Por Ignacio A. Nieto Guil
Cada categoría de la existencia -y la vida misma- padeció una profunda "politización" en la modernidad. La vida privada y familiar del hombre, como una esfera íntima y propia, sufrió la intromisión y el etiquetamiento, dejando de lado la espontaneidad y la apertura vital.
Por Ignacio A. Nieto Guil
Para Albert Camus la vida humana se compara al castigo sufrido por Sísifo "el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz". Condenado a subir una roca perpetuamente sobre un risco, Sísifo, simboliza al "hombre absurdo" o, mejor dicho, al "hombre moderno", cuya pérdida de sentido de la vida es tan próxima como los tiempos modernos.
Cuando no hay un claro sentido por el cual vivir, se puede vagar sobre falsos caminos que no conducen a ningún sitio. La vida es como un misterio inagotable, solo la podemos penetrar a través de una disposición del espíritu que busca lo que nos trasciende; nada del mundo podrá llenar esa búsqueda profunda que posee el alma como una vocación natural que ha quedado dormida y dominada por la "era del ruido y la sofocación" en aquellos hombres que transitan sus vidas a ciegas.
Existe actualmente un mito: uno debe hacer de todo, vivir un frenesí inacabable e interminable y, en cuanto no lo hacemos, sentimos que no estamos viviendo. Pertenece al mundo de la jactancia, un mundo que alardea y nos dice que: "todo importa menos todo". Pero se trata de una falsedad corta de ideas. Las cosas pierden rápido su vigencia. Pareciera ser que "todo importa hasta que deja de importar". Pero, ¿por qué las cosas dejan de interesar rápidamente?
Probablemente porque se arraigó la costumbre de ceder ante una realidad opaca, que se traduce en una pérdida de las virtudes fundamentales que le dan sustento a la vida y a las relaciones con los demás.
Cada categoría de la existencia -y la vida misma- padeció de una profunda "politización" en la modernidad. La vida privada y familiar del hombre, como una esfera íntima y propia, sufrió la intromisión y el etiquetamiento, dejando de lado la espontaneidad y la apertura vital que cada persona debe encontrar en su recorrido. El padre del existencialismo, Soren Kierkegaard, afirmó que: "Lo que me etiqueta me niega". Y el afán del mundo moderno no es otro que un apabullante etiquetamiento de todas las esferas de la existencia. Es un vicio que acarrea el aniquilamiento del espíritu.
ENGAÑOS
Quienes sostienen una auténtica crítica a la modernidad, se pueden ver forzados a desarrollar una suerte de misantropía. Sin embargo, no hay que defender la misantropía en sí, sino una "sociabilidad justa", que se debe fundar un pequeño mundo a nuestro alrededor. Chesterton, en su magistral obra “Herejes”, aseveró que "La sociabilidad, como todo lo bueno, está llena de malestares, peligros y renuncias".
Un peligro actual se debe al constante influjo de engaños en la sociabilidad humana, marcada por la superficialidad y la confluencia de egos. Se trata de un orgullo excitante por mostrar una falsa realidad de uno mismo al mundo, con el constante desvío de atención de la existencia misma (como en el amor o la amistad). Las redes sociales ayudaron a develar este punto, justamente, por la falta de autenticidad del mundo virtual, ya que las tendencias, las modas y la frivolidad marcan el rumbo y sientan las bases de las relaciones virtuales. La impersonalidad a la que se ven sometidos los vínculos humanos en relación a este tipo de comunicación, lleva a la falta de la "presencia real del otro", tan necesaria para un escenario estable.
La fiebre por "el mundo Instagram" posee una estética particular: el tribalismo, comentarios y "likes" que siempre hacen las mismas personas; los emoticones para alabar el cuerpo como forma de idolatría; los modos de presentar las fotos cuidando cada aspecto, los filtros o efectos que distorsionan la imagen real, mostrando lo agradable y lo consumible, como si se tratase de un producto comercial de la propia imagen ante la sociedad: se debe vender frivolidad, buena vida, calidad, extravagancia o bohemia. Son falsos modos de creerse auténtico.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han en un ensayo titulado "La sociedad paliativa" destaca: "La sociedad paliativa es una sociedad del ‘me gusta’. Es víctima de un delirio por la complacencia. Todo se alisa y pule hasta que resulte agradable. El like es signo y también el analgésico del presente. Domina no solo los medios sociales, sino todos los ámbitos de la cultura. Nada debe doler. No solo en el arte, sino la propia vida tiene que poder subirse a Instagram, es decir, debe carecer de aristas, conflictos y contradicciones que pudieran ser dolorosos. Olvidamos que el dolor purifica, que opera como catarsis. La cultura de la complacencia carece de posibilidad de catarsis, y así es como uno se asfixia entre las escorias de la positividad que se van acumulando bajo la superficie de la cultura de la complacencia".
