Por Miguel Ángel Federick
La palabra usual nos lleva hacia las cosas; la palabra poética nos devuelve desde ellas hacia nosotros, ya modificados por ella. Y es imposible volver a ver sin esa memoria viva.
Por Miguel Ángel Federick
Ilya Prigogine, Nobel de Química en el '77, cuenta que una vez se encontraron dos físicos notables como Werner Heinsenberg y Niels Bhor en el castillo danés de Kromberg. Y Bhor le preguntó a su amigo: "¿No es extraño cómo cambia este castillo si rememoramos que Hamlet vivió en él? Nada debería cambiar por el hecho de que Hamlet viviera aquí; y sin embargo cambia totalmente".
Y en este libro, Mario Nosotti nos cuenta cómo llegó hasta la real "Casa de los pájaros" en 2018, acompañado por un pariente de Juanele. Y la recorre de memoria siguiendo afanosa e infructuosamente los cardinales del poema.
La experiencia vital de un poeta -Nosotti inclusive- no es eso que está ahí afuera, común a todos por cierto, sino la intersección de ese momento y su conciencia, y luego su palabra para restaurar o recuperar la misma conmoción en que sucediera. Y Mario, a poco andar, percibe el reversible encanto y desencanto de haber llegado, y en ese punto comprueba que "poco quedaba de Ortiz en el lugar que pisaba" y comprende que se esforzaba "en buscar un fantasma, el de un tiempo, una voz y un espacio que eran ninguna parte, que se abrían a mí solo poniendo en marcha ese poema… ahí estaba, en el molde vacío… en la dimensión física que había asimilado una memoria, activada otra vez por la escritura".
La pregunta sobre el significado de la realidad recorre las preguntas humanas hace siglos -inclusive de los científicos que decía- pues Hamlet era una cita en una crónica del Siglo XIII, antes de Shakespeare, como el Rey de Asina apenas una palabra en Homero antes del poema de Giorgos Seferis y «La casa de los pájaros», el título de un poema de Juanele que refiere a "La Carmencita", una de esas "estancias perdidas en la dicha" según Mastronardi dijera, o situada entre los múltiples colores que la luz crea y recrea entre colinas, como Juanele prefirió fijarla en su poema.
La palabra usual nos lleva hacia las cosas; la palabra poética nos devuelve desde ellas hacia nosotros, ya modificados por ella. Y es imposible volver a ver sin esa memoria viva, que Mario percibe y confiesa "activada por la escritura".
Ambos viajes comenzaron en 1986 cuando, con 20 años, Nosotti "descubre" a Juanele Ortiz leyendo «Diario de Poesía», lo cual fecha ambas lecturas y experiencias. Y toda generación tiene el derecho y la obligación de leerlo todo de nuevo, máxime cuando la hondura y complejidad de una obra lo permite y lo requiere.
Las estrategias discursivas de Ortiz más que descender de una lengua para dotarla de una joyería de piedras preciosas como versos en su piedra tallados, pareciera atravesarla y hablarnos desde ese otro lado, que aún nos incita desde sus múltiples pliegues, encendimientos y veladuras de un fluir continuo del agua entre colinas.
Novedoso y justo eso de «Notas...», como si lo escrito por Nosotti fueran acotaciones al pie de esos dos viajes: por un lado el de la propia génesis de este libro, "aquel primer intento de hacer la Biografía naufragaba en un mar de borradores, lecturas y aproximaciones. Pocos meses después algo cambió. Me acordé de un poema leído hacía tiempo". Y por otro lado el viaje terrestre, sus "internaciones" en Gualeguay, la Villaguay de su infancia y la Paraná final, que ya es el camino interior y crítico y poético a la vez, donde todas sus referencias y reflexiones son señales viales de esa otra senda, no terrestre ni visible.
Mario llegó a «La casa de los pájaros» hasta comprender el doble juego que subyace en la sentencia de Heráclito: ni nosotros ni el río ya somos los mismos, y esa casa de "aquí" ya había cambiado, porque Juanele vivió en ella y seguía intacta en el poema.
Hermosa la estrategia de esos asteriscos dentro de cada capítulo, que evitan al lector esos agobios de extenderse sobre lo ya sabido, o que debe saberse o investigarse todavía, ya que luego esas "notas" se transforman en "apuntes de una biografía del futuro".
Fernando Savater & Sara Torres afirmaron no hace mucho en «Aquí viven leones. Viaje a las guaridas de los grandes escritores» que "nadie pone en duda que el paisaje urbano o natural donde ha vivido un escritor marca necesariamente su obra, aunque a menudo no sea explícito. Pero igual de indudable es que para quien ha leído al autor, también el paisaje donde transcurrió su vida y creó su obra está sellado por esa sombra tutelar".
Creo que «La casa de los pájaros» pertenece a ese género de viajes que van hacia las fuentes y por eso es un libro amable y necesario, fundado y certero en sus aportes críticos y documentales.
Al final, y no por último: ser editado en las colecciones de la UNL más que un prestigio es un amparo. Ser publicado o publicarse no es lo mismo que ser editado pues ello implica y conlleva otros trabajos y cuidados de muchos, que hacen de un texto un libro. Y si ese libro despierta, además, otros ecos es porque Mario ha logrado introducir una nota más, un disonante, otra escala necesaria en la extensa melodía, sobre cuánto Juanele escribiera y sobre cuánto Juanele se ha escrito.
(*) La presentación completa del libro puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=aSZyos--XNY
La palabra usual nos lleva hacia las cosas; la palabra poética nos devuelve desde ellas hacia nosotros, ya modificados por ella. Y es imposible volver a ver sin esa memoria viva.
Mario llegó a «La casa de los pájaros» hasta comprender el doble juego que subyace en la sentencia de Heráclito: ni nosotros ni el río ya somos los mismos, y esa casa de "aquí" ya había cambiado.