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Por no querer ser "malos" padres, a veces cometemos errores más graves. Asumir un rol parental es difícil, su primera condición es asumir la disimetría y no tomar al niño como rehén de la propia autoestima.
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Teresa (34 años, de Sauce Viejo) escribe: "Soy una seguidora de tus libros sobre niños, también te leo en redes sociales, por eso me atrevo a escribirte, para preguntarte algo de mi hijo. Yo sigo muchas ideas de las que decís, pero a veces pienso que ustedes los profesionales se olvidan de que los pibes son caprichosos, que necesitan penitencias, a veces me parece que ahora hay que estar consintiendo o sos mala madre. Yo nunca voy a pegarle a mi hijo, pero a veces me saca de quicio, ¿por qué para los psicólogos nos tenemos que bancar todo o tenemos la culpa?".
Esta consulta de Teresa nos conduce a uno de los temas más importantes de nuestro tiempo: la relación entre padres e hijos, que hoy llamamos "crianza", a partir de que en los últimos años dejamos de creer que se trata de una actividad espontánea y, entonces, requiere algún tipo de reflexión.
El término "crianza" es hoy de uso reciente, se popularizó hace unos años y bajo su título incluye otros como el de "apego", "actitud respetuosa", etc. Para nuestros abuelos, todas estas expresiones pueden parecer ridículas. En aquel entonces, como alguna vez me dijo una señora, había un único método: la chancleta. Me parece muy importante lo que planteás, Teresa, porque da la impresión de que -después del chancletazo- es como si nos hubiéramos quedado sin herramientas. Recuerdo la situación en que, mientras conversaba con un periodista muy conocido, él me preguntó: "¿Por qué somos la última generación a la que los padres le pegaron… y la primera a la que le pegan los hijos?". Su pregunta era muy buena, porque en efecto las situaciones de violencia de hijos hacia padres crecen en este tiempo y, por cierto, no es lo mismo un niño de 5 años que busca descargar su bronca en la madre, que uno que ya es adolescente. Cuando se da este caso, a veces ya no hay retorno.
Dado que tu planteo nos lleva a un tema muy complejo, vamos por partes. Primero quisiera decir que tenemos que evitar las falsas comparaciones, no sirve de nada ningún prejuicio del estilo "antes era mejor, ahora es peor" o al revés. Como ya decían Les Luthiers: "Todo tiempo pasado, fue anterior" y cada época tiene sus propios problemas. Lo que sí me parece valioso en tu carta, es la acusación que hacés a los profesionales, en cuyo grupo me incluyo; en efecto, escribí mi libro "Más crianza, menos terapia", a partir de descubrir cómo todo lo que había estudiado no me sirvió de mucho cuando nació mi hijo. Sin duda, una cosa son los manuales y otra cuando estás en la cancha. En esto te doy la derecha.
Sin embargo, con la otra mano retomo un punto que merece atención en lo que me contás: la idea de ser "malos" como padres. Tengo la impresión de que la acusación a los profesiones, tiene como base una auto-acusación, que nace de relaciones puntuales en que como madre te encontrás "fuera de quicio". La culpa a los profesionales encubre algo más importante, el malestar que te generan situaciones en que sentís que tenés que "bancar" cosas que no querés. Me pedís una herramienta para esos momentos, ¡que no sea una chancleta! Por eso tu reproche es legítimo y lo tomo, porque busca ser el motor para un cambio.
Querida Teresa, te propongo pensar lo siguiente: es posible que dos generaciones atrás, nadie se hacía las preguntas que nos hacemos hoy; a nuestros padres y abuelos, no les importaba mucho ser buenos o malos padres. Si tuviera que exagerar, diría que les alcanzaba con que los hijos hagan lo que tengan que hacer, que sean obedientes, que no falten al colegio, que traigan a la casa la menor cantidad de problemas. De un tiempo a esta parte, la relación con los hijos se modificó: para nosotros, es muy importante que un hijo sea "feliz" y nunca se sabe muy bien qué quiere decir esto, aunque a veces se cree que la felicidad es un estado de satisfacción permanente. Dicho de otra manera, en la cultura actual tenemos la equivocada noción de que criar a un niño es gratificarlo de manera indiscriminada -esto es lo que vos llamás "consentir"-, como si la crianza no contemplara la importancia de que a un niño se lo rete (que no es lo mismo que imponer castigos que un niño no puede entender), de que se lo apuntale en su autonomía (el apego no es "pegoteo"), entre otras aclaraciones. Estas distinciones son importantes, así podemos reformular la pregunta que nos concierne: ¿qué lugar deja para los padres la idea de que tienen que hacer felices a los hijos?
