Nos relajamos. Estamos cansados. Hartos. Deseamos recuperar nuestras vidas previas al coronavirus. No queremos sentir este miedo que nos hace ir por la vida esquivando un virus diminuto que nadie ve.
Nos relajamos. Estamos cansados. Hartos. Deseamos recuperar nuestras vidas previas al coronavirus. No queremos sentir este miedo que nos hace ir por la vida esquivando un virus diminuto que nadie ve.
Pero aquí estamos… transitando el segundo año en pandemia; con el Sars-Cov2 que resiste y muta; alentando la esperanza de vacunas que son insuficientes en países pobres como Argentina, sin saber siquiera si nos van a inmunizar contra las nuevas variantes.
Esta realidad no se puede cambiar, por más angustia que nos cause no tener la vida que teníamos.
Hace dos semanas, Santa Fe registraba menos de 50 casos positivos por día, y la provincia alrededor de 500. Hoy, esas cifras se han triplicado a una velocidad que sorprende a las autoridades y al propio personal de salud. Las terapias, los centros de hisopados y los laboratorios ya sienten una mayor presión. Como respuesta, rápida pero planificada, se habilitan camas en centros de atención ambulatoria, como el Cemafe, y hasta se piensa en hoteles.
Los jóvenes se enferman, transmiten y enferman a otros. Los directores de hospitales santafesinos ya advierten que las complicaciones no son exclusivas para los mayores de 60 años. "Impacta la cantidad de gente joven que ha requerido internaciones con situaciones críticas", dijo esta semana el secretario de Salud, Jorge Prieto. Así es de incierto este virus, y eso es lo que más temor causa.
En AMBA, el presidente impuso restricciones bien duras y hasta suspendió las clases presenciales. En principio serán solo 15 días, dijo; pero está fresco en la memoria que así empezó el encierro de 9 meses del año pasado.
En la provincia, hay un margen más, al menos así lo cree el gobernador y el equipo de expertos que lo asesora. ¿Hasta cuándo? Depende. La curva de casos crece con celeridad y las camas críticas están exigidas, pero no al límite como para pisar el freno, afectar aún más el desarrollo de algunos sectores económicos y estresar a los chicos con un nuevo encierro. El año pasado se siguió a Buenos Aires cuando acá no había ni un caso.
Por ahora, la presencialidad escolar se sostiene en Santa Fe, semana de por medio y con protocolos, pero con las escuelas abiertas. El porcentaje de burbujas que han tenido que cerrar en este primer mes de clases no supera el 2%, dijo la ministra de Educación, Adriana Cantero. No parece estar allí el problema, son espacios cuidados, acostumbrados a imponer hábitos y a cumplir normas de convivencia.
Mientras tanto, la calle tiene otro ritmo. En la práctica, la vida social no se ha restringido. Al menos para la mayoría. Los encuentros sociales se dan, aunque están prohibidos. Expertos y autoridades coinciden en que son el mayor foco de contagio, porque es donde no ingresa la mirada del control y todo se relaja.
Pero hay otros puntos de conflicto -o de posibles contagios por contactos- donde sí se han relajado los controles, imprescindibles en una sociedad a la que le cuesta entender el impacto positivo que tiene el autocuidado en el conjunto de la ciudadanía.
Así se ven bares con más comensales que los permitidos y colectivos que llevan más pasajeros de lo que establecen los protocolos. El Municipio debió emitir una nueva resolución para reforzar las medidas de cuidado sanitario en las unidades: la ventilación cruzada es clave, con lo cual deberán mantenerse abiertas 4 ventanillas como mínimo, y todos los pasajeros y el chofer deben ir con el tapabocas bien colocado.
Que a Santa Fe no lleguen restricciones más duras depende de las actitudes que de forma individual adopte cada uno de los santafesinos. La clave está en el autocontrol y en que cada uno haga su parte. Es difícil, porque ya estamos cansados y no vemos cerca el final de esta pandemia. Pero es necesario para evitar enfermarnos, enfermar a otros, agotar aún más al personal de salud y seguir ejerciendo nuestras actividades con normalidad y libertad.