Viajamos en familia de regreso, desde Rosario a Santa Fe por la autopista. Después de la estación de servicios, aminoro la velocidad para atravesar el puente. Abajo remolinos torrentosos de agua marrón.
Un intento por rescatar del olvido la historia jamás contada del fuerte de Sancti Spiritu (segunda parte)
Viajamos en familia de regreso, desde Rosario a Santa Fe por la autopista. Después de la estación de servicios, aminoro la velocidad para atravesar el puente. Abajo remolinos torrentosos de agua marrón.
Mi hijo menor, en tono simpático (más bien irónico), recuerda a viva voz lo que siempre digo al pasar por este lugar: "Acá debería haber un gran cartel que diga ANTIGUO CRUCE DE RUTAS".
Pienso, debo sonar fastidioso en la cabecita de un chico.
¡Pasamos! No hay nada, sólo un letrero desgastado que indica "RÍO CARCARAÑÁ".
La historia de la humanidad siempre, siempre está franqueada por un río.
¿Qué sería del antiguo Egipto sin el Nilo, que sería de la milenaria China sin el Yangtsé, de la Mesopotamia asiática sin el Tigris y el Eúfrates, o de la espiritual India sin el Ganges.
Nuestro país ejemplo cabal, le debe su nombre al Río de la Plata, principal puerta de ingreso desde Europa.
Agua dulce, alimentos, riego, higiene y comunicación. Hoy los ríos siguen siendo fundamentales pero han perdido vigencia, sobre todo en materia de comunicación. Desde que los vehículos terrestres prevalecieron, las carreteras ocupan su lugar.
El Río de los Caranchos, al que los conquistadores llamaron Carcarañá, fue durante largo tiempo y desde mucho antes de la llegada de los europeos, una arteria fundamental. La ruta imprescindible desde la montaña hasta el Paraná Guazú.
De alguna manera, los forasteros conocían su importancia.
Gaboto soñaba con llegar a la montaña de Plata, al imperio Incaico. No por casualidad el Fuerte de Sancti Spiritu, fue erigido en la confluencia de estos ríos.
Hace 500 años (mucho para la efímera vida humana, pero poco para la humanidad), era este lugar un cruce de ruta natural.
La confluencia de los ríos Carcarañá y Paraná no forjan un lugar cualquiera, un mero accidente geográfico; era el enlace más próximo entre dos mundos, el abrazo de aguas -de energías- entre Tahuantinsuyu y Europa.
Para algunos el más próximo encuentro entre invasor e invadido, para otros el pico incandescente del crisol de dos culturas; debía ser ahí, antes del tiempo de los Incas y de los europeos e incluso antes del tiempo de los hombres ese escenario estaba predestinado.
Hoy imperdonablemente olvidado. ¡Espera!
Es bastante posible que en la primavera de 1520, los centinelas del Imperio Incaico hayan observado a la distancia, desde lo que hoy es territorio chileno, el cumplimiento de una profecía proclamada por generaciones, desde los tiempos del Rey Blanco. Las enormes embarcaciones de alas blancas, comenzaban a merodear Tahuantinsuyu, el imperio de las cuatro regiones. Eran malos augurios.
Los gobernantes del Incanato mandaron emisarios al territorio profundo, que no tantos años después fue llamada Sudamérica. Era necesario estar alerta, los invasores habían comenzado a llegar.
Los Incas, eran la gran potencia del subcontinente y conocían al detalle su geografía, poseían mapas (precarios pero confiables) de los lugares más recónditos. Los Incas sabían desde siempre que vendrían desde el este, del levante. Las profecías eran claras.
Hace 500 años había dos rutas conocidas y acaso transitadas, para llegar al Paranaguazú y de ahí al País de los Charrúas. Una más al norte, por el río que ahora se conoce como Salado; otra por las sierras alta de los Comechingones. Hoy Cerro Champaquí ("Agua en la cúspide") y de ahí al Río Ctalamochita, hoy Río Tercero, principal afluente del Carcarañá.
Los exploradores Incas caminaron esa ruta para advertir a los pueblos de la costa del Paranaguazú que serían invadidos por hombres con trajes de plata, hombres que venían en embarcaciones con alas blancas.
Lo que posiblemente no sabían es que los europeos ya habían intentado sus primeros desembarcos. Fallidos desembarcos. Sólo alcanzaron la desembocadura del hoy Río de la Plata.
La expedición de Juan Díaz de Solís había fracasado al enfrentarse con los Charrúas en 1516.
Quizás por esta noticia, o por una jugada del destino, decidieron dejar con vida al único de los prisioneros, el joven grumete Francisco del Puerto que convivió con los indios hasta la llegada de la expedición de Gaboto en 1527.
Los extranjeros lo llamaron Lenguaraz porque conocía el idioma de los pueblos americanos, incluso la de los Incas.
Es posible, razonablemente posible, que por su consejo el Fuerte Espíritu Santo, el poblado del primer desembarco, se erigió justo en la confluencia de dos mundos, por la ruta del Inca al Paraná Guazú, en la confluencia de los ríos Carcarañá y Paraná.
Antes de llegar a Santa Fe, la autopista atraviesa otro río, otro puente con aguas torrentosas, el del Río Salado. Mi familia llega dormida, y yo cansado, por eso no digo nada, pero acá también debería haber un cartel indicador: "ANTIGUO CRUCE DE RUTAS".