En esta última pregunta hice un pequeño deslizamiento. Lo explico: el deseo de que un hijo sea feliz es maravilloso, sin embargo algo diferente es creer que esa felicidad depende de los padres. Diría que uno asume de manera realista una actitud parental con un niño cuando reconoce sus propios límites: nos somos perfectos; por lo tanto, mucho en la vida de ese hijo escapará a nuestras decisiones. Podemos acompañarlo para que se anime a hacerle frente a la vida y sus complicaciones, frustraciones, malestares que, en la medida en que pueda transitarlos, le harán darle a la felicidad un sentido diferente al del placer inmediato y sin dificultades.
Entonces, pensemos nuestro lugar: ¿por qué nos interesa ser quienes gratifican a los hijos? Se me ocurre la siguiente respuesta simple: porque queremos que nos quieran. Si parece una respuesta muy obvia, agrego lo siguiente: queremos que nos confirmen en el lugar de padres; es decir, hacemos de la gratificación de los hijos, de su satisfacción, un indicador de que no fallamos. Ahora bien, ¿por qué no queremos fallar? ¿Por qué nos da tanta preocupación ser "malos" padres? Mi respuesta en este punto no será tan simple: es porque aún no dejamos de ser hijos. Me explico mejor: porque nos comparamos con nuestros propios padres y abuelos y no queremos ser como ellos, entonces buscamos en nuestros hijos una validación de nuestro rol parental. ¿Qué termina pasando? Que se nos da vuelta la tortilla y nuestros hijos adquieren un poder enorme, ya que nosotros nos volvemos los niños que quieren reparar con sus hijos la propia infancia. Esta actitud está destinada al fracaso, porque no se puede ocupar un lugar parental desde una posición infantil.
Por no querer ser "malos" padres, a veces cometemos errores más graves. Asumir un rol parental es difícil, su primera condición es asumir la disimetría y no tomar al niño como rehén de la propia autoestima. Ya que mencionás las redes sociales, Teresa, hace poco recuerdo que leía un cartel que decía: "Sé con tu hijo el padre que hubieras querido tener". ¡Todo lo contrario! Con un hijo no hay que ser un padre para uno, más bien diría que el desafío de la crianza es ser un padre para ese niño, los problemas de la infancia personal se resuelven en otro lado, a veces en un espacio de psicoanálisis.
Para concluir, te diría que los padres no nos tenemos que "bancar" todo; sí a veces tenemos que bancarnos estar incómodos con nuestro rol. Sin duda a veces perdemos la paciencia, pero si nos extralimitamos, a veces también podemos aprender de un episodio que, como suele ocurrir, puede ser más angustioso para nosotros que para el niño. Los padres no somos perfectos, más bien creo que sin un poco de angustia es muy difícil ser padre hoy en día, cuando también nos toca decidir un montón de cosas que antes eran una garantía (como la escuela, la relación con otras familias, el grupo de padres). Pensar en términos de crianza no es para ser padres ideales, sino para compartir preguntas en un tiempo en que a veces estamos solos junto a nuestros hijos, sin saber muy bien de qué va la cosa. Por eso me da mucho gusto que me hayas escrito y elegí tu carta para esta nueva edición de la columna, porque siento que sin llegar a ninguna conclusión, hicimos algo más importante: compartir preguntas que nos hagan pensar y dejar atrás la culpa.
Uno asume de manera realista una actitud parental con un niño cuando reconoce sus propios límites: nos somos perfectos; por lo tanto, mucho en la vida de ese hijo escapará a nuestras decisiones.
Por no querer ser "malos" padres, a veces cometemos errores más graves. Asumir un rol parental es difícil, su primera condición es asumir la disimetría y no tomar al niño como rehén de la propia autoestima.