Cuando cumplimos nuestras Bodas de Plata de terminada la secundaria, organizamos una especie de clase magistral en el Colegio Don Bosco de Santa Fe. Era octubre de 2106. Volvimos -con más kilos, más arrugas y menos pelos- al mismo salón que nos acogió en quinto año. Algunos tuvimos que hacer esfuerzos de contorsionistas para encajar la panza porronera en las butacas tatuadas con corazones de tinta, adornadas con machetes microscópicos y masilladas con chicles de todos los sabores, marcas y épocas (¡Algún día, la sociología de la educación podría estudiar el comportamiento escolar de los jóvenes a partir de la clasificación de esos fósiles de menta y frutilla!). Abundaban las risas, los abrazos y los chistes: la mayoría de nosotros se conocía desde el jardín de infantes.
Primero, tomó la palabra Tito Ingaramo, nuestro antiguo profesor de Contabilidad, y usó su materia para reflexionar sobre lo que el paso del tiempo nos enseña con cada uno de los minutos que estrangulan sus relojes. Comentó un conocido texto: "Imaginen que existe un banco, que cada mañana acredita en nuestra cuenta, la suma de 86400. No arrastra nuestro saldo de un día para el otro. Cada noche, borra cualquier suma que no hayamos aprovechado durante el día. ¿Qué haríamos entonces? ¡Retirar hasta el último centavo, por supuesto! ¡Gastarlo todo! Pues bien, cada uno de nosotros tiene ese banco. Su nombre es TIEMPO. Cada jornada, este banco nos acredita 86400 segundos; no arrastra saldos ni permite sobregiros. Si no usamos nuestros depósitos del día, la pérdida es nuestra. No se puede dar marcha atrás. No existen los giros a cuenta del depósito de mañana. Es decir, el desafío consiste en vivir el presente con los depósitos de hoy; en esforzarnos por conseguir el máximo con cada amanecer". Tito hizo una pausa. Nos miró fijo al alma. Buscaba hallar, en el mal iluminado cuartito del fondo de la memoria, a esos pibitos llenos de sueños de 1991. Su bigotito finito respiró hondo y retomó su discurso: "Más específicamente, muchachos, si quieren entender el valor de un año, pregúntenle lo que significa eso a nuestro ingeniero agrónomo, Víctor, que perdió una cosecha por la pedrada. Para entender el valor de un mes, pregúntenle a nuestro pediatra, Ariel, que atiende bebés prematuros. Para entender el valor de una semana, pregúntenle a Pascual que produce un semanario de radio. Para entender el valor de una hora, pregúntenle a nuestro camionero, Daniel, que cada tanto se come un piquete en la entrada a La Capital. Para entender el valor de un minuto, pregúntenle a nuestro panadero, Alejandro, que cuida que no se le quemen los productos que hornea. Para entender el valor de un segundo, pregúntenle a Hernán, nuestro colectivero de la Línea 18, que evitó un accidente fatal con un volantazo. Para entender el valor de una milésima de segundo, pregúntenle a Gustavo, nuestro árbitro internacional, que levantó su banderín para anular un gol que podría haber sido decisivo o para convalidar un penal clave para arribar a una final soñada. Muchachos, no sé qué cosas recordarán de las clases de Contabilidad con las que los aburrí hace 25 años pero lo que nos tiene que quedar en claro es que el mejor negocio con los minutos y la mejor inversión de nuestras horas se logran cuando hacemos lo que nos gusta y estamos rodeados de gente que queremos y nos quiere. ¿Habrá que registrar ganancias y también pérdidas? ¡Sin dudas! Pero el balance es siempre positivo si ponemos el corazón en lo que hacemos. Si afrontamos cada día como si fuera el último. Nuestro Santo Patrono quería educar: 'Buenos cristianos y ciudadanos de honra'. Aunque ya no pisen una iglesia con frecuencia. Aunque ahora su vínculo con Dios esté desgastado. Recuerden lo que aprendieron en estas aulas salesianas: las buenas personas no pierden la alegría y se esfuerzan por hacer bien su trabajo cotidiano." Llovieron los aplausos. Volaron los abrazos. Tito nos había dado su mejor lección. Nos puso a prueba con su reflexión.
