Por María Lina Prieto
En momentos en los que se avecinan nuevas restricciones, como una tormenta que se aproxima desde el horizonte produciendo zozobra y ansiedad, se impone la necesidad de reír. Reír porque sí. Reír de risa misma. A carcajadas. Con espasmos.
Por María Lina Prieto
Son tiempos difíciles. El maldito virus atravesó razas, geografías y personalidades. Hace un año el mundo vive entre el encierro y el encuentro distante.
Nuevamente la atención se fija en el reporte de camas disponibles. Camas que están dispuestas, no para descansar y disfrutar -actividades intrínsecas y razón de ser de este elemento que heredamos del antiguo Egipto-; sino camas con tubos, oxígeno, médicos, kinesiólogos y enfermeros prontos a trabajar sobre el cuerpo para que el alma no se escape.
El alma. La risa. El abrazo. Cualidades de la naturaleza humana.
En momentos en los que se avecinan nuevas restricciones, como una tormenta que se aproxima desde el horizonte produciendo zozobra y ansiedad, se impone la necesidad de reír. Reír porque sí. Reír de risa misma. A carcajadas. Con espasmos.
El encierro de 2020 dejó a muchas parejas por el camino. Evidenció que el hogar es el lugar donde la violencia puede desatarse con sus características más tremendas. Demostró que nuestro refugio muchas veces no está donde se descansa sino donde se pasan la mayor cantidad de horas de vigilia.
Dicen que no es posible soportar un nuevo encierro. Es verdad, no se puede detener nuevamente la actividad económica. Tampoco se puede poner la vida entre paréntesis, suspender la realidad y pensar que podríamos ser distintos y mejores.
Pero sí podemos hacer de nuestro lugar en el mundo un ámbito en el que se disfrute el transcurrir de las horas.
El hogar no solo es un lugar. Es un espacio, sí, pero es más que eso. Es donde se puede ser fuera del foco del ojo ajeno. Es donde lo más privado se despliega con todas sus virtudes y debilidades. Es el lugar donde refugiarse.
Desde los tiempos de las cavernas, allí deberíamos estar protegidos. ¿Por qué hoy no soportamos estar encerrados en el que debería ser nuestro lugar en el mundo? Acaso porque faltan risas.
Quedarse con quien te hace reír. Esforzarse por hacer reír a los demás. Tal vez, solo tal vez, esa sea la punta desde donde desenredar el ovillo de la telaraña que hoy agobia, oprime y asfixia.
Nuevamente la atención se fija en el reporte de camas disponibles. Camas que están dispuestas, no para descansar y disfrutar; sino camas con tubos, oxígeno, médicos, kinesiólogos y enfermeros prontos a trabajar sobre el cuerpo para que el alma no se escape.
En momentos en los que se avecinan nuevas restricciones, como una tormenta que se aproxima desde el horizonte produciendo zozobra y ansiedad, se impone la necesidad de reír. Reír porque sí. Reír de risa misma. A carcajadas. Con espasmos.