Por Alejo Román París (*)
La verosimilitud es un concepto que habita justo en el límite entre lo ficcional y lo real e implica, en cierta perspectiva, una contradicción: una ficción será más exitosa mientras mejor se disfrace de verdad.
Por Alejo Román París (*)
"E pur si muove"
Cuando la Santa Inquisición obligó a Galileo Galilei a rectificar sus argumentos sobre la teoría heliocéntrica, el físico italiano conservó su rebeldía y sentido común: "Y sin embargo, se mueve", dijo con fría certeza. La fuerza de la realidad se impondría, mucho más allá de lo que él pudiera decir. Su inequívoca frase supuso, sin embargo, un debate aún irresoluto: ¿Qué es la realidad?
La teoría de Galileo no solo fue correcta sino también precursora, y permitiría luego sospechar si acaso no estaríamos solos en la infinitud del universo. Teniendo en cuenta esto, no hubiera sido descabellado sospechar que tanto tiempo después pudiera tener lugar un encuentro entre civilizaciones de diferentes mundos. Efectivamente, así sería.
El domingo 30 de octubre de 1938, una invasión extraterrestre proveniente del planeta Marte dio lugar al conflicto bélico conocido como "La guerra de los mundos". El terror sacudió a la comunidad de Nueva Jersey, en un curioso episodio que duraría tan solo una hora pero sería recordado por siempre. El acontecimiento es archiconocido, pero la historia lo desacredita. La versión que corre con mayor fuerza indica que la guerra de los mundos nunca existió, y que la invasión del ejército marciano fue la inventiva teatral de un joven farsante que tuvo la genial capacidad de generar una pesadilla colectiva en plena vigilia. El asunto, sin embargo, es contradictorio.
"Radioyentes aterrorizados toman una obra de teatro bélica como algo real. Muchos huyen de sus casas para escapar de la 'invasión de gas marciana'. Llamadas telefónicas inundan a la policía durante la emisión de la fantasía de Welles. RADIO DRAMA BÉLICO CREA EL PÁNICO", el título en el Times de Nueva York sintetizaba las supuestas secuelas de la colisión entre los mundos: el pánico, la saturación de las líneas telefónicas de la policía, y la psicosis colectiva; diferentes periódicos del día siguiente habilitaban a sospechar que la guerra de los mundos sí había existido.
La verosimilitud es un concepto que habita justo en el límite entre lo ficcional y lo real e implica, en cierta perspectiva, una contradicción: una ficción será más exitosa mientras mejor se disfrace de verdad. La cultura popular ha sabido desarrollar historias donde inteligencias de otros planetas invaden la Tierra, y sería la radio la que conseguiría difuminar el límite entre lo ficticio y lo real. Orson Welles llevó adelante la adaptación de la novela "La guerra de los mundos", del británico Hebert George Wells. El pánico cundió, o al menos eso es lo que los titulares dijeron la mañana siguiente. La adaptación de "La guerra de los mundos", ficticia pero absolutamente verosímil, evidenció el poder de los medios masivos de comunicación. Orson Welles fue el genio maligno que alteró la realidad, el radioteatro fue su método y el público, la víctima de la pesadilla alienígena en plena vigilia.
Dulce o truco
"Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de último minuto procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que se han observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez. Continuaremos informando". La adaptación de la novela de Wells se disfrazaba de transmisión musical en la víspera de Halloween, con supuestos flashes informativos que narraban los acontecimientos de la invasión marciana. Entre los dulces y el truco, la radio prefirió la travesura.
El Teatro Mercurio, liderado por Orson Welles, llevaba adaptaciones de novelas literarias para radio todas las semanas. Pero la función radial de aquella noche tuvo algo diferente a las otras, algo que arrojaría el episodio a la posteridad. El secreto del impacto que causó este episodio se argumenta en la mixtura, de manera solapada, de los géneros radiofónicos. Si bien hubo avisos cada cierto tiempo que advertían a la audiencia que lo que estaban escuchando era una representación dramática, la transmisión ficticia irrumpía dentro de la programación supuestamente genuina otorgando de esa manera mayor verosimilitud a los acontecimientos representados y narrados. La gente que sintonizó la transmisión por momentos, no llegó a escuchar el aviso de la representación dramática. Las llamadas de personas que buscaban chequear la información que habían escuchado por la radio, saturaron las líneas telefónicas de emergencias y eso produjo mayor incertidumbre. Además, las intervenciones dramáticas contribuyeron de gran manera a la verosimilitud del escenario sembrado. En los interludios camuflados de cobertura informativa de la invasión, Orson Welles interpretaba al periodista Carl Philips. El personaje narraba la crónica desde el lugar de los hechos: la caída de meteoritos, la descripción de los invasores, y hasta su propia muerte.
Orson Welles, el genio maligno
Sin dudas, aquella velada del 30 de octubre de 1938 la radio escribió uno de los capítulos más célebres de toda su historia. Orson Welles, de jóvenes 23 años, fue el ingeniero de la maquinaria ficcional y coordinó cada engranaje con la precisión necesaria para que la realidad pudiera ser percibida de manera alterada. Los periódicos del día siguiente tomaron esto para construir el mito.
La filosofía ofrece una interesante metáfora que sirve para ilustrar a Welles en "La guerra de los mundos". La metáfora del Genio Maligno fue postulada a modo de hipótesis por el filósofo René Descartes, para la teoría de la duda metódica publicada en "Meditaciones metafísicas". En su hipótesis, el filósofo postula la existencia de una entidad que nos trampea a la hora de percibir el mundo a través de los sentidos y de la experiencia. El genio maligno nos confunde, dándonos la sensación de certeza cuando estamos en error. Dice Descartes que, ante la ineludible presencia de este genio, no nos queda otro camino que la duda. Si los sentidos engañan una vez podrían hacerlo siempre, por eso hay que dudar de todo. Dudar incluso de nuestra propia existencia, pues todo puede ser un sueño como el que tramó la radio aquel día.
En su rol de ingeniero de ficción, Orson Welles fue la encarnación del genio maligno y llevó la metáfora cartesiana a la literalidad. Con la radio como instrumento y el teatro como método, difuminó todos los límites y evidenció el verdadero poder de los medios de comunicación para construir la realidad. El cierre de la transmisión ilustra, entre lo risueño y lo dramático, la relación entre Welles y el genio maligno: "Hasta la vista a todo el mundo y recuerden, por favor, durante un día o algo así, la lección terrible que aprendieron esta noche. Ese invasor globular, reluciente, que apareció haciendo muecas en las salas de sus casas, es sólo un habitante de la imaginación; y, si llega a sonar el timbre de su puerta y no ven a nadie allí, no crean que fue un marciano. Fue el genio travieso que aparece la víspera de Todos los Santos".
(*) Periodista y docente
La verosimilitud es un concepto que habita justo en el límite entre lo ficcional y lo real e implica, en cierta perspectiva, una contradicción: una ficción será más exitosa mientras mejor se disfrace de verdad.
La adaptación de "La guerra de los mundos", ficticia pero absolutamente verosímil, evidenció el poder de los medios masivos de comunicación. Orson Welles fue el genio maligno que alteró la realidad, el radioteatro fue su método y el público, la víctima.