La Argentina está en una situación crítica. Y la dimensión de los problemas parece escapar al registro de los principales dirigentes políticos y a grandes franjas de la población. En un dramático escenario dominado por la pandemia y el quebranto económico, unos dan rienda suelta a su competencia de egos, mientras los otros juegan con el virus a suerte y verdad en una danza con la muerte. Son distintas manifestaciones de irresponsabilidad, que tienen en común la prevalencia del yo sobre el nosotros, el individuo (aunque vaya en grupos) sobre la sociedad.
La política gira cada vez más en torno a dos personas: Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri, que cada día se parecen más. Cristina está empeñada en reivindicar su espantoso ciclo presidencial de 2011 - 2015, y como no le bastan las insinuaciones de su tormentosa conciencia busca una reivindicación pública, formal, institucional, de su papel histórico. En ese impulso no la frena la evidencia de la pandemia, que ya ha superado los 80.000 muertos y se proyecta a los 100.000. Ni la oleada de pobreza, ni el default inminente con el Club de París por una deuda gestada durante su último gobierno. Total, qué le hace una mancha más al tigre. La Argentina carece hoy de crédito internacional, de modo que poco y nada pierde con su veda explícita (salvo el sustancial incremento de las tasas a causa del incumplimiento) porque desde hace rato no puede acceder al mercado de créditos. Su único prestador factible, el Fondo Monetario Internacional, del que la Argentina es socia desde 1956, es el que ofrece las tasas más bajas, pero para eso, hay que establecer al menos una hoja de ruta verificable por sus oficiales de cuentas que asegure un sendero de pago. Cuenta a su favor con la paciencia del ministro Martín Guzmán (en su frente partidario lo llaman el monje shaolín) para soportar las trabas, declaraciones y trapisondas urdidas por el ala dura del cristinismo. También, con la buena disposición de la búlgara Kristalina Gueorguieva, directora general del FMI, y católica próxima al papa Francisco, respaldo a la vez de Guzmán y promotor de encuentros de ambos funcionarios en el ámbito del Vaticano. Por eso, el ministro no ha saltado aún por los aires y, pese a los obstáculos, lleva adelante un silencioso ajuste de las cuentas públicas que, llegado el momento, puede servir de base para una negociación abierta con el organismo multilateral de crédito (presuntamente, después de las elecciones de medio turno).
Macri, a su vez, ha abandonado el bajo perfil; a semejanza de Cristina ha escrito un libro que emplea como punta de lanza de su campaña personal de recuperación de espacios dentro de Juntos por el Cambio y en el campo abierto de la opinión pública. Él también se muestra decidido a reivindicar su gestión presidencial, y en ese intento se mueve como un elefante en un bazar. Basta ver la agitación interna que ha desatado en CABA y el descalabro que produjo días pasados entre sus aliados cordobeses, para apreciar el alcance de sus movimientos. Tal como ocurre con Cristina, lo importante es él, o lo que gira en torno de él. Por eso promueve enfrentamientos internos en el momento que una significativa parte de la población les pide a los frentes conductas de unión.
Entre tanto, a nivel de la sociedad, ambos acumulan mayoritarias visiones negativas y si se los juzga por el incremento de la pobreza, la suma de sus gobiernos en los últimos diez años ha duplicado el número de pobres, hoy en el orden del 45 por ciento de la población, pese al uso de anclas importantes como los programas de ayuda en la emergencia y el recorte o congelamiento de tarifas de servicios públicos.
A esta altura, ni siquiera es aplicable la recurrente figura de la frazada corta. Hoy estamos a la intemperie. Hace más de una década que la Argentina no aumenta su tasa de creación de trabajo genuino. Y ese es, según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el problema de fondo. Los porcentajes de pobreza pueden maquillarse con programas sociales, pero eso no cambia la realidad, la agrava por ocultamiento. Lo vemos en estos días a través de los datos de recuperación de economías golpeadas por la pandemia. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estimó para este año un crecimiento del 6,1 % en la economía de Argentina, aunque señaló que persisten factores que limitan la recuperación tras una caída del PIB del 9,9 % en 2020. El informe, expresa que nuestro país será el que más va a tardar en recuperar niveles de actividad económica previos a la pandemia entre los miembros del G20, y proyectó que recién recuperaría lo perdido en 2026.
Mientras los argentinos sienten sobre las costillas la presión de la tenaza activada por la pandemia y la economía, la política emplea recursos proselitistas del pasado para seducir (tarea ya imposible) a una ciudadanía que asiste a las puestas en escena en vivo y en directo a cualquier hora del día. La magia de la política ha desaparecido. Ahora se ven en el plató, con toda crudeza, las miserias de los actores, sus cálculos de corto alcance y sus mentiras flagrantes. Como si fuera un thriller televisivo, todos vemos como se urde la próxima jugada del villano. Todos observamos cómo se intenta montar, al estilo Hollywood, una realidad aparente, detrás de la cual nos espera el desierto. Tampoco lo ocultan. Dicen que van a estirar la negociación con el Fondo hasta después de las elecciones (en el supuesto de que el resultado favorezca al oficialismo). Anticipan que el ajuste (hay infinidad de gastos para ajustar, no los sociales) será después de las elecciones, para las que piden el respaldo del voto popular.
Por el lado de la oposición, las cosas no están mejor. Desatan internas movilizadas por los egos en vez de crear una oferta electoral motivadora, respaldada por la fuerza de la unidad. Y redoblan el ataque sobre el tema de las vacunas en el momento en que éstas empiezan a llegar al país por millones. Ni tácticos ni estrategas, más allá de que la gestión de la pandemia por parte del gobierno fue decididamente mala, y que se dieron por sentadas y se difundieron con tono triunfalista situaciones que no habrían de ocurrir y que costaron miles de muertes adicionales, lo cierto es que levantan una bandera sin futuro (error extensible a buena parte del periodismo crítico).
Para las elecciones, con la mayor parte de la población vacunada, este tema perderá efecto. La sociedad necesita verle la pata a la sota. Sólo propuestas bien elaboradas, superadoras, verosímiles, ejecutables, sostenibles, con capacidad de movilizar conciencias y voluntades para construir un mejor futuro, podrán restañar una confianza averiada. Pero hasta ahora no se escuchan. Sólo se oye el fragor de disputas internas en el peor momento de la vida de los argentinos. A nuestro país no hay que ponerlo de pie; hay que ponerlo en marcha, alentar la inversión, la producción y el trabajo, en vez de trabarlos con normativas pertenecientes a la literatura del terror. Mientras tanto, cuanto peor, peor.
La magia de la política ha desaparecido. Ahora se ven en el plató, con toda crudeza, las miserias de los actores, sus cálculos de corto alcance y sus mentiras flagrantes.
A esta altura, ni siquiera es aplicable la recurrente figura de la frazada corta. Hoy estamos a la intemperie. Hace más de una década que la Argentina no aumenta su tasa de creación de trabajo genuino.