Miércoles 7 de julio: 3 PM.
Miércoles 7 de julio: 3 PM.
Suena el celular; es mi ex. La voz se oye angustiada, confundida y rabiosa: "Martín, Lorenzo tuvo un accidente en el gimnasio. Estaba haciendo sentadillas, se desvaneció y se le cayó la pesa encima". Pienso lo peor, me abrumo y la abrumo con preguntas: "¿Qué tan grave es? ¿Cómo está él? ¿Y los del gimnasio qué hicieron?". La voz suena llorosa: "Para mí, se fracturó la muñeca; la tiene hinchadísima; se queja del dolor. Los del gimnasio lo mandaron a casa solo y con una bolsita de hielo. Son unos hijos de…". Lorenzo es mi hijo de 15 años: ¡Hace rato que dejamos de apodarlo "Lorencito"! ¡Pegó un estirón de rascacielo en la adolescencia! ¡Tiene espalda de guardaespaldas! Hace rugby (ama ese deporte que yo no termino de comprender). Dejo todo lo que estoy haciendo en el sur de la ciudad para cruzarla de punta a punta en mi auto.
En las escuelas, muchas veces me ha tocado socorrer a niños y a adolescentes afectados por un accidente; durante esas emergencias -sin despeinarme- mostré una soltura que combinó lo mejor de un cirujano, de un bombero, de un socorrista, de un psicólogo y de un enfermero. Pero ahora, el damnificado es "mi" Lorenzo y se me queman "toditos" los papeles. Respiro hondo para no bloquearme.
Miércoles 7 de julio: 8 PM.
En la sala de espera, un TV repite incansablemente la "noche heroica" de "El Dibu" Martínez. ¿Podrá Argentina, por fin, ganar algo con Messi? ¿Podrá Lorenzo salir de esta sin secuelas? Me llama el cirujano: "Lo dormimos, acomodamos la zona lesionada y le colocamos dos 'alambrecitos' para evitar movimientos y garantizar la recuperación. Para empezar, llevará el yeso por 90 días. Tal vez, hizo un sobre-esfuerzo con las pesas y se desvaneció. Es joven; se va a recuperar. Que se olvide del rugby hasta 2022. Está en la habitación 203."
Subo volando las escaleras. Lorenzo me recibe con una sonrisa de oreja a oreja. Está mareado por la anestesia y habla a los gritos como si estuviera sordo; me pregunta cuánto tiempo pasó desde que llegamos al sanatorio; se mira el yeso; me pide el celular para mensajear a los amigos. Le sugiero que baje la voz mientras miro de reojo a nuestro vecino de pieza que se queja de dolor y se hace un ovillo. Como sincronizado, entra la mucama con la cena para los pacientes: ¡Pollo con puré! Se le encienden los ojos a mi hijo. Con un brazo, se las arregla para saciar su hambre de forward maorí en tercer tiempo. ¡Ya está bien! ¡Su apetito no miente! Mientras lo observo chuparse los dedos y el yeso, recuerdo una frase que le adjudican a Borges: "Después de todo, a lo largo de un día: ¿Cuántas veces hemos pasado del cielo al infierno en cuestión de segundos?".
Jueves 8 de julio: 8 AM.
El vecino de Lorenzo se queja de dolor. Se toca la faja que le sujeta el vientre. Se llama Diego; tiene 47 años (¡mi edad!). Hace 20 días que está ahí. Es un tipo especialista en negocios internacionales. Tiene maestrías en Europa. Trabaja para empresas de España y Holanda. Un mes por año, vive en el exterior. Hace deportes. Come sano… Para el Día del Padre, le regalaron una picada gigante: "¡No sabían qué regalarme! ¡Tengo todo, loco! La picada era más grande que la mesa. Toda la semana comimos eso. Me agarró un dolor fuerte de panza. Pensé que era un atracón. No estoy acostumbrado a tanto embutido y quesos. El dolor crecía. Vine al sanatorio. ¡Me hicieron estudios y me detectaron un tumor grande como un pomelo en el estómago! ¿Podés creer, loco? ¡Me sacaron 90 cm de intestino! Esto es una piña terrible que jamás vi venir. Te mostraría lo que tengo debajo de esta faja pero te vas a desmayar. Estoy podrido. Si salgo de esta...".
