El célebre cantante español Miguel Bosé acaba de editar “El hijo del Capitán Trueno”, una autobiografía centrada en su infancia y adolescencia, como hijo del torero Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé, antes de convertirse en una figura de la cultura pop. Desde México, el artista atendió a la prensa, y El Litoral fue parte de ese diálogo abierto sobre su proceso de escritura y su visión sobre aquellos años.
Gentileza Grupo Editorial Planeta / Esteban Calderón González Bosé apuntó a contar desde el recuerdo de un niño, con una memoria sensorial que es bestial: las luces, las calidades, los olores de aquella infancia, en aquella España; un trasfondo franquista muy diferente a la que después nos tocó vivir, cargada de secretos, de recovecos, que solo el niño Miguel, Miguelito, conserva en la memoria .
Hijo del célebre torero Luis Miguel Dominguín y de la actriz italiana Lucía Bosé, Miguel Bosé nació en Panamá el 3 de abril de 1956. Al terminar sus estudios en el Liceo Francés de Madrid viaja a Londres persiguiendo su gran pasión: el baile. Antes de descubrir su vocación por la música, la que lo convertiría en uno de los íconos del pop español, residió en París, Roma y Nueva York dedicado al teatro, la comedia musical y el cine.
Recientemente, Grupo Editorial Planeta publicó “El hijo del Capitán Trueno”, una autobiografía centrada en su infancia y adolescencia, antes de convertirse en una figura por derecho propio; recuerdos de la España franquista, y de una vida extraordinaria habitada por los personajes más importantes del arte y de la cultura que marcaron el siglo XX. Un relato lleno de memorias sensoriales, de espacios que hablan, de relaciones inéditas y de recuerdos bellos y de los otros.
Desde México, Bosé brindó una conferencia virtual en la que atendió a los medios de toda Latinoamérica, y El Litoral fue de la partida, para adentrarse en los secretos de aquella vida con otros colores.
Años inéditos
-Escribir una autobiografía no es fácil; es contar pasajes desconocidos de la vida de una persona que todo el mundo cree conocer. ¿Qué sucedió para que decidieras contar esta historia?
-Las cosas llegan, suceden; cuando están maduras es cuando te llaman. Uno no busca el momento, el momento suele buscarle a uno. Cuando me fui de España, a vivir a Panamá, al segundo año de estar allá surgió, tras conversaciones con un gran amigo, un escritor colombiano que se llama Juan Esteban Constaín, la idea de entrar en este mundo. Y él me dijo: “Escribe tal y como las cuentas, así”. De es una escritura muy hablada.
Surgió la necesidad de entrar en esta parte de vida que lleva hasta los 21 años, y que es la zona más inédita de mi vida: no hay hemeroteca, porque en aquella época los importantes eran Luis Miguel Dominguín, Lucía Bosé y el matrimonio; los hijos, lo que había alrededor, no interesaba.
El poder contar desde el recuerdo de un niño, con una memoria sensorial que es bestial: las luces, las calidades, los olores de aquella infancia, en aquella España; un trasfondo franquista muy diferente a la que después nos tocó vivir, cargada de secretos, de recovecos, que solo el niño Miguel, Miguelito, conserva en la memoria, me parecía que era tremendamente atractivo. Esa parte que hay antes de que Miguelito, Miguelón, Miguelino, Miguel, se convirtiese en Miguel Bosé. Esa zona totalmente desconocida.
-Muchas veces para recordar hay que olvidar. ¿Te pasó mientras escribías?
-Para recordar hay que estar dispuesto a revivir aquellas cosas, tirar del hilo para que aparezcan completas. Y sobre todo reconciliarse, más que olvidarlas: pedirles perdón, perdonar y decir “lo siento”. Ese es el gran ejercicio, el más difícil.
-En entrevistas anteriores dijiste que lloraste mucho escribiendo estas memorias. ¿Cuál fue el episodio más doloroso de revivir y relatar?
-Los que tienen que ver con los personajes que fueron muy importantes en mi vida y que fueron anónimos. Por ejemplo la Tata Remedios, que un personaje en mi vida importantísimo; con Tamames, el doctor de cabecera. Porque de alguna manera están muy lejanos en el tiempo, más que muchos otros; se les echa de menos. Son personajes que fueron muy generosos en mi vida, con nosotros, con la familia. Entonces traerlos del pasado y volverlos a tocar, a apapachar, fue muy emocionante.
Gentileza Grupo Editorial Planeta La portada del libro expresa esa tensión entre ser el heredero de una familia de toreros, y el ser torero como actitud en la vida, como decía su abuelo Domingo.
