Había que levantar un Fuerte; una trinchera, una línea divisoria entre los europeos y los aborígenes.
Un intento por rescatar del olvido la historia jamás contada del Fuerte de Sancti Spiritu (décima parte).
Había que levantar un Fuerte; una trinchera, una línea divisoria entre los europeos y los aborígenes.
El primer límite en nuestra tierra. Luego vendrían miles, millones.
Es que los indios oteaban a la distancia, parecían pacíficos, pero quien sabe…
El Capitán Rifos mandó a los carpinteros a buscar palos y a Humeya "el Morisco" a recorrer los aledaños en busca de piedras.
Para el ocaso su sospecha sería confirmada, no había suficientes rocas en las inmediaciones, sólo terrones que no soportarían siquiera el traslado. Y los palos; los palos eran retorcidos, de madera blanda, muy pocos aptos para hacer paredes altas. Es que la vegetación era exuberante pero frágil, fundamentalmente ramadas, chilcas y arbustos.
Los carpinteros fueron terminantes, para construir un Fuerte como los que hacían los portugueses con troncos altos y rectos de palmas, había que incursionar largas distancias.
Con tan pocos hombres dispuestos y tan pocas herramientas esto llevaría varios meses y un gran esfuerzo. No había tanto tiempo y a los hombres no se le podía pedir más.
Cien aborígenes por turnos miraban desde los toldos. Sospechaban el cometido de los extranjeros en barcos con alas. Y sonreían. Los más sabios comenzaron a poner en duda su divinidad, es que los dioses no se frustran.
Es probable, casi seguro, que este haya sido el primero de un rosario interminable de obstáculos que debieron enfrentas los europeos al pisar la nueva tierra. ¿Cómo levantar un Fuerte en tierra llana y húmeda?
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Cinco siglos después los excavadores, ya argentinos, reflotaron el problema.
Influenciados por otras ruinas, lejanas, buscaron los restos de un Fuerte circular y nunca lo hallaron; buscaron una base de piedra, y nunca la hallaron; buscaron paredes de palo duro y nunca hallaron nada.
Cómo los primeros desembarcados, algunos también se frustraron y llegaron a pensar que el Fuerte de Sancti Spiritu sólo se había levantado en la imaginación de los historiadores.
¿Acaso los europeos permanecieron dos años a bordo?
Al igual que aquellos extraños tripulantes de los barcos alados, debieron recurrir a la sabiduría de los dueños de la tierra. Es que los lugareños fueron quienes insistieron. Los restos del Fuerte estaban enterrados por aquí, en la confluencia de los dos ríos. Esperando ser encontrados. Era sólo cuestión de escuchar, mil voces de afuera y adentro de la trinchera gritaban para ser hallados.
Es que no era sólo una reliquia más. Se trataba de la punta del ovillo de una historia que debía conocerse.
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Martín Humeya – el Morisco – tenía el oído afinado y la voz reticente. Era perfectamente capaz de estar varios días sin hablar, sin comer ni moverse. Su pasividad desconcertaba. A algunos disgustaba.
Se decía que su padre musulmán, había peleado del lado de Boabdil, último Sultán de Granada. No tenía amigos en la tripulación, y rara vez participaba en las reuniones de grupo. Sólo transigía, observaba y escuchaba, en soledad, a la distancia.
Alguien hizo correr la voz de que el Capitán General Gaboto lo había embarcado a la fuerza ya que en tierra lo tenía como edecán; quizás por eso se le temía. Por eso y por la afilada daga curva que calzaba en el lado derecho, bajo la faja marinera.
Rifos lo conoció a bordo y cuestionó su presencia. Era obvio, él venía de luchar contra los Moros. Pero, sin llegar a confiar, pronto comprendió su valía.
El "Morisco" sabía calcular distancias, velocidad, horario y todo lo que tenga números; de dos brincos trepaba el palo mayor y se adueñaba de la vela de gavia como nadie; perfectamente podía zambullirse y liberar el timón de camalotes con su daga curva entre los diente. Y también sabía leer el cielo y las estrellas, e incluso predecir tempestades varios días antes.
Aquel día de la frustración por no poder levantar el Fuerte, se acerco por vez primera al oído del Capitán y le mostró el camino:
-Los indios encofran con barro, bien podemos hacer paredes altas encofradas.
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Luego de años de búsqueda, los arqueólogos argentinos encontraron una tabla.
Una tabla podrida y corroída pero con un mensajes que a quinientos años, podía leerse claramente y no dejaba lugar a duda. Es que se trataba de una tabla de roble con incrustes de brea.
El roble es europeo, la madera venerada por los navegantes del primer turno, ya que tenía propiedades únicas que permitían su uso naval
Fue a partir de esa tabla que aparecieron los restos del Fuerte de Sancti Spiritu. No era circular y estaba cerca de donde los lugareños marcaron. Con una construcción inesperada, quizás frágil pero efectiva y posible.
Paredes de barro y paja encofrado. Igual que la de los toldos de los salvajes. Sabios salvajes.
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En el albor del primer desembarco, el Capitán Miguel de Rifos tuvo que tomar una decisión trascendental. Levantar rápidamente un Fuerte con paredes encofradas por tablas de roble, a costa del desguace de una de las naves o volver a los barcos y navegar río abajo.
Tuvo la buena (o mala) idea de someterlo a la decisión popular.
Y la gente se dividió.
Hubo quienes no estaban dispuestos a comprometer el regreso a España y querían preservar los barcos.
Pero hubo otros.
Otros que ya no pensaban en el regreso; hombres (y quizás mujeres) que presintieron haber llegado a su hogar y que su vida bien podría transcurrir para siempre en estos lugares.
¡Basta del viejo mundo!
Arqueólogos e historiadores (y curiosos como yo) deducen que, quienes pensaron que en estas tierra estaba su futuro terminaron triunfando.
Desarmaron una goleta para erigir su morada, "el Fuerte de Sancti Spiritu".
Un trozo de tabla de roble con incrustes de brea y carcomido por el tiempo y el olvido así lo confirma.