Cuando el presidente Alberto Fernández regresó de su gira europea, anticipó lo que vendría. Dijo que volvía dispuesto a resolver el tema del aumento de precios. La decisión de frenar por 30 días –desde el 17 de mayo- las exportaciones cárnicas fue justificada por entonces: "No puede faltar comida en la mesa de los argentinos. Vamos a levantar el cierre cuando tengamos resuelto este tema porque entre los exportadores y la gente, elijo la gente", dijo.
Los productores, sorprendidos por la medida, advirtieron: "Parece que Alberto Fernández cree que cerrando las exportaciones habrá carne en la mesa de todos los argentinos. Falta que anuncie quién la va a producir".
Lo que vino después es más conocido: la Mesa de Enlace dispuso el cese en la comercialización de hacienda hasta el pasado viernes pero ese mismo día extendió la medida hasta las 24 del miércoles 2 de junio. Horas antes, el presidente redobló la apuesta ante la falta de acuerdo y dijo que va a levantar el cierre recién "cuando tengamos el tema resuelto". ¿Cuándo?. Hoy nadie sabe cuándo será. Así, volvió el debate del recurrente dilema que afecta históricamente a la economía argentina entre precios de alimentos e ingreso de divisas por exportaciones agropecuarias. Claro que la idea de prohibir las exportaciones de alimentos para abaratar su precio interno es tan vieja como equivocada.
Por las dudas, los productores salieron a instalar su discurso. Afirman que no está cara la carne sino que está pulverizada nuestra moneda y complicada la producción en un país sin crédito y con enorme presión fiscal para sostener un gasto público inviable. La apuesta colocó la vara de la discusión un poco más alta. Es que en la memoria del productor agropecuario aparecen seguido las consecuencias adversas que trajeron la intervención del mercado de las carnes entre 2006 y 2015, con la contracción del rodeo bovino en más de 10 millones de cabezas y la reducción del 65% de las exportaciones.
Por eso –quizá- la medida de fuerza tuvo un alto acatamiento por parte de los productores, cuya mejor demostración se encuentra en las fotos de los corrales vacíos en el mercado de Liniers, como así también la ausencia total de remates de animales para faena a nivel nacional, como ocurre en las ferias de nuestra región.
La tercera pata de la hasta hoy fallida negociación fue el sector frigorífico exportador. El sector privado se comprometía a aumentar el volumen de carne en el mercado interno a precios accesibles. La idea era llevar el acuerdo ya existente de 11 cortes de carne que significa un envío al mercado interno de 8.000 toneladas mensuales a 13.000 toneladas. El gobierno consideró que eso solo una posibilidad de corto plazo. No la aceptó.
La posición oficial es que no se pueden tolerar dichos aumentos de precios, en el marco de una inflación creciente para productos con alta incidencia en la dieta alimentaria de los argentinos. Así, el relevamiento de precios en los barrios populares que realiza el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci) mensualmente, muestra que en los primeros cuatro meses del 2021 los productos cárnicos lideraron los aumentos registrados en la Canasta Básica de Alimentos (CBA).
Considerando los datos relevados desde diciembre del 2020 hasta abril del 2021, se observa que mientras los productos verdulería aumentaron 8,20% y los de almacén 14,88%, el conjunto de las carnes registró un incremento del 25,72%. Estos movimientos de precios tienen una alta incidencia en la dieta alimentaria argentina, ya que el gasto en consumo de carnes alcanza al 35%-40% de la CBA y se constituye en un factor crítico para la seguridad alimentaria, en un país con más del 40% de la población por debajo de la línea de pobreza y más del 10% por debajo de la indigencia.
Pero hay otro tema a tener en cuenta: estos aumentos suceden a pesar de los diferentes sistemas de control de precios y medidas de aprovisionamiento de mercadería a menor valor, impulsados por el gobierno como objetivo antiinflacionario durante el 2021.
Así continúa otro round de la pelea entre gobierno y el campo. En este asado, el consumidor no corta ni pincha. Así de claro.