La portada del libro expresa esa tensión entre ser el heredero de una familia de toreros, y el ser torero como actitud en la vida, como decía su abuelo Domingo.Foto: Gentileza Grupo Editorial Planeta
Decantación
-El proceso de escritura, ¿fue gozoso, fue doloroso? ¿Qué desafíos le significó y en qué sentidos te movilizó?
-Si tengo que poner una palabra para resumir el proceso la palabra diría que ha sido muy pacificador. Ha encajado muchas piezas; ha hecho posible entender mucho mejor lo que sucedió y por qué sucedió; entender que lo que sucedió tenía que suceder, para que luego en el tiempo las cosas tuviesen sentido.
-Como conectar los puntos hacia atrás.
-Exacto.
-Siempre has sido siempre hermético alrededor de tu vida privada; hablas de un proceso de maduración con el libro, de que tocaba ya contar. ¿Por qué decidiste abrir esta ventana?
-Porque llegó el momento, como contaba antes. ¿Por qué no antes? Porque no se daba. Cuando llega el momento te sientas, la escritura fluye, y ahí tienes el pulso de que realmente estás en el momento adecuado.
-¿De qué otras artes te nutriste en el proceso de escritura de este libro? ¿Qué música, cine, otras literaturas, te acompañaron durante el tiempo de escritura?
-No hubo nada. Hubieron de ocho a 14 horas de trabajo diario, durante casi un año, el último, antes de publicarse. Ahí uno está más concentrado en lo que está haciendo, y las únicas cosas que visité fueron algunas (para ser exacto históricamente) fuentes en la Red y en otros libros que se habían escrito sobre la familia; para checar que todo estaba en su lugar.
Pero cuando escribo no hay música, jamás, ni las letras de canciones: solo la canción que estoy escribiendo. Y no hay películas, no hay cine ni nada: hay que crear un lienzo en blanco, y trazo a trazo empezar dibujar la historia. Cualquier contaminación, en mi caso, no fue buena.
-De tus seis décadas y media, ¿de cuáles tienes los mejores recuerdos y de cuál no tan buenos?
-Tengo la extraordinaria facultad de borrar lo que es malo, de un plumazo: lo saco. Con lo cual las cosas duras, las cosas desagradables, han sucedido tirando del hilo de otras cosas. Decía: “Esto no lo recordaba”. Porque de alguna manera todo lo que es negativo, lo aparco, lo aparto, lo archivo, lo entierro. No desaparece: está ahí.
Postales de antaño
-L. P. Hartley escribió: “El pasado es un país extranjero, allí hacen las cosas de otra forma”. ¿Cómo ve el Miguel del presente esas vivencias del pasado? ¿Hasta donde se reconoce en el Miguel de los recuerdos, y cuánto hay de distancia?
-Me reconozco cien por cien con el mundo del pasado y de los recuerdos, porque ahí estuve y fui el protagonista. Es cierto que mirándolo desde hoy las cosas se aparecen con otros tintes, como cuando ves una fotografía de los 60 ó 70; dices: “Hoy el revelado no es así, no se utilizan los mismos colores”. De alguna manera eso es lo que pasó.
-Dicen que en la memoria todo es más grande. ¿Te pasó eso?
-En la memoria todo es más desproporcionado. Las cosas que se recuerdan anecdóticamente, cuando vas a por ellas y vas a fondo tienen otra dimensión, que sin duda no recordabas. Pero desde hoy esas cosas las veo con otros tintes.
Fíjate que hablamos de memoria sensorial, y vuelvo a insistir muchísimo, porque la diferencia real se crea en cómo percibía Miguelito los olores, las luces, las texturas, esas cosas: ya no pertenecen a ahora. Los perfumes han sido trastocados; las texturas son más sintéticas; las luces son más frías; el tiempo corría de otra manera: se estiraba mucho. Ahora hay una velocidad y una inmediatez que es totalmente antinatural y que no se corresponde para nada a la pausa, o a lo pausado, como yo recuerdo toda aquella infancia.
Los veranos por ejemplo eran interminables; y es verdad que duraban tres meses y medio; ahora duran un mes y medio: hemos recortado. Íbamos a todos lados corriendo: cuando éramos niños hasta los 11 años no caminábamos, corríamos; hoy los niños ya no van así. Ahí es donde realmente se nota la diferencia, el tiempo pasado.
-Hay una búsqueda de llevar al lector de la mano, entrando a los balcones de tu recuerdo.
-Sí: por ejemplo el paseo por Somosaguas, mi casa de toda la vida, donde crecí, es un paseo con unas descripciones que detienen el tiempo, a veces muy proustianas en el detalle. Eso se consigue con la literatura.
Hijo del tiempo
-¿Para escribir una autobiografía hay que dejar el pudor de lado? ¿Se puede escribir de todo?
