Por Luis Müller, arquitecto
Por Luis Müller, arquitecto
Qué lástima tener que volver a escribir casi lo mismo.
En la edición del 8 de mayo de 2019 este diario publicó una nota de opinión con mi firma, sobre la desacertada ubicación de los carritos de comida callejera sobre calle Castellanos (casi esquina con República de Siria), frente a la plazoleta de El Molino Fábrica Cultural.
Los carritos siguen ahí, la novedad ahora es del otro lado, sobre el bulevar. El gobierno provincial ha instalado frente a la entrada de El Molino un puesto para gestionar el Boleto Educativo Gratuito, que constituye un atropello a la calidad del espacio público y revela un absoluto desconocimiento de los valores arquitectónicos de un edificio que ha sido apropiado por los santafesinos incorporándolo a su patrimonio cultural. ¿Será que tal vez no se trata de desconocimiento, si no de la deliberada intención de arruinar su vista para empañar la obra de una gestión anterior? Mejor pensar que no es así, que se trata solo de una (otra vez) desatinada decisión.
De todas maneras, es inaceptable que desde las oficinas del gobierno provincial se produzcan acciones que desvalorizan el espacio público, negando y perjudicando un sitio que hoy está bajo su propia jurisdicción. Es probable que se trate de un elemento transitorio (su construcción así permite suponerlo), pero los usos y costumbres indican que lo transitorio muchas veces termina siendo permanente. La degradación del ambiente urbano es un hecho constante sobre el que hay que permanecer atentos, porque el acostumbramiento permite que se lo siga lesionando silenciosamente.
¿Era necesario ubicar semejante artefacto en ese lugar, no había otros sitios disponibles para ubicarlo donde causara menor impacto?
La obra de El Molino Fábrica Cultural es un hito cultural para la ciudad y un reconocido ejemplo de obra pública, que ha recibido premios internacionales, fue publicado en revistas nacionales y extranjeras y fue (y sigue siendo) visitado por arquitectos, artistas y estudiantes de distintas facultades del país así como de diversas partes del mundo en razón de su interés arquitectónico. La plaza interior aporta transparencia al permitir la integración visual y espacial con la calle Castellanos, generando una apertura de gran interés urbanístico. Hoy esa transparencia se encuentra obturada por una construcción que resulta totalmente descontextualizada, imponiendo un elemento extraño y disruptivo que degrada la imagen de una obra que está completa en sí misma.
No puede menos que sorprender, entonces, la falta de sensibilidad con que desde las oficinas provinciales se gestionó esta intervención frente a un espacio que es un referente para la ciudad. De haber entre los funcionarios alguien con suficiente criterio, debiera promover la pronta remoción de la construcción, ubicar el puesto en otro sitio y devolver todo a su condición original, en respeto a la obra de El Molino y a los ciudadanos santafesinos.