"Si estás perdiendo el alma y lo sabes, entonces tienes otra alma para perder". Charles Bukowski.
Santa Fe es cordial, su gente es amable y cálida. Santa Fe te recibe de brazos abiertos; el puente que plácidamente cuelga y descansa en esa inquieta y casi bipolar laguna da la bienvenida a los foráneos.
"Si estás perdiendo el alma y lo sabes, entonces tienes otra alma para perder". Charles Bukowski.
El mundo onírico de los sueños risueños tiene un final, y es simplemente cuando se abren los ojos. Reacomodarse en el colchón, buscar el punto exacto en donde nuestra cabeza acomodaticia hace el amor con la almohada para volver a inducir, a retomar el sueño, termina siendo una causa perdida, un amor no correspondido. Entre tanto acomodo y desacomodo todo permanecerá igual, y lo sabemos, pero no dejamos de intentarlo, entramos en la llamada y siempre bien ponderada fiaca; ese preciso momento en que nos damos cuenta de que seguiremos despiertos, aunque volvemos a cerrar los ojos, recitando un mantra para que el sueño vuelva a nosotros, con todas las fuerzas puestas en intentar seguir durmiendo. Con ese aroma a sueño desvanecido, irrecuperable, con aliento a tigre de bengala (nunca tuve a un tigre cerca, y si tuviera la oportunidad tampoco me acercaría mucho a su aliento, es solo un recurso, una figura retórica; perdón a todos los tigres del mundo, especialmente a los bengalíes), y los ojos ateridos por la desidia de no querer mirar la realidad. Es solo un instante, basta recordar lo que queda del día y el sueño pasa a ser solo eso que nos acompañó por la noche –o la siesta- sin que hubiésemos tenido consciencia que pasaba.
Soy santafesino, soy un "negro pueblerino", según los dichos del Ministro de Seguridad Marcelo Sain en un audio que él denuncia era de carácter privado y que tiene unos cuantos meses. La cuestión es que como puede oírse, al señor que está a cargo de nuestra seguridad le chupa un huevo si somos santafesinos, rosarinos o de Reconquista y que todos podrían hacerle una felación (para decirlo de una manera más adecuada y formal). También agregó, para fortalecer la idea de nuestra idiosincrasia pueblerina, que "si dios atendiese en Santa Fe, estaríamos hundidos y seríamos como Uganda" (textual se escucha: "etamo hundido todo", así, sin la S de santafesino); robusteciendo una vez más su imagen xenófoba y racista de que los santafesinos (nosotros, los de la capital) somos unos negros muertos de hambre y tercermundistas.
Siempre lejos de hacer un análisis de sus dichos y del revuelo que causó el audio viralizado esta semana, y confesando que ignoro cuál es su ciudad natal -seguramente de raíces teutonas y sin mezclas de sangre criolla-, desconociendo si su origen es precisamente de sangre noble y descontando que seguramente posee un largo linaje, me encantaría que el ministro viese nuestra ciudad y nuestra gente como realmente es. Y sí señor ministro, nos encanta estar en nuestras casas a las dos de la tarde.
Cuando me fui a vivir a Concordia, Entre Ríos, allá por el año 79´, me gustaba decir en la escuela y a todo aquel que quisiera oírme, que yo era santafesino; y que era el más santafesino de todos los habitantes del mundo, pues había nacido en la provincia de Santa Fe, en su capital llamada Santa Fe, y en el Sanatorio Santa Fe, en la maternidad que estaba en el antiguo edificio que daba a calle Belgrano. Lo decía con orgullo, sacando pechito santafesino. Traía de mi tierra húmeda el calor de la amistad, a los amigos en mi corazón, la sangre de mis abuelos, el olor a río y al humo de los espirales de los atardeceres veraniegos. También esa conexión tan santafesina con la siesta (aunque en ese entonces no la dormía) y esa innata y latente sed de cerveza tirada (aunque en ese entonces no la bebía).
