Roberto Schneider
Roberto Schneider
Todo es extrañeza. Quién imaginó a lo largo de la historia de la humanidad una realidad como la que los seres humanos estamos transitando. La calle es extraña, está como agobiada por un silencio que no pasa, que no cede, que nos atraviesa. Como un vacío sin igual. Conviene recordar que un modo de vida colapsó, porque esta pandemia arrasó con nuestras costumbres, nuestras cotidianeidades y lo previsible pasó a ser lo incierto. Estamos diferentes y también, por qué no, angustiados. Todo muta; todo es hasta “raro”. Ciertas rigideces se van modificando y debemos estar atentos a los cambios, a otras maneras y formas de entender la vida. Y, por supuesto, a los seres humanos.
En el coqueto espacio de Estudio Barnó está todo dispuesto para que el espectador lo pase bien. Sobre todo, un cuidado protocolo. En la pequeña y bella sala teatral se produce después la ceremonia. La historia que apreciaremos es el derrotero de un hombre angustiado por su devenir. Pabo Tibalt escribió y dirigió su texto y Lucas Ruscitti lo protagoniza.Todos nosotros nos embarcamos en la maravillosa aventura de disfrutar una nueva propuesta teatral. Además lo sostienen enfáticamente al decir que se trata de ver una obra teatral que es el material de aprendizaje a partir del cual develar los mecanismos de la escena del teatro como ritual esencial para mirarnos. En tiempos de pandemia necesitamos más teatro, volver a su encuentro, comprender su esencia, reexperimentar este espacio sagrado, ritual esencial para entender a las personas y su tiempo.
En el texto de Tibalt se narra la historia de un hombre que no cesa de hablar y mira casi con desesperación e impaciencia a quienes estamos expectando, interpelándonos. Esa interpelación está presente en esta experiencia artística que seguramente los jóvenes disfrutarán por el cruce perfecto de varios lenguajes que contiene.
Cabe recordar aquí una vez más que lo específico del teatro es participar de una zona de lo sagrado, en la que no puede incursionar ninguna otra disciplina artística. El lugar donde finalmente sucede el hecho dramático es la mente del espectador; allí se transforma en vivencia. El espectador se siente en cierta forma testigo de lo que ocurre y esa vivencia pasa a formar parte de su experiencia de vida. El dramaturgo oficia con su obra como disparador. Escribe algo que está en el aire y que atrae su interés personal. Pero, si es portador de la cultura de su propia sociedad, va a coincidir necesariamente con el interés de otros.
Enfatizamos que los sueños permiten elaborar lo que no se sabe, lo que no se ha podido pensar, lo que se teme. El teatro expresa lo que está antes del pensamiento, lo que políticos o filósofos todavía no pueden racionalizar. El concepto de teatralidad -tan difícil de definir- no pasa sólo por la estructura del texto ni por el uso de los recursos técnicos. Está dado por una percepción sensible de la intensidad del conflicto, del valor adecuado de la palabra y del silencio, del lugar del gesto y del lenguaje del cuerpo.
“Móvil” es una pieza dedicada a investigar una teatralidad basada en lo corporal, lo visual, el hecho sonoro y la actuación. Desde la textualidad, Tibalt habla de la lucha por el espacio propio casi como una metáfora de la lucha por la identidad. Allí Segundo -dejamos a los espectadores sentir porqué se llama así- evoca la figura de su hermano Alfredo. Y la de Tata, su abuela.
Sobresale la actuación de Lucas Ruscitti, con estupendo manejo corporal. El perfeccionismo convierte a sus movimientos en una coreografía que tiene su principal desarrollo en una suerte de composición de danza que puede ser una muestra de poder frente al desconocido, pero también su arma de seducción.
Por momentos, con movimientos sutiles, la angustia va subiendo de tono hasta que se equipara en lo que termina siendo casi una lucha por seguir existiendo.
El relato va creciendo y cambiando de tono a medida que el actor muestra las fuerzas y las debilidades con las que cuenta, para establecen un diálogo físico en el que a veces no caben las palabras, pero sí los sonidos de los silencios. Lo que bien podría haber terminado con el comienzo de otra historia se vuelve implacable. La imposibilidad de adecuarse y ceder posición frente a la mirada que del mundo tiene el otro no hace más que dejar un ser seco de soledad.
Tibalt nos sorprende con los reflejos necesarios para un tiempo histórico adverso para la creatividad teatral. Su obra ratifica su búsqueda permanente en la expresión artística. Claudia “Negra” Correa es quien realizó el magnífico entrenamiento corporal, Federico Toobe hizo la asistencia de dirección y Leonardo Gregoret las fotografías. Es excelente el elemento escenográfico, de inusual protagonismo.