Por Rubén Giustiniani
En el ejercicio de la función pública, no es poco dejar un rasgo fundamental de honestidad, de decencia. Miguel no saltó la fila y demostró con entereza que no quería privilegios. Y así vivió. No concibió la política desde los privilegios.
Por Rubén Giustiniani
Con Miguel Lifschitz nos conocimos hace décadas, a finales de los años 70. En las noches negras de la dictadura militar, Miguel compartía su casa, la casa de sus padres, para que nos podamos reunir. En ese chalecito blanco ubicado donde baja Avenida Pellegrini en Rosario, en inviernos de calles y veredas tapizadas con las flores celestes de los jacarandaes nos reuníamos a leer, a debatir lo que estaba pasando en el país y a planificar las pocas cosas que podíamos hacer en esos duros momentos.
Compartimos la militancia en un partido que en ese entonces no pensaba en la posibilidad de acceder a espacios de representación política, a una concejalía, una diputación, una intendencia, una gobernación o la presidencia de la Nación. Eran sueños de recobrar la democracia y de transformar a la Argentina en un país con justicia social. Esos eran nuestros sueños.
En el paso por la gestión pública, hay acciones que se cristalizan en la sociedad por lo que hacemos, por lo que somos, por lo que dejamos. Miguel Lifschitz como Gobernador dejó importantes obras en la Provincia de Santa Fe y como dos veces intendente dejó el rasgo de quienes pasan por la función pública con una característica fundamental, que es la honestidad. No es poco, en la historia de la República Argentina, en el ejercicio de la función pública, dejar un rasgo fundamental de honestidad, de decencia. Miguel no saltó la fila y demostró con entereza que no quería privilegios. Y así vivió. A pesar de todos los cargos públicos que desarrolló durante toda su vida, Miguel no concibió la política desde los privilegios.
Me llamó en el mes de marzo, nos reunimos para conversar acerca de cómo veíamos el país, el futuro de la Provincia. Fui a su departamento de la calle 9 de Julio, y eso es un rasgo también fundamental que tuvo Miguel luego de tantos años en la función pública: la austeridad, fue un hombre austero. De ese tiempo y esas charlas rescato otra cuestión que lo caracterizó durante toda su vida, que fue la búsqueda del diálogo y de los consensos. Tuvimos visiones distintas durante muchos años dentro del socialismo, pero siempre mantuvimos el diálogo y la búsqueda de puntos en común. Por esto Miguel Lifschitz deja un legado muy importante para la Provincia de Santa Fe, para la ciudad de Rosario y para la República Argentina, y por esto fueron tantos los dirigentes de todo el país que lo despidieron con mucho dolor.
En la despedida a Guillermo Estévez Boero en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional en febrero de 2000 me tocó, como Presidente del Partido Socialista y legislador nacional, hablar en representación de tantos en quienes se abría un vacío muy grande por todo lo que significaba Guillermo en la vida del partido y del país. Mis últimas palabras de aquel entonces, parafraseando a Walt Whitman, las considero de una gran actualidad para recordar a Miguel Lifschitz: "Detrás de todo adiós se oculta, en gran parte, el saludo de un comienzo nuevo".
En el ejercicio de la función pública, no es poco dejar un rasgo fundamental de honestidad, de decencia. Miguel no saltó la fila y demostró con entereza que no quería privilegios. Y así vivió. No concibió la política desde los privilegios.
Un rasgo fundamental de Miguel durante tantos años en la función pública: la austeridad. Fue un hombre austero. De ese tiempo y esas charlas rescato otra cuestión que lo caracterizó durante toda su vida: la búsqueda del diálogo y de los consensos.