Conrado Berón
En épocas difíciles para los médicos y todo el personal salud, El Litoral rinde homenaje con una historia particular, de un médico santafesino que impuso su impronta en la ciudad de La Paz.
Conrado Berón
Es complejo encontrar en Internet semblanzas o datos certeros sobre la vida de un médico santafesino que cruzó el Paraná para cambiar la realidad entrerriana.
Tan importante fue el aporte a la ciudad de La Paz que hoy hay dos centros de salud y una calle que llevan su nombre.
El doctor Atilio Caminitti llegó a la localidad del norte entrerriano por esas cosas de la vida, y allí echó raíces.
Cuando indagamos en su vida, de la que hay muy poco en el mundo virtual, nos encontramos que ejerció la profesión con solidaridad, con mucha pasión y eso lo llevó a ser muy reconocido por la sociedad.
Consultas que se pagaban con animales o alimentos, importantísimas obras para la ciudad que hasta el día de hoy las vemos reflejadas en la cotidianeidad paceña son parte de su semblanza. Una persona que hizo mucho por los demás tanto en su consultorio o en sus visitas médicas como en sus dos gestiones al frente de un municipio pujante como el de La Paz. Es esta la historia de un paceño por adopción que dejó una gran huella en esa sociedad; un político que murió en la pobreza.
Orígenes
Mañana calurosa del 26 de febrero de 1896 en la ciudad de Santa Fe. El llanto estridente del recién nacido anuncia la llegada del quinto de los nueve hijos de la familia Caminitti. Pasan los años y ya mozo, Atilio decide estudiar medicina; con sus ilusiones se instala para Córdoba. En el año 1922 recibe su ansiado título de médico cirujano. Ya de vuelta al pago y por esas cosas de la vida se afinca en San Javier, poblado a la vera del Paraná. Por esos tiempos había una comunicación fluvial muy estrecha con la ciudad de La Paz, que está enfrente, cruzando el río. Los lanchones atravesaban las islas y conectaban ambas ciudades, donde además del intercambio comercial, los lazos se afianzaban con los equipos de futbol se visitaban para competir o en época de carnavales donde viajaban las murgas y las orquestas típicas. El joven médico conoce la otra orilla y un día decide saltar el charco para afincarse en suelo entrerriano.
Entrega
Los comienzos de Atilio en La Paz no fueron fáciles. Se instala en una casa alquilada y allí acomoda el primer aparato de Rayos X del pueblo. Con sus anhelos de progreso en la mochila sin deshacer, se da cuenta que una considerable parte de la población es de bajos recursos y allí decide su opción por los que menos tienen. La tarea es mucha y las condiciones hacen que tenga que salir a lugares lejanos o inaccesibles. A veces a caballo y luego en un destartalado Ford A para las atenciones de la zona rural. Otras en canoa, atravesando correntadas cuando algún pescador curtido lo buscaba por alguna urgencia en la isla Curuzú Chalí. Todos se atendían por igual. No existía otra posibilidad.
Era emprendedor, inquieto y generoso, pero sobre todo, alegre. A todos atendía, tengan o no para la consulta. Prueba de ello era ver en la sala de espera, gente de bajos recursos, paisanos humildes con algún pescado o una gallina que traían como retribución por la falta de dinero. Horas asistiendo a un enfermo, en esos ranchos pobres de adobe y paja en la ribera, donde el amanecer lo sorprendía con un mate amargo por único compañero. Cuando tenía algún caso complicado, lo cargaba en su auto y lo llevaba a Santa Fe por caminos intransitables; muchos de esos pacientes al ser dados de alta, fueron alojados en su casa paterna, antes de regresar al pueblo.
Su obra
Decir Caminitti fue sinónimo de vocación de servicio, con un fuerte compromiso en la actividad social. Mientras atiende su profesión, funda el periódico “Libre palabra” y posteriormente “Renovación”. Preside la Biblioteca Popular, instala una estación meteorológica y organiza un museo de ciencias naturales. Dirige el Club Tiro y Gimnasia, con prácticas de futbol, tenis y tiro. Por el predicamento que tiene con la gente, es elegido intendente en dos oportunidades, no usando nunca la política para escalar posiciones ni para usufructuar económicamente de la misma. Sus obras, que aún persisten, tuvieron la impronta del sanitarista comprometido con el bienestar del pueblo. Entre ellas se destacan la creación del dispensario municipal (primer centro de salud) que hoy lleva su nombre, el balneario municipal, la instalación de la red de agua potable y el asfaltado de muchas arterias importantes de la ciudad.
El final
A los 67 años, con síntomas que le hacían presentir un desenlace final, emprende el último viaje a su ciudad natal. Fallece un 16 de enero de 1953.
Mientras tanto en La Paz, la noticia se conoce a través del cura. Desde el púlpito, consternado, da la triste noticia. Caras de dolor y un silencio profundo. La transmisión de boca en boca lleva la novedad y se difunde por los barrios más humildes, con pesar y llantos.
Un aviso fúnebre sobre su muerte decía lo siguiente: “Pasó su vida sembrando el bien a manos llenas. Se sacrificó en aras del ejercicio de su profesión con profundo sentido cristiano. Ello no le impidió impulsar el progreso de La Paz, con obras de permanente valía; luchar por sus elevados ideales sociales y políticos, y promover la cultura y el arte. Paladín de la civilización y de la libertad, no conoció tregua en su valiente lucha, hasta que Dios quebró su prodigioso espíritu”.
Colaboración: Doctor Belén López
Debe y haber
El hermano que vino a levantar las pertenencias que quedaban en la casa alquilada, tuvo que vender el auto de Atilio para solventar los gastos del entierro. Embalando las pertenencias que quedaban, se encontró en el escritorio con una libreta donde estaban anotadas detalladamente todas las deudas, pero no había ni un renglón donde se reclamara a quienes nunca les pagaron por sus servicios. Se fue con el “haber” en cero.