Algunas reflexiones sobre la escena protagonizada por la Profesora de Historia, Laura Radetich, en la Escuela Secundaria Técnica N°2 "María Eva Duarte". Primero, quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra motivos para levantar la voz. Aquellos que gritan para aturdir la opinión de los disidentes, desnudan la debilidad de sus propios argumentos (¡Mucho ruido, pocas nueces!). Todos sabemos que "el que se enoja pierde"; que la furia es el peor consejero para cualquier individuo; que la violencia verbal es tan hiriente como los cintazos que nos daban nuestros viejos bajo el concepto: "la letra, con sangre, entra".
Segundo, recuperamos algunas ideas de "El maestro ignorante". Rancière sostiene que el objetivo fundamental de todo proceso educativo es la emancipación de los individuos. Y una herramienta fundamental para tal fin es la interrogación: "Quien quiere emancipar a un hombre debe preguntarle a la manera de los hombres y no a la de los sabios, para ser instruido y no para instruir. Y eso sólo lo hará con exactitud aquél que efectivamente no sepa más que el alumno, el que no haya hecho antes que él el viaje". Según esta perspectiva, el maestro emancipador no formula preguntas cuyas respuestas ya conoce de antemano; no interroga esperando una réplica de libreto memorizado; interroga al estudiante -a quien da libertad y en quien deposita confianza- y se interroga; desafía y se desafía; no piensa por el otro; colabora para que el otro se piense. En caso contrario, el docente se convierte en un "explicador" que lleva a cabo un "atontamiento pedagógico": "El explicador es el que necesita del incapaz y no al revés, es él el que constituye al incapaz como tal. Explicar alguna cosa a alguien, es primero demostrarle que no puede comprenderla por sí mismo. Antes de ser el acto del pedagogo, la explicación es el mito de la pedagogía, la parábola de un mundo dividido en espíritus sabios y espíritus ignorantes, espíritus maduros e inmaduros, capaces e incapaces, inteligentes y estúpidos. La trampa del explicador consiste en este doble gesto inaugural. Por un lado, es él quien decreta el comienzo absoluto: sólo ahora va a comenzar el acto de aprender. Por otro lado, sobre todas las cosas que deben aprenderse, es él quien lanza ese velo de la ignorancia que luego se encargará de levantar (...) Existe atontamiento allí donde una inteligencia está subordinada a otra inteligencia."
Tercero y en consonancia con el párrafo anterior, retomamos algunas ideas que se hallan en "Cartas a quien pretende enseñar". Freire reclama "humildad" a los maestros y maestras; de ningún modo, esto significa falta de respeto hacia uno mismo, ánimo acomodaticio o cobardía; al contrario, la humildad exige valentía, confianza en uno mismo, respeto hacia uno mismo y hacia los demás. La humildad ayuda a reconocer esta sentencia obvia: nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo; todos saben algo, todos ignoran algo. Sin humildad, difícilmente se puede escuchar a alguien al que se considera "demasiado alejado de nuestro nivel de competencia". Puntualmente, Freire señala: "De hecho, no veo cómo es posible conciliar la adhesión al sueño democrático, la superación de los preconceptos, con la postura no humilde, arrogante, en que nos sentimos llenos de nosotros mismos. Cómo escuchar al otro, cómo dialogar, si sólo me oigo a mí mismo, si sólo me veo a mí mismo, si nadie que no sea yo mismo me mueve o me conmueve. La humildad me ayuda a no dejarme encerrar jamás en el circuito de mi verdad. La arrogancia del '¿Sabe con quién está hablando?', la soberbia del sabelotodo incontenido en el gusto de hacer conocido y reconocido su saber, todo esto no tiene nada que ver con la mansedumbre del humilde. La postura del autoritario, en cambio, es sectaria. La suya es la única verdad que necesariamente debe ser impuesta a los demás. Es en su verdad donde radica la salvación de los demás. Su saber es 'iluminador' de la 'oscuridad' o de la ignorancia de los otros, que por lo mismo deben estar sometidos al saber y a la arrogancia del autoritario o de la autoritaria".
