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Después de un duelo, ya no volveremos a amar como antes. No se trata de que con el duelo encontremos a otra persona, sino de que nosotros no seamos los mismos.
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Nos escribe María Laura (35 años, de Rosario): "Hola Luciano, te escribo porque quiero preguntarte algo puntual: ¿cómo se sabe si un duelo está terminado? Me separé hace ya varios meses y empecé a conocer a otra persona, estoy bien, pero todavía pienso en mi ex. ¿Eso es sano? ¿O tal vez pasa porque la relación en que estoy no es tan buena? A veces tengo la impresión de que es una relación tóxica, porque nos peleamos mucho, ¿me podrías decir algún tip para saber si una relación va o no va? ¡Gracias!".
Querida María Laura, tu carta es el espejo en que se reflejan las consultas de muchas personas, así que voy a responder a tu caso particular con el propósito de que lo dicho resuene para otros lectores.
Además, ¡el mensaje tiene dos partes! Por un lado, me preguntas por el duelo y sus tiempos; por otro lado, acerca de las relaciones que vienen después de otra. Me da gusto notar que esta columna será una buena continuación de la última, en la que hablamos de la madurez en el amor. Así que, ahora sí, manos a la respuesta.
Primero, el duelo. Y aquí te diría que es muy difícil precisar los tiempos de un duelo, al menos desde un punto de vista cuantitativo (cantidad de días, meses o años; ¿te suena esa canción de Sabina que dice "19 días y 500 noches")? Puede ser que los amigos u otras personas nos digan "Ya está" o "Basta" y nos incentiven a salir o hacer otras cosas, pero lo cierto es que el tiempo de un duelo es absolutamente personal.
Sin embargo, esto no quiere decir que el duelo no tenga pasos o etapas, ya que es de acuerdo con estas que podemos orientarnos. Por ejemplo, un duelo comienza con una separación; más bien te diría que ni bien nos separamos, durante todo un primer tiempo necesitamos asegurar nuestra supervivencia. Suena duro dicho así, pero es algo bastante claro: los primeros días y meses sin el otro, son la ocasión de que nos sintamos con un profundo desamparo; el pensamiento se obsesiona, estamos a la espera de un mensaje, sin que importe demasiado quién tomó la decisión.
Este tiempo hoy es especialmente difícil de tolerar, porque encima la virtualidad vino a traer todo tipo de señuelos para que las personas queden atrapadas en signos de la presencia del otro: mirar las historias en una red social, mandar un WhatsApp o seguir pegados al chat, etc. En fin, para sobrevivir es preciso contar con la ausencia del otro y, además, sentir que se puede vivir con esa ausencia. Aquí, María Laura, te diría que lo más importante es evitar caer en la dependencia tecnológica que impide este paso y solo genera una ansiedad improductiva. "Es difícil", puede ser que me digas (como muchas personas lo hacen) y yo te responderé con la frase de la canción de Rodrigo: "Si Jesús tropezó…", nosotros también lo haremos, pero no es lo mismo reconocer un tropiezo y preparar otro paso que hacerlo sistemáticamente.
Llegamos así al momento en que uno puede saber que sobrevivirá. Aquí empieza tal vez un dolor profundo. Curiosamente, en esta etapa empezamos a notar que hay mil cosas del otro que extrañamos; incluso algunas de las cuales nos resultaban feas o que no nos gustaban. Más paradójicamente, comenzamos a notar que hay rasgos del otro que nos resultaban extraños y ahora son parte de nuestra vida; por ejemplo, nos damos cuenta de que hay una canción de una banda que nunca nos interesó, que el otro ponía hasta el cansancio y nos molestaba y ahora… ¡nos sabemos la letra!
En este segundo momento, el del dolor, es como si el otro empezara a vivir en una parte de nosotros; como si lo descubriéramos dentro de nosotros, con lo bueno y con lo malo. Ya que donde hay duelo, no hay solo amor hacia al otro sino ambivalencia (o sea, amor y odio, contradicción de sentimientos). Al cabo de este tiempo, si podemos tolerar el dolor de esta transformación interna, pasaremos a una tercera etapa marcada por la tristeza, es decir, el duelo propiamente dicho.
