Durante generaciones, el mérito fue la fuerza motriz que impulsó la evolución de personas, grupos sociales, ciudades, provincias y países. Hasta ahora, al menos en la Argentina, donde el concepto, la noción, el valor del mérito, es puesto en discusión desde la tribuna presidencial.
Con sus discursos victimistas y pobristas, envolturas de ocasión para un fracaso indisimulable, Alberto Fernández siembra el desaliento en los sectores más dinámicos de nuestra sociedad. Si todo da igual, si el conchabo político paga mucho mejor que el trabajo genuino, si el costo de un preso es mucho mayor que el haber de un jubilado promedio, si la militancia de consignas clonadas vale más que los desafíos a la inteligencia para abrirle caminos al desarrollo, si da lo mismo tener clases presenciales que no tenerlas, aprender que ignorar, esforzarse que holgazanear, producir que robar, decir la verdad que mentir, exigir que conceder, cumplir que incumplir, comprometerse que lavarse las manos, hacer que no hacer, la decadencia es inevitable. Más aún, esos fenómenos socio-culturales son los más crudos indicadores de la decadencia.
En esa discusión ociosa estábamos, cuando en Japón le llegó el postergado turno a los Juegos Olímpicos. Y durante casi tres semanas, la más alta competencia deportiva y atlética de la humanidad puso las cosas en su lugar. Los participantes, extremando su esfuerzo, hablaron con sus cuerpos, con las habilidades y destrezas adquiridas, con los conocimientos atesorados, con el control de sus mentes, con la vocación de triunfo y reconocimiento, con los sacrificios de los entrenamientos, con la voluntad de participar, con la generalizada aspiración de conseguir una medalla que testimonie para siempre el valor de su logro. Todo se hizo a la vista, con la repetición de imágenes en distintas velocidades, para los jueces de cada disciplina y para el gran público. Lejos de la oscuridad de otros tribunales. Ciertamente, con el respaldo de cuerpos técnicos igualmente competitivos, y de países que promueven y financian a sus deportistas porque ellos, a su vez, disputan poder geopolítico en estos juegos globales.
El tablero final de medallas de la competencia olímpica tradujo de manera aproximada lo que acontece en otros planos. China ya le disputa mano a mano la prevalencia deportiva a los EE.UU., Japón, país organizador, y más reducido en población que los dos gigantes, también quedó en el segmento superior de logros, seguido de los de los países europeos, incluida la Confederación Rusa. Todo bastante parecido a lo que ocurre en los terrenos de la economía, la cultura, la ciencia, la tecnología, y la sociedad en general.
Tampoco hubo sorpresa con la Argentina, apagada en sus resultados como pocas veces antes, fracaso que no alcanzan a disimular las alegrías proporcionadas por el seven de rugby, Las Leonas en hockey, y los integrantes del equipo de voleibol, que entregaron todo y más de lo que tenían para obtener sus medallas y subir al podio del mérito universal.
La falta de apoyo efectivo en la preparación de los deportistas, la escasez de fondos para el financiamiento del deporte, la ausencia de una política integral que acompañe a los niños y jóvenes desde la escuela a la universidad, y desde los clubes a los intercambios internacionales, se traduce en resultados negativos, acentuados por las restricciones de las cuarentenas, cuyo máximo símbolo represivo fue la detención de un remero que se entrenaba en la soledad del río por quebrar el encierro obligatorio.
En este sentido, el tablero de los Juegos Olímpicos es tan revelador como los resultados educativos de las pruebas Pisa (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, diseñado por especialistas de la OCDE) para medir, a nivel mundial, el rendimiento académico de los alumnos en matemáticas, ciencia y lectura. El propósito es mejorar las políticas de educación en los países donde se comprueben problemas de aprendizaje.
Pero en la Argentina, los indicadores de fracaso o retroceso, en vez de movilizar respuestas de recuperación, activan con rapidez refleja la vía de la negación, la venda que tape los ojos, la guasada que ocluya la discusión. Así ocurrió en su momento con la adulteración de las mediciones del INDEC por la enérgica acción de Mario Guillermo Moreno durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner. O con el ocultamiento de los indicadores de pobreza por parte de Axel Kicillof, por considerarlos discriminatorios. Y por si la finta política de Kicillof no hubiera alcanzado, Aníbal Fernández, por entonces Jefe de Gabinete, extremó el contrataque discursivo al afirmar que había más pobreza en Alemania que en la Argentina.
En estos días aciagos, los inocultables problemas en la compra y provisión de vacunas contra el Covid-19 durante la presidencia de Alberto Fernández, se reconvierten en propaganda autocomplaciente. Tanto es así, que después de los 108.000 argentinos muertos por la pandemia, el exministro de Salud Pública de la provincia de Buenos Aires y flamante candidato a diputado nacional, Daniel Gollán, acaba de exaltar la acción vacunatoria de la Argentina al compararla con la de los EE.UU. Fiel a la mentira inoculada en su vena política, mostró en un tuit la convergencia de las curvas de vacunación en ambos países en la significativa cota del 50 por ciento del total de la población, sólo que la de EE.UU. señala el porcentaje alcanzado con dos dosis, en tanto que la cifra argentina corresponde a una dosis (en rigor, sólo el 20 por ciento de nuestra población ha recibido las dos dosis). Es una praxis política recurrente, sin atisbo de vergüenza; que siempre trata de redoblar la apuesta, de llevar las declaraciones al extremo de un absurdo que pulveriza toda posibilidad de un análisis racional y destroza la oportunidad de un abordaje argumentado del problema.
Esta técnica de la confrontación verbal tuvo hace poco como protagonista a Carlos Zannini, quien fue vacunado con privilegio como personal de salud (al igual que su esposa) en violación del protocolo aprobado por el mismo gobierno. Luego argumentó que como autoridad decisional del gobierno tenía derecho a hacerlo, aunque la categoría de personal estratégico -urgida políticamente para lavar imputaciones- se creó un mes después de que él recibiera la vacuna. Pero lejos de disculparse, reconvino a Horacio Verbitsky por haberlo hecho, y lo exaltó en su condición de "personalidad que debe ser protegida por la sociedad" (un modo de recreación de los fueros personales eliminados por la Constitución Nacional). Como provocación adicional, dijo lamentar no haberse sacado una foto que recordara ese momento "histórico". Para qué seguir, el aluvión de hechos arrastra y borra los precedentes, pero a la vez agudiza el ángulo de inclinación de la decadencia. Es lo opuesto al mérito, que empuja hacia arriba, al podio que simboliza el reconocimiento al fruto del esfuerzo genuino.
En el tablero final de medallas, se vio reflejada la falta de apoyo en la preparación de los deportistas, la escasez de fondos para el financiamiento del deporte, la ausencia de una política integral que acompañe a los niños y jóvenes desde la escuela a la universidad.
En la Argentina, los indicadores de fracaso o retroceso, en vez de movilizar respuestas de recuperación, activan con rapidez refleja la vía de la negación, la venda que tape los ojos, la guasada que ocluya la discusión.