Cuarto, cabe destacar que todo docente acarrea una ideología que sustenta su propuesta didáctica. A primera vista, no resulta mal que la exponga, que la desnude, que no la camufle, que la sincere ("Hablo desde aquí…"). El problema se suscita cuando esa postura obtura el proceso educativo, cuando asfixia al otro. Al respecto, afirma Jaume Carbonell (pedagogo, periodista y sociólogo español): "La actualidad política se cuela de mil maneras en los centros y en cualquier ámbito educativo. ¿Qué acontecimiento cotidiano, por irrelevante que sea aparentemente, no deja de ser político? ¿Qué agente educativo y social no está afectado por la política? No hay argumentos mínimamente sólidos que puedan sostener hoy por hoy el mito o la falacia de la neutralidad, aunque curiosamente quienes más alardean de este suelen ser quienes defienden intereses económicos y políticos más poderosos, perversos e inconfesables." En la misma sintonía, Freire sostiene, en gran parte de su obra, que la política es el alma de la educación; todo acto educativo es un acto político porque involucra valores, proyectos y utopías que reproducen, legitiman, cuestionan o transforman las relaciones de poder prevalentes en la sociedad y porque, además, la educación nunca es neutral (está a favor de la dominación o de la emancipación). De ahí que existan prácticas educativas conservadoras y prácticas educativas progresistas: las primeras buscan -al enseñar los contenidos- ocultar la razón de ser de un sinnúmero de problemas sociales y adaptar a los educandos al mundo dado; mientras que las progresistas procuran -al enseñar los contenidos- develar la razón de ser de los problemas sociales, inquietar a los educandos, desafiarlos para que perciban que el mundo puede ser cambiado, transformado o reinventado.
Al respecto, Nora Ovelar (pedagoga latinoamericana) aclara que la educación se constituye en una práctica política porque se refiere a una manera de intervención en el mundo que se realiza de diferentes formas y en diversas instancias. Inicialmente, esa intervención se concreta a través tanto de las políticas educativas definidas en una sociedad, como mediante las relaciones y la acción de los educadores en el ámbito de la escuela (con los educandos y con la comunidad); a su vez, esas relaciones tienen siempre un sentido político en tanto y en cuanto transmiten una determinada lectura del mundo así como una forma de vincularse con los demás y con el contexto en el cual están inscritas. En una instancia posterior, esa intervención se expresa en el sentido y dirección de las posturas y comportamientos asumidos por los educandos cuando éstos se constituyen en ciudadanos partícipes de la dinámica social.
Pero todo esto se marchita en la filmación donde se luce Radetich; el maestro explicador escupe su perorata para atontar a su auditorio; se tergiversa la acción política de la educación aunque Alberto Fernández sostenga que estamos frente a "un debate formidable que le abre la cabeza al alumno". En lo que se aprecia del video: sólo hay un monólogo exasperado; un discurso enajenado e intimidatorio semejante a los ladridos de Tronchatoro en la escuela de Matilda (el personaje creado por Roald Dahl). Si la Profesora de Historia "abre la cabeza", parece decidida a llenarla de datos "irrefutables" al mejor estilo de la educación bancarizada. Probablemente, el debate pase por interrogarnos sobre: ¿Por qué el sueldo del padre del alumno increpado no alcanza para solventar la cuota de una escuela privada? ¿Por qué pagar una privada si contamos con una oferta educativa pública? ¿Por qué los alumnos comen "esa porquería" de merienda en un establecimiento educativo? ¿Por qué -después de 38 años de democracia- seguimos pensando que la solución de nuestros problemas está en Ezeiza y naufragamos en crisis desgastantes e interminables? ¿Por qué San Martín -como propone el presidente- sigue siendo un espejo en el que mirarnos (aunque en la comparación salgamos desfavorecidos)? ¿Por qué tenemos la angustiante sensación de que nos roban el futuro -gestión tras gestión- aquellos y aquellas que vienen con promesas fugaces, con los bolsillos voraces y con (o sin) los "ojitos claros"? ¿Por qué aquellos y aquellas que no piensan como nosotros son -sencilla y literalmente- nuestros enemigos y enemigas?