Tenés que leerDemocracia sin consensoEn segundo lugar, tomó la palabra El Flaco (un apodo estrecho o desactualizado para la fecha y su facha de 100 kgs y pico). El "Flaquito" había sido elegido como el mejor compañero de la promoción. Para la ocasión, armó un monólogo para dar gracias a cada compañero por lo que enseñó a los demás; empezó con sus clásicas humoradas para, luego, dar paso a un sincero agradecimiento: "De Claudio, arquero de la '74 de Liga Santafesina de Sirio Libanés, aprendí a disfrutar del fútbol aunque pases más tiempo adentro del arco sacando pelotas que atajándolas (¡Perder es una anécdota! ¡Lo importante es divertirse!) De Nacho, aprendí que uno es capaz de hacer cualquier cosa con tal de ver feliz a una madre: por eso, resalto su laboriosa tarea de imprentero para clonar libretas de calificaciones con 'sólo noticias buenas' para alegría del hogar (¡Hasta el sello de la escuela y la firma del Señor Director eran perfectas adulteraciones irreconocibles para los peritos más avispados!). De 'El Dani', aprendí que Historia se estudia con pasión sanmartiniana e ingenio napoleónico: ¡Sus ayuda-memorias escritos en las paredes o en el frente del escritorio de nuestra profesora chicata fueron planificadas batallas ganadas a la ignorancia estudiantil! De 'El Víctor' aprendí que los penales se patean 'fuertes y directos a la cabeza del arquero'; de Omarcito, nuestro DJ, aprendí a adorar la música de Queen y los vinilos al palo; de 'El Rata' aprendí a reírme de mis propios errores y a no tomarme las cosas con tanta seriedad; de Chiquito Aguirre aprendí a tomar apuntes hasta en boletos de colectivo con letra de hormiguita. De todos ustedes aprendí: que se puede hacer el milagro de la multiplicación de los panes durante un recreo para socorrer a un compañero que no trajo merienda; aprendí que en los picados de fútbol con gente querida se disimulan las flaquezas personales con las fortalezas del equipo; que si uno no entiende o no sabe, tiene que pedir -¡por favor!- ayuda y eso no lo hace un salame debilucho; que pedir perdón es el camino más sanador cuando uno comete un error y lastima a otro; y que dar las gracias es el gesto más entrañable que uno puede hacer para reconocer la imborrable generosidad de los que te dan una mano. ¡Gracias, muchachos!" Estas y otras situaciones disparatadas (y que sólo nosotros entendíamos cómplices), retomó El Coflazo para hacernos reír de nuestras travesuras pero también para redescubrir la importancia vital que significó aprender "de" y "con" otros.
Y, finalmente, el broche de oro llegó cuando el mismísimo Flaco propuso entonar el "Haka" de la promo '91 del Colegio Don Bosco. ¿El "Haka"? Era nada más y nada menos que el poema "La calumnia" de Rubén Darío. En segundo año del secundario (allá por el año '88), nuestro profesor de Lengua y Literatura, El Lulo Milani, nos había dado la tarea de memorizar el citado poema para, luego, declamarlo frente al curso. Casi tres décadas después, en octubre de 2016, a coro, recitamos -sin repaso anticipado- los versos del poeta nicaragüense: "Puede una gota de lodo/ sobre un diamante caer;/ puede también de este modo/ su fulgor oscurecer;/ pero aunque el diamante todo/ se encuentre de fango lleno,/ el valor que lo hace bueno/ no perderá ni un instante,/ y ha de ser siempre diamante/ por más que lo manche el cieno." Y mientras las voces se esparcían por el espacio y nos hermanaban, por nuestras cabezas revoloteaba el renovado sentido de aquellas rimas; nuestros ojos de 42 años leían lo que nuestra mirada de 14 había pasado por alto: "¿Cuántas veces hemos sido enchastrados por el lodo de la injuria? ¿Cuántas veces hemos estado chapoteando en el cieno de la vida por malas decisiones? ¿Cuántas veces, a lo largo de estos años, hemos tenido que levantarnos del piso, limpiarnos el fango y retomar el camino extraviado? ¿Cuántas veces hemos mordido el polvo? ¿Cuántas veces, con las piedras que tropezamos o que nos arrojaron, nos reconstruimos? ¿Cuántas veces, con el barro que pisamos, amasamos los ladrillos de nuestro destino? ¿Cuántas veces hemos buscado por todo el mundo el diamante que estaba empañado en nuestro interior?" Aquel poema de Rubén Darío memorizado para cumplir, para aprobar una materia, para superar un escollo caprichoso de un docente de Lengua y Literatura, se convertía en una "cápsula temporal" desenterrada para aleccionarnos con su tesoro.
Lo que nos tiene que quedar en claro es que el mejor negocio con los minutos y la mejor inversión de nuestras horas se logran cuando hacemos lo que nos gusta y estamos rodeados de gente que queremos y nos quiere.
Mientras las voces se esparcían por el espacio y nos hermanaban, por nuestras cabezas revoloteaba el renovado sentido de aquellas rimas; nuestros ojos de 42 años leían lo que nuestra mirada de 14 había pasado por alto.