Padre del fútbol nuestro que estás en El Cielo: ¡Santificado sea tu nombre! ¡Venga a nosotros tu juego! ¡Hágase tu voluntad con "la" Número Cinco en esta tierra como en tu firmamento! Te invocamos, nosotros, tus hijos huérfanos en un nuevo aniversario de tu gesta en el estadio Azteca. Danos hoy, Pelusa, la "pausa" para no correr desesperados a ninguna parte; la "pausa" para frenar, levantar la vista y dar la asistencia justa que habilite a los compañeros; la "pausa" para no marearnos en las alturas ni desmoronarnos si nos toca morder el suelo. Libranos, Diegote, de ese vértigo embriagador que lleva a la perdición y que vos encarnaste a la perfección. Enseñanos la habilidad aceitosa del que conoce de cotidianas tribulaciones pero más sabe de "gambetas" salvadoras. ¡Contagianos, Diez, tu coraje porque estos son tiempos aciagos en los que los hachazos van directo al tobillo, a veces vienen de atrás o, peor aún, son esquirlas de "fuego amigo"! ¡Unginos, Barrilete Cósmico, con ese coraje que tuviste para plantarte frente a los ingleses, a la FIFA o a la silbatina del Estadio Olímpico de Roma! ¡Bendecinos, Pelusa, con tu liderazgo! ¡Es sabido que uno solo no vence a las adversidades! ¡Es sabido que el trabajo en equipo es la clave! ¡Todos necesitamos rodearnos de un Ruggeri batallador que nos cuide las espaldas, de un Valdano pensante que nos aporte equilibrio, de un Burru cómplice que nos la devuelva "redonda" o de un Tata sacrificado que no afloje ni con el ánimo luxado! ¡Sí, no hay Mesías -con tu filosofía Cebollita nos aleccionaste- pero a veces nos olvidamos de las verdades más elementales que se aprenden en el potrero o "pateando" el barrio! Por eso, querido Diego Armando, disculpanos esta tozuda costumbre argentina de dejar que se nos escape la tortuga y rogá por nosotros, pecadores, que manchamos cotidianamente la pelota. Amén.