-El libro originalmente tenía 800 y pico páginas; edité 300. Ahí había muchas más cosas, que no es que no tenían que estar, sino que a lo mejor era repetitivas, y muchas de ellas pudieron haber sido interpretadas de forma errónea. He dejado un contenido sin rencor, sin revanchas, sin dolor, donde todo se resuelve.
Se puede dejar el pudor de lado: cuando os acerquéis a mi edad os daréis cuenta de que no te importa contar y compartir determinadas cosas, porque ya da igual. Creo que la importancia que se le daba en tiempos pasados, hoy en día la ves como que no tiene tanta importancia; y que además se ven de formas mucho más limpias, más puras.
-¿Cómo elegiste el título? Comparte el título con una canción muy significativa. ¿Por qué te referís a tu padre como el Capitán Trueno?
-El Capitán Trueno es un personaje de cómic español, que nace en el 56 (el mismo año que yo); se hace inmenso, todavía hoy es muy importante, un personaje de culto. Yo a mi padre le llamaba el Capitán Trueno, porque era heroico, valeroso, se lanzaba a viajes interminables; se iba para nunca volver (o no se sabía cuándo iba a volver). Y para mí era esa imagen mítica: yo obviamente soy hijo del Capitán Trueno.
Y la canción que escribí relata muy bien la relación que teníamos mi padre y yo, es el calco. Entonces me pareció que como en esta biografía la parte más inédita, más desconocida, era la relación que yo tuve con mi padre (se habló mucho más en su momento de la relación con mi madre) pues era un complementario. Y conviene escuchar la letra de esa canción porque es complementaria al contenido de este libro.
-¿Qué tan difícil fue recordar algunos episodios de la relación con tu padre al momento de trabajar las memorias?
-Sin culpa, sin rencor. Estas cosas al final también es verdad que surgen de una manera limpia, porque están exentas de cargas ya. El tiempo todo lo ajusta, todo lo encaja, todo lo explica, todo lo perdona, todo lo cura. Creo que ponerse a escribir un libro autobiográfico cuándo ha llegado este momento de la alianza con el tiempo que todo lo resuelve, es infinitamente más bello, más emotivo: ahí puedes ahondar en las cosas malas sin tanto dolor. Con lo cual las explicas mucho más.
Alma torera
-Hay un pasaje en el que vas de safari con tu padre, y te rendís antes de desmayarte, porque sabés que no será nunca suficiente lo que hagas para hacerlo sentir orgulloso. ¿Cómo influyó ese momento en tu autoestima a futuro? ¿Es una herida sanada? ¿Qué le diría Miguel Bosé hoy a ese niño debilitado y sin ilusiones?
-Imagínate lo que ha incidido en mi autoestima: dónde estoy, lo que he hecho, si hubiese tenido la autoestima machacada. Creo que no. Había algo en mi vida desde el primer día, desde los seis, siete, ocho años; hizo que ese Miguelito siempre al final sacaste la cabeza fuera el agua para no ahogarse. Era la determinación: yo era un niño muy determinado, y obviamente los golpes externos que recibía en la autoestima se ve que de alguna manera fueron resueltos muy rápidamente: si no, no hubiese podido levantar cabeza.
Y no fue así: en breve, pocos años más adelante, mis padres se separaron (no había divorcio), y en la separación me acuerdo cuándo entramos en el mundo en blanco y negro, terrible; me dije: “Sí, pero por lo menos ya no está mi padre para machacarme”.
Porque obviamente por muchas razones yo no cumplía los requisitos del heredero del “Clan Dominguín”, o el heredero del cabeza del clan. Era todo lo contrario: un niño sensible, un niño con unos intereses muy diferentes de los que requería aquella España que tuviese el heredero de alguien como Dominguín: no era un tipo rudo, no era un niño peleón.
Era otra cosa que luego mi padre, tarde ya, teniendo carrera, entendió. Porque me dijo: “Es increíble como, de todas las personas que tengo a mi alrededor y que dependen de mí (incluso económicamente), haya sido mi hijo el único que haya levantado vuelo; el único que jamás me ha pedido nada”. Pero claro, en aquel momento eso no lo vio: tenía que responder a esa cosa odiosa que se llama “el qué dirán”. Él no quería que en boca de “el qué dirán” apareciese la imagen de un hijo que no tenía “torería”.
-La tenías.
-Pero claro, porque mi abuelo Domingo decía una cosa, y tenía toda la razón: “Ser torero no es solo una profesión: es una actitud en la vida. Y hay gente que no está en la profesión que es torera: hay personas toreras sin haber jamás entrado a un ruedo”. Él decía que yo iba a ser el más torero de toda la familia, pero no creía que vaya a ejercer la profesión.