REALIDAD SIN ANALGÉSICOS
Si el amor es ver más allá de la realidad, quien ama, quien siente profundamente, no tiene que tener miedo al dolor, aunque en esta sociedad se lo esquiva constantemente y duerme con "analgésicos", para evitar la realidad y la aceptación de la vida.
Aquí la filosofía debe cuestionar los falsos modos de vida como la "complacencia", la excesiva "positividad" o la "virtualidad", donde "la propia vida tiene que poder subirse a Instagram" como "analgésico del presente" en términos del filósofo surcoreano.
La filosofía debe ayudar a esclarecer cierta oscuridad vital en el mundo, descubriendo el lazo que, aunque misterioso, es profundo y verdadero. Nada impide al ser humano forjar una propia visión de la existencia en cuanto conlleve esfuerzo y autenticidad, puesto que debemos ser héroes en nuestra propia circunstancia o intentar ser fieles a nuestra propia perspectiva de la vida, por más que "la vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada", según entendió Kierkegaard.
MODO AUTÉNTICO
Un modo auténtico de vida debe constar de tres aspectos fundamentales: la seriedad, la sensibilidad y la simplicidad.
La seriedad es, en efecto, lo contrario a la vida estética que nos lleva a lo más superficial de la existencia, a un estancamiento en lo inmediato que no es otra cosa que lo efímero o pasajero, carente de valor y trascendencia.
Quien carece de un "yo" verdadero y auténtico cae en las garras de lo multitudinario, puesto que el individuo queda absorbido por las masas y el dictamen de las tendencias. Si se debe subir la vida a "Instagram" o hacer un culto a la "selfie" y a los "filtros", por lo común, la mayoría lo hará cayendo en uno de los tópicos más aclamados en la actualidad: el igualitarismo. Se debe mostrar la superficie y lo que aumente el ego o la idolatría: el físico, las marcas, lo excéntrico; aquello que nos posicione dentro de la multitud, vaciando lo esencial de la vida, como la amistad real o el amor comprometido.
En segundo lugar, la sensibilidad. Chesterton afirmó que: "Un gran hombre no es un hombre tan fuerte que sienta menos que otros hombres; es un hombre tan fuerte que siente más”. La sensibilidad es la definición de la vida. Los aspectos más sensibles de la vida dotan al hombre de profundidad espiritual; lo conectan con la esencia de la vida y aquellos valores que lo hacen trascender. Una sana emotividad nos hace apreciar la vida y cada momento. Emocionarse con un abrazo, con una caricia o con la compañía de alguien amado, es dotarnos de fuerza vital, de amor y esperanza. Es darle al "otro" un valor inigualable a pesar de lo rutinario.
Seriedad y sensibilidad son dos aspectos íntimamente ligados. La seriedad hacia la vida sin sensibilidad puede conllevar al desgaste del espíritu, esto es, al pesimismo, la amargura o la insensibilidad.
Respecto a la simplicidad, el autor inglés la ve en la figura del "hombre común", quien contempla la vida desde una posición normal y corriente, en oposición al "hombre extravagante e inusual". Este hombre marchito muestra su insolencia hacia el sentido elevado de la vida, banalizando la existencia con su sentir efímero. El esfuerzo por penetrar el sentido de la vida transforma al hombre en un ser más elevado, digno y apreciativo.
LO ESENCIAL
La vida pareciera encerrarnos a nosotros mismos en una multiplicidad de actividades que no nos dejan tiempo para la reflexión ni para lo esencial. El verdadero lazo que une a las personas en la autenticidad y el amor se vio resquebrajado por los tiempos líquidos que corren, donde nos instrumentalizamos y adoptamos las modas que se nos imponen.
Deberíamos tener en cuenta que el tiempo se agota en aquellos falsos modos de vida y que, si queremos descubrir el verdadero sentido de la vida en esta época tan intensa como insensata, debemos "crear un poco de silencio" en nuestro interior para entender lo que verdaderamente importa.