En sí mismo, el duelo no tiene por qué ser depresivo. La tristeza no es un afecto necesariamente luctuoso. En la tristeza nos descubrimos pensando en el otro; ya sea en lo que fue como en lo que pudo haber sido, pero también nos pensamos a nosotros, en lo que cambió para nosotros a partir de esa relación y aquí es donde está el detalle más que importante: en el duelo, antes que separarnos del otro, nos separamos de una parte de nosotros mismos. La transformación interna del segundo momento es la antesala que prepara para que se modifique nuestro modo de amar.
Después de un duelo, ya no volveremos a amar como antes. No se trata de que con el duelo encontremos a otra persona, sino de que nosotros no seamos los mismos. Este es un punto muy importante, porque nuestro sentido común piensa el duelo con la idea de un reemplazo: "Sale A, entra B" y no advierte que este modelo sustitutivo lleva a que B sea alguien a quien le podemos pedir todo lo que no pasó con A, o bien alguien con quien volver a vivir otro tipo de frustraciones (por ejemplo, castigarlo por el sufrimiento que tuvimos que atravesar en otros vínculos).
Por cierto, María Laura, este último aspecto nos lleva a la segunda cuestión de tu consulta. No tenemos demasiado espacio ya en esta respuesta para hablar de relaciones tóxicas -tema que daría para una columna específica (y seguramente lo haremos, porque mensajes de lectores no faltan sobre este tópico)-, pero sí vamos a fijar un criterio antes que establecer un "tip". Porque un "tip" es como una receta, que dice lo que es preciso hacer, pero yo prefiero que establezcamos coordenadas para reconocer si algo nos pasa y, a partir de ahí, cada uno decide qué hacer.
Me refiero a lo siguiente, en particular respecto de las escenas de peleas de pareja. Que las parejas discutan y eventualmente se peleen no es algo patológico, sino que es la esencia de este tipo de relación. El punto es que hay un tipo de forma de pelear que noto en el último tiempo -en diferentes casos- sobre el que quisiera llamar la atención, dado que es muy común su aparición en personas que no atravesaron del todo un duelo; o sea, que no modificaron su modo de amar después de alguna relación previa.
Es un modo de pelea en el que una de las partes culpa fuertemente a la otra sin poder plantear por la positiva un conflicto a resolver entre ambos. Esta es una manera de culpar muy destructiva, que puede tomar la forma de invalidación de la relación (por ejemplo, decir "Esta relación no sirve") o de degradación del otro ("El problema es que vos tenés que cambiar tal o cual cosa"), pero sin plantear una separación. Más bien es como si se buscara que la relación continúe, con la cláusula que anticipe su fracaso y he aquí lo que ocurre: en la próxima pelea se dice "Yo te dije que esto no iba a funcionar", pero en realidad se trata de una profecía autocumplida.
¿Qué le pasa a la otra persona, a la culpada? Tiene que cargar con un esfuerzo que solo puede salir mal, pero está destinada a eso. El problema es que ese circuito no deja espacio para que saque sus propias conclusiones, es decir, para que pueda pensar por sí misma y, por ejemplo, queda pegada a las palabras del otro. Entonces tiene que asumir el desafío de hacer funcionar una relación, hasta su nueva recaída en la pelea y, cuando ésta llega, tiene que demostrarle al otro que es posible salir adelante.
Este es un esquema típico de lo que ocurre cuando se inician relaciones sin haber transitado el duelo de una relación previa. La verdad, nadie llega en estado óptimo a una nueva relación después de cierta edad; pero no es lo mismo saber estas cuestiones, que no querer enterarse del trabajo interno que es preciso hacer para no cobrarle a otro cosas de nuestra propia historia.
Hasta cierta edad, amar es pedirle a alguien que sea quien es. Después de cierto momento de la vida, amar es no pedirle a otro que sea quien no es.
Después de un duelo, ya no volveremos a amar como antes. No se trata de que con el duelo encontremos a otra persona, sino de que nosotros no seamos los mismos.
Nadie llega en estado óptimo a una nueva relación después de cierta edad; pero no es lo mismo saber estas cuestiones, que no querer enterarse del trabajo interno que es preciso hacer para no cobrarle a otro cosas de nuestra propia historia.