Paseé mi negritud pueblerina por la entrerriana ciudad de Concordia apenas una docena de años, cuatro años de primaria y toda la secundaria, pues mi corazón nunca abandonó la idea –la esperanza- de volver a Santa Fe. El hecho es que mi vida siempre fue un permanente regreso a esta amada tierra, mi tierra. Volví en el 90 para estudiar Comunicación y para echar raíces.
Tengo recuerdos re locos, esos que llevamos siempre dentro nuestro y atado a sensaciones y sentimientos que a lo largo de la vida no se borrarán. No me olvido, y aún se me cosquillea la panza, la sensación de desahogo y la ansiedad que me producía apenas vislumbraba la fuente de la Cordialidad, ya está, me decía, ahora solo resta el puente que nos llevará a Bulevar. Desconocía que el puente por donde bajábamos se llamaba Puente Oroño y que la "Fuente de la Cordialidad" había sido trasladada en el año 78 desde su emplazamiento original al acceso este; que nuestro querido Maestro Roberto Favaretto Forner la había restaurado y que el ave que coronaba la misma era un biguá (en el auto e inundado de emociones siempre creí que era un cóndor). Las navidades, las vacaciones de verano e invierno, las pascuas, los feriados largos y cualquier excusa justificaba un viajecito a Santa Fe. En cole, en auto, en tren hasta Paraná, en balsa, en combi, todo era válido y servía a mi propósito de volver al terruño adorado.
El eslogan de la cordial, que se usaba en los ochentas, la pinta de cuerpo y alma. Santa Fe es cordial, su gente es amable y cálida. Santa Fe te recibe de brazos abiertos; el puente que plácidamente cuelga y descansa en esa inquieta y casi bipolar laguna da la bienvenida a los foráneos, el paseo dominguero de la costanera y los pilotes que recuerdan un pasado de aerosillas y manzanas acarameladas. Los bares esquineros de mesas y sillas a la calle de afrancesada costumbre. El bulevar, con sus pérgolas y arboleda autóctona, hermosa arteria de generosa sombra y pujante centro comercial y gastronómico. La larga peatonal, una de las más lindas y de las más extensas; el remozado y clásico teatro Municipal 1° de Mayo que despide al microcentro con la vista puesta al sur...
Una cumbia de Los Palmeras al palo, puede ser Sandra que la baila suavecita y abriendo los brazos con su bombón asesino y se sube a la moto del más popular. Las lanchas y las motitos/colectivitos arrastrando a la familia con las cañas de pescar. Y mires donde mires, está el liso como atornillado a la mesa del bar, siempre a la orden y con la infaltable platina de ingredientes. Las camisetas de Colón y Unión que son parte del paisaje nativo. El silencio de la siesta de verano, roto por el sonido de chicharras que siempre presagian que el calor va a seguir, como de costumbre. El paseo de la tardecita/noche, el grito del diariero que anuncia que el diario El Litoral ya salió; el porrón que inicia la noche. Las risas, el cariño, la barra que disfruta. El sur añejo y tradicional, el norte comercial y gigante. El centro inquieto y desbordante.
Dios seguramente no atiende en Santa Fe, pero estoy seguro de que si pasa por aquí, se alquila una cabaña en la costa para vivir la humanidad y disfrutar de toda su divinidad.
Traía de mi tierra húmeda el calor de la amistad, los amigos en mi corazón, la sangre de mis abuelos, el olor a río y al humo de los espirales de los atardeceres veraniegos. También esa conexión tan santafesina con la siesta, y esa innata y latente sed de cerveza tirada.
Cualquier excusa justificaba un viajecito a Santa Fe. El paseo de la tardecita, el grito del diariero que anuncia que el diario El Litoral ya salió; el porrón, las risas, el cariño, la barra que disfruta. El sur añejo y tradicional, el norte comercial y gigante. El centro inquieto y desbordante.