias que Marilú tiene con su personaje. Ella es aspiracional de la clase media, él no: es un contador que ha trabajado toda la vida con un grado de humildad, de persona común de trabajo. Ella ha tenido aspiraciones de más, lo que provocó muchas dificultades en la vida de ellos dos. Sus procedencias son diferentes, y la búsqueda de sus relaciones también. Han tenido un hijo, la relación con él no es buena tampoco, porque cada uno de los padres deposita en el hijo sus propias aspiraciones, y eso al tipo lo termina de alejar: “No quiero ni lo uno ni lo otro, mi vida es mía”.
Están ahí los retornos a la infancia, las fantasías, la muerte, la locura, la vida vivida, las diferencias con los otros.
-Viendo fotos del backstage se nota el cuidado y el aprecio del equipo y los compañeros elenco para con vos.
-Tengo que hacer mención de los compañeros jóvenes, la entrega que han tenido. Estoy hablando de actores que no llegan a los 30 años. Qué entrega, qué ganas... Porque trabajábamos casi todos los días de ocho a 12 horas diarias, sin parar, nada más que para comer un sandwichito. Es muy duro, en un ambiente, cerrado, muy agobiante: es un departamento antiguo donde viven ellos dos, con las características de lo antiguo y lo viejo, lo que ya está vencido en el tiempo. Esto crea un clima un poco sórdido.
-Totalmente opresivo. Además con una especie de niebla: toda la película fue filmada con una máquina que tira humo; ni siquiera están los objetos con las formas con que uno los puede ver cotidianamente. Están como en las fotos sepia.
Conmigo se han portado de maravilla, con un equipo técnico de gente muy joven con una entrega impresionante. Y esto es de agradecer, porque uno ya tiene un camino recorrido, y la gente viene imbuida de mucha gente que tiene que llevar adelante, tienen una mochila que llevar y cargarla. Creo que hemos logrado un resultado satisfactorio para el panorama del cine argentino.
-Hablábamos de “El padre”, ese trabajo tan intenso en teatro, con un juego escenográfico para meter al espectador en la cabeza del Alzheimer; y de eso a otro registro, de comedia dramática, como fue el “Mudo” de “Rotos de amor” (del recientemente fallecido Rafael Bruza), con su expresividad corporal. ¿Cómo se renueva la energía para poder entregarse en cada nuevo proyecto, a esta altura de la carrera?
-Creo que la carrera no tiene alturas, tiene fases de tiempo. Si lo que a uno lo impulsó fue encontrar un acto de amor en eso que estaba haciendo, eso dura hasta el final. Ahora, si eso se combina con la vanidad de que me hagan fotos, de salir en las revistas, de que un día me llamen de Hollywood, pueden ser carreras que duran diez años, veinte. Pero llega un momento en que decís “ya estoy harto, no tengo ganas”. Sobre todo en cine, porque es un hecho mecánico, que hay que repetir, cambiar de ángulo, de conceptos.
Pero cuando uno ha certificado que el acto de amor de uno es uno que uno hace el tiempo lo único que hace es endurecer las vértebras, y a veces la memoria. Si me preguntan cómo me sentí con la película, y bueno: me sentí como en la primera película en la que hice un papel, con ese amor, con esas ganas, con ese deseo; aprendiendo.
Eso (y me enorgullezco) fue una cosa que llamó mucho la atención en España. Porque cuando llegué no era un chico, era un hombre grande; y mi trabajo llamaba la atención no por el oficio sino por la entrega. Y bueno, hasta aquí llego yo con “Rotos de amor”, con “Nocturna”, preparando algo más todavía, si se puede y si llegamos; porque esto de la pandemia es un tema de un dolor tan profundo... la gente que aplaude, que ve las fotos, piensa en la vida de un actor es un castillo de cristal. Todo eso se derrumbó.
Hoy nosotros a través de Sagai (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes; fui presidente hasta hace un año y pico, y ahora está mi querido Jorge Marrale) seguimos peleando por bolsas de comida. No sería para la revista Radiolandia ver llegar a un grupo de gente a la casa de un actor para llevarle en bolsa la comida de sus hijos: bueno eso es una realidad. Se acabó el castillito inventado por las revistas. Y son actores muy conocidos.
-Hoy se descubre cómo es la realidad del actor.
-Eso fue la mentira que se construyó al estilo de Hollywood; algunos han podido disfrutarlo, y en buena hora para ellos. Pero la realidad de mi profesión está llena de esfuerzos, llena de dolor, de sacrificios. Hoy estoy estoy preocupado por la salud de Carmen Barbieri. Es una mujer del mundo del show, la conozco hace muchos años, conocí mucho al padre. Carmen es una gran trabajadora, y eso es lo que la gente tiene que entender: si estoy preocupado, si estoy rezando y deseando con el alma que se ponga bien es porque sé que es una mujer que ha luchado en la vida, que no es que le han regalado los Mercedes Benz, los palacios. No: se roto el lomo toda la vida laburando. Y como ella hay un registro de 7.000 actores en Sagai. Pregunto: ¿Cuántos trabajan?
-Nadie. Hace un año que estamos con esto. ¿Cómo viven? ¿Hay jubilación especial? No. ¿Hay algunos recursos que los gobiernos les han otorgado? No. Medallas: eso sí; todos tenemos medallas, pero con las medallas no se puede comer.
Otro dolor histórico: empecé a recorrer el país en gira en el 54. Era un actor de reparto en el Teatro Municipal General San Martín, cuya gran figura era Osvaldo Miranda, el galán, y Malisa Zini, que era una hermosa actriz; y un grupo de actores que eran estupendos. Por primera vez salí a conocer mi argentina, y hasta el año pasado con “Rotos de amor” llegamos a Jujuy y a la Patagonia; algo conozco. El sufrimiento de mi pueblo artístico en las provincias es muy grande. Dios atiende en Buenos Aires.
-Más difícil es para los actores de provincias.
-Espero que cuando esto pase podamos sentarnos ya no a armar trabajo, sino a pensar que somos también un granito de arena en la cultura de nuestro país. Y que ese granito de arena merece consideración, no solamente aplausos. Porque ahora que no hay aplausos estamos más solos que el uno, y nos arreglamos entre nosotros. Actores que antes son personas: tienen hijos que educar, parejas, historia.
-Es importante que una figura como vos lo destaque.
-De La Quiaca a Tierra del Fuego, de Buenos Aires a Mendoza, en toda esa enorme extensión hay gente que hace lo mismo que yo y no tiene ningún reconocimiento. Esta palabra es para las autoridades: acuérdense algún día que también hay actores en sus lugares, y que brindan lo mejor que tienen; ayuden, apoyen, asistan. Y para todos los argentinos, una sola palabra: la paz.
-En 2019 contabas que estabas pensando en un espectáculo de textos hablados y cantados, con el título provisional de “Historias de amor y bronca”. ¿Sigue ese proyecto en alguna carpeta?
-Sigue. Paralelamente estoy trabajando con un director a quien quiero mucho, Santiago Doria. Ahora mi intención al subir a un escenario (si lo puedo hacer) no es para que me digan “qué buen actor”, sino para que lo que yo digo le sirva al que lo escucha. Voy a hablar de los poetas de nuestra América para los chicos de los colegios secundarios, porque quiero que al margen de ir a bailar (que me parece muy bien) también se enteren de Martí, de Neruda, de Cardenal, de Benedetti.
Voy a llevar la palabra de ellos con un poco de música; la presentación va a ser con música de alguien que era un buen amigo, que era César Isella: lamentablemente murió en estos días, no va a poder estar presente, pero su música va a estar arriba del escenario acompañándome.