"Que se te va pasando el tiempo, mujer, y que la vida se te va. Solo te pido que te vuelvas de verdad y que el silencio se convierta en carnaval". "Carnaval toda la vida", Fabulosos Cadillacs.
Hay superpoblación de mosquitos. Los sufren nuestras piernas y brazos, se escabullen en la zona franca de nuestras espaldas; se introducen como polizones en nuestros hogares.
"Que se te va pasando el tiempo, mujer, y que la vida se te va. Solo te pido que te vuelvas de verdad y que el silencio se convierta en carnaval". "Carnaval toda la vida", Fabulosos Cadillacs.
La casi nochecita estival santafesina (cuando se derrite la tarde), esa hora en que las sombras se alargan y los tintes grises del sol que se va tiñen de color cemento la ciudad; esa hora en que la bochornosa post siesta da paso a la sofocante casi noche, es una de las horas más deseadas de nuestra "santafesinidad". Esa casi nochecita santafesina, tan urbana y suburbana, tan citadina y pueblerina a la vez, donde la modorra del día que va finalizando da paso al sopor de una ciudad que arde en deseos de no arder de calor y evitar las ponzoñosas picaduras de mosquitos, sigue siendo el momento más activo del día que se esfuma. Es ese momento en donde los deseos de salir a tomar unos lisos, correr por la costanera, sacar el sillón playero a la sombra con vistas a la calle con el mate o con un porrón helado en mano para leer el diario o simplemente disfrutar y mirar como pasan las personas o como pasa la vida en los demás. Es el momento justo que redefine al ser santafesino, natural o por opción, tanto como ser de Colón o de Unión.
Los atardeceres del estío santafesino no carecen de romanticismo; los paseos del Parque del Sur, la belleza innata de nuestra vestida y nueva arteria comercial como es nuestro Boulevard, la remozada avenida Freyre; la bella y larga Costanera, los bares, bodegones y restoranes del redescubierto Barrio Candioti son postales que harían las delicias del pincel impresionista de Monet y Renoir. Pero también es la hora donde la gota gorda se suda a mares, los fieros y voraces mosquitos, más voraces que nunca y tan fieros como siempre, se suman al hastío del mes más caluroso y a la vez corto del año. Rogábamos por lluvia -ella vino- y con ella, nuestros odiados habitantes originarios de charcos, esteros, lagunas, ríos, cubiertas abandonadas y baldes llenos olvidados en algún lugar. Eclosionaron, estallaron. "Estalló el mosquito" publicaría la placa roja de "Crónica".
Hay superpoblación de mosquitos nos informaron, y es cierto, donde miremos ellos están ahí, paradójicamente, aunque no los veamos. Los sufren nuestras piernas y brazos, se esconden en cada milímetro cuadrado que abarcan nuestros descuidados tobillos, se escabullen en la zona franca de nuestras espaldas (esa, la zona donde nuestras uñas no llegan); se introducen como polizones en nuestros hogares y con su molesto zumbido se meten en nuestro malogrado sueño de verano. Estos patones amigos del calor humano y de la sangre que por las venas corre, son dueños y señores de los atardeceres ¡hijos de buda! Nuestros teléfonos inteligentes que nos atontan se plagaron de memes; los típicos aromas de frutales perfumes de verano, de bronceadores y cremas post solares fueron reemplazados por los olores de todo tipo de repelentes, de espirales, bosta seca quemada y velas o antorchas de citronella, siempre acompañados por un coro de cachetazos y chirlos auto infringidos tratando de ahuyentar y/o matar a estos molestos zancudos de la especie "culex" (me atengo al derecho de no caer en el chiste fácil) que extra poblaron nuestros espacios verdes dejándonos colorados de ronchas y bronca.
Pero este febrero no es solo mosquitos, memes y vacunas para el Covid 19, aunque no parezca, febrero es también carnaval.
Hace un año, escribiendo las "Peisadillas" junto al Peiso, recordábamos los carnavales de antaño; aún la pandemia era un miedo lejano, latente sí, pero lejano; marzo se nos antojaba lejos también, casi tan lejos como nos parecen ahora esos carnavales que aquellos que sumamos un par de canas cada día, aún rememoramos. En este "Corsodrama" que es el diario vivir de la realidad argentina, nos vemos inmersos y siendo testigos de que la alegría del carnaval ya no es lo que era, y hoy, mucho menos.
Esta vez el carnaval brillará por su ausencia; el sonido de los tambores, la luminosidad de los trajes de colores; los jóvenes y jovencitas de cuerpos semidesnudos ataviados de plumas, brillantina y su exultante vaivén de caderas y contoneados torsos bailando con frenesí hipnotizados por el "tum tum" de los zurdos y el "cha ca cha" de redoblantes, serán parte de un recuerdo que parece muy lejano. La algarabía y la sensación de libertad e igualdad que nos daba el periodo comprendido entre el carnaval y las Pascuas, quedarán en modo "stand by".
Hoy por hoy, el carnaval Covid 2021 es feriado nacional, un feriado que estará signado por esa tan arraigada costumbre de los argentinos de viajar en "Los feriados largos" y por las medidas preventivas que tiene cada ciudad o provincia con respecto al contagio.
Cae la tarde –calurosa– en Santa Fe. No se escucha por populosos barrios del norte o del sur el repiqueteo de los tambores; Alto verde se sume al silencio nocturno de cualquier otra noche; no se ven los vendedores de nieve artificial y machetes con chifle por las calles de la avenida Gobernador Freyre; no se ven los locales de cotillón con sus anaqueles desbordantes de máscaras y bombitas; hoy la alegría tan distintiva del carnaval se disfraza de ausencia en las callecitas de tierra en aquellos barrios olvidados. Hoy el carnaval tiene como máscara un barbijo y su traje no es de luces. El Rey Momo está ausente con aviso y tiene licencia de enfermedad por tiempo indeterminado.
Nos queda esa añoranza de ver venir y escuchar acercándose a la marea humana que danzante llega, de serpentinas, trajes vistosos, bombos y plumas ataviadas; de carne transpirada y sonrisa plena. Alegría espontánea que abarca al rico y al pobre, que exenta de límites geográficos e ideológicos se mueve unísona y amalgamada. Donde el viejo olvida que no es joven y las mujeres que son damas. Porque el carnaval iguala, las máscaras ocultan las diferencias y el redundante y repetitivo repiqueteo de tambores y bombos borran los márgenes de la rectitud moral. El carnaval es puro ello, el carnaval es lo primitivo.
Entonces, queridos coterráneos, hagamos que cada atardecer sea el mejor atardecer del mundo: a los mosquitos un espiral; al calor, una buena cerveza y, al carnaval, una canción.
Pues como cantaba la recordada Celia Cruz: "Ay, no hay que llorar (No hay que llorar) / Que la vida es un carnaval / Y es más bello vivir cantando / Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar) / Que la vida es un carnaval / Y las penas se van cantando...". Salú.
La nochecita santafesina, tan urbana y suburbana, tan citadina y pueblerina a la vez, cuando la modorra del día da paso al sopor de una ciudad que arde en deseos de no arder de calor y evitar la ponzoñosas picaduras de mosquitos.
Hoy el carnaval tiene como máscara un barbijo y su traje no es de luces. El Rey Momo está ausente con aviso y tiene licencia de enfermedad por tiempo indeterminado.