En épocas donde está mal dar un abrazo y hasta un sacrilegio dar un beso a conocidos y desconocidos, es terrible pensar cómo resurgiremos cuando nos liberen de los barbijos.
Es simple: menos exposición social, menos contagios. Esa es la infalible fórmula para contener al coronavirus. Pero lo simple, no es sinónimo de fácil en este caso. Como remedio a esto, Robert H. Schuller nos afirma que "Los tiempos difíciles no duran para siempre, pero las personas fuertes sí". Claro que de ese enunciado liberamos a quienes caen en estos tiempos como víctimas de los efectos directos del COVID-19. Buscamos, específicamente, en estas líneas, dar voz a las sensaciones de soledad, tristeza, angustia y abandono que muchas personas experimentan por estos días. Justamente allí radica el motivo del título: debemos, creemos estar obligados a, cumplir las normas, los mandatos, las expectativas ajenas, nuestros sueños y los moldes preexistentes. Ahora también debemos cumplir con el distanciamiento, los protocolos sanitarios, las restricciones y hasta los nuevos códigos para comunicarnos que nos exige esta inédita situación. Mientras intentamos acatar las indicaciones que nos alejan de nuestra normalidad y hasta de nosotros mismos, también queremos mantener nuestra inercia de vivir. Debemos cumplir muchas demandas y, a veces, nos podemos sentir solos. Por eso, retomando la frase de Schuller, podemos temer al preguntarnos: si perduramos, ¿cómo estaremos al final?
Es reconocida y trillada la frase de Friedrich Nietzsche "Lo que no me mata me hace más fuerte". Bajando un poco la dosis de su optimismo, lograremos observar que también podemos resultar minusválidos. En el abanico de sentidos que le podemos dar al término. En épocas donde está mal dar un abrazo y hasta un sacrilegio dar un beso a conocidos y desconocidos, es terrible pensar cómo resurgiremos cuando nos liberen de los barbijos… sí, está bien, todo pensamos lo mismo: ¿alguna vez se irán los barbijos? Los temores son muchos y no conocen de cultura, raza o edades. En este último factor algunos podrían atribuir despojo de miedo a los más jóvenes, pero ese altruismo tampoco debe ser generalizado. El científico y filósofo alemán Hermann Keyserling nos ayuda a entender por qué no debemos: "Generalizar siempre es equivocarse". No hay dudas de que los adultos mayores cumplen mayormente los protocolos, están más expuestos. Pero así como un anciano puede estar afrontando la soledad de no poder abrazar una hija o un nieto, lo mismo puede ocurrir en inversa. Por caso, también deberíamos considerar qué hacemos (qué hicimos o haríamos) nosotros ante oportunidades o eventos símiles a aquellos que afrontan los jóvenes (o cualquiera que no lograr soportar los límites, rompiéndolos) en la pandemia. Esto último radica en la acertada reflexión de John C. Maxwell: "La gente se ve a sí misma a la luz de sus intenciones, pero miden a los otros de acuerdo con sus acciones". Con el último testimonio busquemos empatizar con el otro, sus luchas y razones; no sólo con nuestras propias conciencias. En medio de todo esto, hasta podemos pensar que algo mágico como cumplir años es casi un pecado. Es que esa ceremonia de cortejo con el tiempo que todos tenemos como derecho -y obligación- nos enfrenta a un espejo al que nunca nos enfrentamos: a kilómetros o a metros de nuestros seres queridos, pero alejados de quienes son dueños de una salud vulnerable; solos o con pocos alrededor; extrañando amores; temiendo pérdidas; tratando de no acercarnos demasiado; evitando la paranoia de no confundir las copas. Muchos sienten que la distancia física ahora se desmarca mucho más de la distancia emocional, que fue potenciada por este virus. Estos pensamientos o acciones son apenas algunos de los que podemos padecer en un cumpleaños pandémico. Sin embargo, tenemos que cumplir. Cumplir años por ejemplo. También queremos celebrarlo. ¿Qué hacemos? Tenemos que seguir viviendo, aunque tengamos miedo de lo que vendrá o queramos quebrar en llanto por el festejo que -en realidad- no es tal, sino la cuota que nos permiten cumplir.
Mientras la situación nos acota el espectro para cumplir la propia voluntad, nuestras responsabilidades siguen vigentes; como mencionamos precedentemente: debemos cumplir con nuestros estudios; empleos; exigencias físicas; cuidar nuestros dependientes y hasta pasear la mascota. Estas exigencias pueden, claro que sí, ser superadas aún. Cambiaron los métodos, le dimos formalmente la bienvenida a la virtualidad. Pero no olvidamos, algunos, el calor de lo presencial. De hecho, y allí el nudo, muchos extrañan y hasta necesitan ese calor. En contracara, pueden encontrarse con el frío de un monoambiente, un hogar de ancianos, una sala de terapia intensiva o un hotel. Puede ser desesperante.
No queda otra salida que suspirar. Incluso buscando salidas para estar con quienes queremos podemos encontrar el oportunismo del tercero de este contexto para alejarnos. Suspiremos. Recordemos a Martin Luther King cuando nos indica que "Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos perder la esperanza infinita". La esperanza de que volveremos a estar juntos y unidos a quienes amamos y a quienes quieren amarnos. En el proceso, con ellos de nuestro lado -o no- aceptemos la propuesta de "Abrazar el dolor y quemarlo como combustible para nuestro viaje" que nos trajo Kenji Miyazawa y entendamos que, finalmente, "Un problema es una oportunidad para que puedas dar lo mejor de ti" interpretando la coyuntura como Duke Ellington. Suspiremos, cumplamos lo que queremos y lo que podemos. Lo que no, ya encontrará su momento o su merecedor. Mientras tanto abracemos una foto o dejemos el orgullo de lado y hagamos una videollamada diciendo "Te extraño" o preguntado "¿Cómo estás?". Recordemos que en días de restricciones, prohibido está rendirse y la alternativa es dar amor, para recibirlo.
Mientras intentamos acatar las indicaciones que nos alejan de nuestra normalidad y hasta de nosotros mismos, también queremos mantener nuestra inercia de vivir. Debemos cumplir muchas demandas y, a veces, nos podemos sentir solos.
Algunos no olvidamos el calor de lo presencial. De hecho, y allí el nudo, muchos extrañan y hasta necesitan ese calor. En contracara, pueden encontrarse con el frío de un monoambiente, un hogar de ancianos, una sala de terapia intensiva o un hotel.