Llega la médica de Diego. Lo revisan. Le preguntan por sus antecedentes familiares: "A mi viejo no lo cuente: se fue de casa cuando yo era pibe y no supimos más nada de él. ¿Mi hermano? Es un nene en el cuerpo de un hombre de 45: ¡a los 19 años, salió volando por la ventana de una camioneta en un accidente de tránsito!" La médica me pide amablemente que me retire de la sala porque van a revisar al paciente. Mientras salgo abrumado por la angustia que se respira en ese sitio, pienso en una frase que siempre me decía mi amigo, Adrián: "Lloraba porque no tenía zapatos; salí a la calle y vi un hombre que no tenía pies."
Jueves 8 de julio: 3 PM.
Ya le dieron el alta a Lorenzo. Ahora estoy en la secundaria de Santa Rosa de Lima frente a un tercer año. Pregunto a mis alumnos porqué no se conectaron durante las actividades de "Lengua y Literatura a distancia". Muchos me dicen que no han tenido ganas; que las clases por WhatsApp "les dan paja"; que prefieren el aula; que ya se van a poner al día; que… Entonces, les hablo con sinceridad: "Hoy tampoco tenía muchas ganas de venir a dar clases. Mi hijo (que tiene la edad de ustedes) se fracturó la muñeca y me pasé casi 24 horas en un sanatorio. No siempre vamos a tener la energía para cumplir con nuestras obligaciones. Tampoco podemos vivir con la ilusión de encontrar la situación 'ideal' para alcanzar nuestras metas. Incluso, a veces, se hace difícil realizar aquello que más nos encanta… Por ejemplo, te puede apasionar jugar al fútbol pero: ¿A quién le gusta practicarlo en un día lluvioso y con un frío polar? Muchos adeudan los contenidos 2020: ¿Ahora van a sumar los del 2021? Hagan esto por ustedes; por su propio bien. Les hablo como su profe y casi como un padre…". Salimos al patio porque la escuela ha organizado un pequeño acto para conmemorar el 9 de julio. Suena el himno desde un parlante descascarado; patrióticamente, algunos susurran su letra. Pienso en la final de la Copa América del sábado: ¿Cuántas veces hemos criticado a Messi por su modo de entonar las estrofas de la canción nacional? ¡Creo que Lio pone más garra en el canto que todo este patio desteñido! Uno de los alumnos de tercero se me acerca y me susurra: "¡Profe, gracias por las palabras de recién! ¡Le prometo que me voy a poner las pilas!".
Jueves 8 de julio: 6 PM.
Estamos ornamentando los salones de una escuela nocturna para festejar el 9 de julio. Hay tortas fritas y pastelitos. Todos los grados participan de esta iniciativa. Una chica de 35 años se destaca por su maestría en la decoración. Es alumna de la señorita Alicia; se está alfabetizando en primer nivel: "Mi madre me tuvo cuando era muy joven y no me permitía ir a la escuela para que cuidara a mis hermanos menores. Fuimos a vivir con mis abuelos cuando uno de los maridos de mi mamá empezó a propasarse con nosotros. Allí tampoco se ocuparon de mi escolarización. Durante mucho tiempo tuve vergüenza de confesar que no sabía leer y escribir. ¡Le mentí a mi propio marido! Ahora que mis hijos están más grandes y van al secundario, tengo más tiempo para alfabetizarme. Mire, profe, estas son las artesanías que pinto y vendo en la costanera, los fines de semana." ¡Es muy sabia y creativa! Su elemento es el arte; se expresa con pinceles y acrílicos; y transforma eso en una pyme. ¡Es un ejemplo inspirador para mi ánimo desinflado!
Jueves 8 de julio: 9 PM.
Ha sido una jornada intensa. Camino a mi hogar, en el auto, escucho "That's life" (banda sonora de "The Joker"): "Así es la vida: eso es lo que dice la gente. Vas por todo en abril y te derriban en mayo. Pero sé que voy a cambiar esa melodía cuando esté de vuelta en la cima en junio." Entro a casa con ganas de darme una ducha y colgar la "armadura". Necesito una tregua. ¿Silencio? ¿El pasillo al dormitorio, oscuro? Mi esposa está en la cama con los ojos rojos. ¿Qué pasa? Pucherea: "El ginecólogo encontró algo raro en el examen que me hizo hoy; me lo tienen que extirpar y hacer una biopsia. Esperoquenoseagrave…". Llora. La abrazo. Trato de convidarle los retazos de energía y las migajas de esperanza que me quedan en el fondo del bolsillo. En mi cabeza, sigue resonando "That's life" pero, ahora, con la carcajada del Guasón: "Sí, así es la vida. No puedo negarlo: pensé en abandonar, amor, pero a mi corazón no lo vas a convencer con facilidad. Y si creyese que no vale la pena otro intento, saltaría sobre un pájaro y me iría volando…".